El hijo del siglo

Los paisajes invisibles

La miniserie protagonizada por Luca Marinelli expone cómo el fascismo sedujo y después perdió al pueblo. Y cómo lo seduce otra vez.

Luca Marinelli como Benito Mussolini en ‘Mussolini: Hijo del siglo’. (MUBI)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

El parlamento inicial es contundente: “Siempre llega un momento en que el populacho perdido vira hacia ideas simples, hacia la sabia brutalidad de los hombres fuertes. En nosotros encuentran una salida para sus rencores, un escape de su mortificante sensación de impotencia, una repentina y milagrosa esperanza de revertir su insatisfactorio destino. Basta decir las palabras correctas, palabras simples directas, con la mirada correcta, el tono indicado. Entonces nos aman, nos veneran.

“Me amaron locamente. Durante 20 años me adoraron y me temieron como una divinidad. Y luego me odiaron, me odiaron locamente, porque me amaban.

“Me ridiculizaron, profanaron mi cadáver por ese miedo enloquecido que sentían por mí, incluso después de muerto. Pero, díganme, ¿de qué sirvió? Miren a su alrededor… de nuevo estamos aquí”.

Ilustrado con imágenes de archivo de 1919 a 1945, el monólogo resulta epítome no solo de un personaje sino de la elemental psique de las masas y sintetiza, también, una época definitiva del siglo XX, porque la pedagogía de Mussolini se enquistó en personajes, grupos, movimientos y partidos políticos de todo el planeta, incubó su renacimiento y volvió con violencia despiadada para aniquilar a su único enemigo, la democracia: la jugada maestra del espíritu fascista fue embozarse en el concepto nebuloso de populismo.

El parlamento proviene de la miniserie M. El hijo del siglo, dirigida por Joe Wright (realizador de Orgullo y prejuicio, Expiación y Las horas más oscuras), basada en la novela homónima de Antonio Scurati (primer volumen de la trilogía sobre Benito Mussolini y que le valió el Premio Strega 2019), una virtuosa producción por varias razones: condensa en tan solo ocho capítulos un relato que le tomó a Scurati desplegar en más de ochocientas páginas; el estilo narrativo de Wright, que mezcla la ambientación de época con elementos contemporáneos como una rola de Elvis Presley, la iluminación estroboscópica o los incontables soliloquios con paráfrasis de eslóganes hoy tan conocidos (Make Italy Great Again), que menciona su Benito Mussolini, al que planta frente a la pantalla para hablar directamente al público, recurso conocido como “romper la cuarta pared”. A esto hay que añadir la elección correcta del reparto, sobre todo de Luca Marinelli en el papel de Il Duce, al que dota del carisma, la zafiedad, vehemencia, patetismo, maldad e impostura del conspirador, el líder, el traidor y el tirano, todo eso que fue El gran imbécil, diría Malaparte.

La actuación de Marinelli consigue, como en la vida real, inspirar un grano de simpatía en el embaucador que encarna, emoción que se torna repugnancia con insólita rapidez hacia los últimos capítulos, principalmente en el espectador con memoria histórica, honestidad intelectual, convicciones democráticas, libre de ideologías y fanatismos. Entonces nos preguntamos, ¿por qué vuelve el fascismo tan rampante, descarado, a dominar las naciones? ¿Por qué hoy las sociedades caen en la trampa populista de izquierda o de derecha y cifran su porvenir en la oscuridad de lo que se pensaba superado?

Eso mismo se cuestiona Antonio Scurati, hijo de la generación antifascista. Educado en el liberalismo democrático (antes de M. El hijo del siglo, escribió la novela Il tempo migliore della nostra vita, sobre el intelectual Leone Ginzburg, asesinado por los nazis), Scurati no encuentra respuesta a la inclinación del electorado italiano por la ultraderecha. Le es imposible explicar, explicarse, esa tendencia por volver a la Espada de Damocles de una nación entera.

En 2022, Scurati pronunció un discurso en los Recontres Internationale de Genève, publicado con el título de Fascismo y populismo, y dijo: “la democracia no es resultado del azar ni tampoco de la necesidad; no es un regalo del cielo, sino una conquista; la historia de la democracia es, sin que quepa duda alguna, la historia de la lucha por alcanzarla”.

Quizá ahí se halla la respuesta. Los países, las sociedades, abandonaron la lucha por el camelo de líderes que prometen una pronta e ilusoria salida para sus rencores.

Pd. La miniserie M. está disponible en Mubi.

AQ / MCB

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