Hay un contraste incuestionable en la literatura de Nell Leyshon (Glastonbury, 1962). Es capaz de evocar los tormentos colosales de una guerra mundial y, de manera simultánea, narrar el entorno doméstico de un niño ansioso por desnudar al mundo, amparado en la figura de una mujer que se debate entre la realización profesional y la pérdida de autonomía que la maternidad le impuso. Esa contienda entre lo universal y lo particular es el corazón de El bosque, tercera novela que la escritora británica publica con Sexto Piso, después de El show de Gary (2016) y el éxito de ventas de Del color de la leche (2013), elegido como Libro del Año por el Gremio de Libreros de Madrid en 2014.
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—¿A qué se debe esa oposición entre guerra y cotidianidad?
Cuando pensé en escribir sobre la guerra, me di cuenta de que la mayoría de las cosas que leemos sobre ella están contadas desde el punto de vista masculino. Siempre oímos sobre las grandes batallas y la gente que está peleándolas, pero me interesaba examinar la guerra desde el punto de vista doméstico. Hay un subtexto en el que la gente no está luchando precisamente una guerra, pero lo está haciendo en sus hogares. Así, sus vidas se vuelcan por completo. Mujeres y niños quedan sin posibilidad de tomar decisiones. Quería explorar la intensidad de un ambiente doméstico y cómo se modifica.
—El título de una canción de Thom Yorke, “Daily Battles”, podría resumir esa búsqueda.
Eso es interesante, “Batallas cotidianas”, porque eso es lo que son. No se trata de cómo vamos a derrotar a Rusia o cómo venceremos a Trump. Es, más bien, qué le voy a dar de comer a mi hijo.
—La maternidad es el otro gran tema del libro. Con Zofia, la madre protagonista, uno desarrolla una relación contradictoria.
Con la maternidad ocurre esta dicotomía de virgen-puta. Eres una u otra y parece que las mujeres no tienen permitido ser ambas. Existe una expectativa de que ser madre es una especie de acto sagrado. Nos olvidamos de que es un acto animal que comienza con el sexo y termina con la aparición de un bebé entre las piernas de una mujer. Si piensas en las raíces de la maternidad, en particular en un país católico, la virgen es una mujer que no tuvo sexo para concebir un hijo. Si todos creyéramos eso, todas las adolescentes del mundo estarían embarazadas. Por otro lado, la noción de una mala madre es algo que nos aterra, mientras que los malos padres aparecen todo el tiempo. Tenemos expectativas enormes sobre las mujeres cuando se convierten en madres.
—En el siglo XX tuvimos dos guerra mundiales, pero ahora tenemos tiroteos, actos terroristas, incluso debemos lidiar con desastres naturales.
Creemos que hay certeza en todo, pero es una ilusión. Podemos perder todo en un momento. Todas estas seguridades que tenemos pueden desaparecer. En el libro, cuando irrumpe la guerra, todo se transforma. Pensamos que la vida tiene que ocurrir de cierto modo, pero luego debemos reinventarnos. Los seres humanos somos muy plásticos.
—No viviste la Segunda Guerra Mundial, pero la escribiste como si lo hubieras hecho. ¿Cómo se llega a esos detalles tan recónditos?
Simplemente los inventé . Mientras más escribo y mientras más hablo sobre escribir, entiendo menos. Es un acto de imaginación, como ser un niño. Y no es tan difícil como la gente cree. No hago investigación para los detalles.
—Es una confesión valiente.
Y estúpida, probablemente. Pero tampoco lo hice para Del color de la leche. Si investigo, eso controla mi pensamiento. De modo que simplemente invento cosas y cuando termino me aseguro de que estaba en lo cierto.
—Desde que comenzaste a publicar, las críticas han resaltado la belleza de tu prosa, pero al mismo tiempo hay algo de crueldad en ella. ¿Es un contraste sobre el que trabajas conscientemente?
No, solo trato de ser leal a mí misma. Si estoy escribiendo sobre cosas duras, no voy a pretender que no lo son solo para hacer que la gente se sienta mejor. Prefiero decir la verdad. Es como escribir una obra musical: a veces quieres lograr sonidos graves, profundos, y otras quieres los agudos. Es un asunto muy musical para mí.
—Ya que mencionas la música, Zofía es una chelista; ahí hay otro conflicto, porque los músicos aman a sus instrumentos como si fueran sus hijos.
Esa decisión fue para establecer un tono. El sonido del chelo tiene el tono correcto para la sensación que abarca al libro. No había pensado en eso, pero hay algo muy solemne y majestuoso en el chelo. Por otro lado, sí, el conflicto en cierto modo es entre el niño-chelo y el niño real.
—Atravesamos un momento en el que las mujeres en muchas regiones, especialmente de Latinoamérica, están luchando por el derecho al aborto legal. ¿Qué piensas de eso?
Por supuesto que debería haber aborto legal. El aborto legal no está en la mesa de discusión para mí. No creo que la gente se dé cuenta de la difícil tarea que es tener un hijo. Es muy fácil para un padre embarazar a una mujer y marcharse, pero esto es algo que va a determinar el resto de la vida de la mujer y del niño. Lo que ocurre en el mundo es que hay hombres tomando decisiones sobre los cuerpos de las mujeres. Pero no es solo el cuerpo de una mujer, sino su vida entera. No existe el momento en el que te liberas de esa responsabilidad.
He encontrado que muchas mujeres tienen un enorme miedo a tener un hijo, porque no podrán tener una carrera. Es importante enviar un mensaje a las mujeres jóvenes: claro que es posible tener ambas. Lo único de lo que te das cuenta es de que ya no tienes tiempo de ir a tomar café con tus amigos ni para conversaciones absurdas. Simplemente cambias la forma en que vives.
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