A Verónica Murguía
En el largo río de las palabras, en ese flujo que parece manar constante, cruzar abismos, pausar en un recodo, girar en remolino, golpear las márgenes, saltar sobre la roca, recoger briznas de finísima hierba, insectos de asombrada transparencia, metales pesados y livianos, cosas de nadie, sueños de otros, rumores de antiguas lavanderas…
En el largo río de las palabras, donde aún nadan los niños que perdimos, donde un sol amargo y dulce nos levanta, donde la gruta es más honda, más luminosa, dueña de un perfume hostil, fragante, cargado de presagios, donde vislumbramos aquello que nos forma, desde un lejano principio, desde un siempre impreciso entonces…
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En el largo río de las palabras, bajo la huella de una sombra que conoce nuestro paso, sombra incierta, vigilante, bajo el peso de un pájaro de plomo, urdiendo a tientas, dando palos de ciego en la escasa luz, acariciando el mendrugo de pan que robamos, la textura del recuerdo que se lleva en el bolsillo como un tenue tesoro…
En el largo río de las palabras, contra la inequidad de los que van armados, contra los que llevan un filo en el diente y otro en el ojo, contra los astutos de la razón, contra los pajes inmersos en las aguas del mandato, a través de la voz que retumba en la moneda ilusa, pasando por todos, a través de todos…
En el largo río de las palabras, hacia la vena donde surge, hacia la fuente primera donde mana, hacia esa mancha en el espejo, hacia eso que viste, David, de donde pudiste volver y contar, un lugar, una zona habitada plenamente por ti, una forma donde el mundo, esto que llamamos el mundo, su imagen, su parábola, su corazón, está.
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AQ