El himno nacional nicaragüense tiene tan solo dos párrafos:
Salve a ti, Nicaragua, en tu suelo,
ya no ruge la voz del cañón,
ni se tiñe con sangre de hermanos
tu glorioso pendón bicolor.
Brille hermosa la paz en tu cielo
nada empañe tu gloria inmortal,
que el trabajo es tu digno laurel
y el honor es tu enseña triunfal.
Dos párrafos que entoné cientos de veces; un canto por la paz, el deseo de que los hermanos nicaragüenses no sigan tiñendo de sangre el suelo que los vio nacer. ¿Y qué es lo que ocurre en la cintura de Centroamérica? En 2019 escribí una novela titulada Somoza, la cual fue publicada este año por Planeta; en ella concluyo que más de 40 años después de la revolución sandinista los nicaragüenses nos seguimos matando, por lo mismo.
¿Ortega y Somoza, la misma cosa?
En 1937 asumió la presidencia —por el Partido Liberal Nacionalista— el militar Anastasio Somoza García. Su periodo se extiende hasta 1947. Luego de un golpe de Estado y cuatro presidentes del mismo partido, regresa en 1950 hasta que es asesinado en 1956. Lo sucede su hijo, Luis Somoza Debayle, quien se quedará en el poder por siete años, hasta su muerte a causa de un infarto fulminante en 1966. En 1967 toma la presidencia Anastasio Somoza Debayle y cumple su primer periodo presidencial que termina en 1972. Hay un periodo de transición en el que gobierna una Junta Nacional con integrantes del Partido Conservador y del Partido Liberal Nacionalista y el poder regresa a manos de Anastasio Somoza, quien se queda desde 1974 hasta que renuncia y parte al exilio el 17 de julio de 1979.
Si sacamos las cuentas, la dinastía Somoza se quedó 33 años gobernando a Nicaragua.
Al triunfo de la revolución sandinista, el 19 de julio de 1979, se instaura la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional formada principalmente por Daniel Ortega Saavedra, Moisés Hassan Morales, Sergio Ramírez Mercado, Alfonso Robelo y Violeta Barrios de Chamorro. En 1984 se realizan las primeras elecciones populares de acuerdo con la nueva ley electoral y se elige como presidente —por el Frente Sandinista de Liberación Nacional— a Daniel Ortega Saavedra. En 1990 pierde las elecciones frente a Violeta Chamorro, miembro de la Unión Nacional Opositora. El comandante Ortega vuelve a tomar la presidencia en 2007 y sigue gobernando hasta nuestros días que, si volvemos a sacar cuentas, nos dan seis años comandando desde la Junta y 19 años haciéndolo desde la presidencia, es decir, 25 años en el poder. Su periodo presidencial debería terminar en enero del 2022 y si se reelige —como pretende hacerlo, haciendo de Nicaragua una inmensa cárcel—, él solo estaría empatando o superando a los tres presidentes que conformaron la dinastía Somoza.
25 años ostentando el poder
El comandante hizo cosas buenas: según el Banco Mundial —y antes de la recesión de 2018—, Nicaragua creció económicamente a un ritmo anual de 4.6 por ciento basándose en reformas destinadas a transformar al país en una economía de mercado. Pactó con los empresarios al darles garantías y facilidades para hacer negocios, se congració con el clero al promulgar leyes contra el aborto. Con dichas medidas, Ortega mantuvo el apoyo de un tercio de la población y tenía a raya al ejército, la policía y sus paramilitares o turbas. De gran ayuda resultaron los millones de dólares que Venezuela mandaba a Nicaragua, intercambiando petróleo por alimentos.
El comandante también hizo cosas terribles: a la par del crecimiento económico, empezó a armar una constitución que le garantizara la reelección y cambió a su favor las leyes electorales. En cuanto a estas últimas, impuso a sus magistrados en el Consejo Supremo Electoral, también eliminó la segunda vuelta y prohibió a la Coalición Nacional a participar en las elecciones. Su tercera reelección (y ya lleva cuatro) se debió a un fallo polémico de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, la cual declaró inaplicable el artículo 147 de la Constitución nicaragüense que prohibía la reelección continua. Por otro lado, Ortega había recibido en 2007 un sistema de Seguridad Social sano y con superávit, pero tras once años de administración sandinista se volvió deficitario e insostenible. ¿Y Venezuela? También se le acabó la plata y dejó de mandarle a Nicaragua.
La rebelión de 2018
En marzo de 2018, el gobierno orteguista empezó a tener problemas de caja y decidió anunciar un recorte de jubilaciones y aumentó las cotizaciones al Instituto Nacional de la Seguridad Nacional. Las medidas fueron tomadas por la libre: no fueron consultadas con las principales cámaras empresariales del país sino impuestas por decreto. Las nuevas medidas reducirían la pensión a los retirados e impondrían aumentos a las cuotas patronales. Los jubilados realizaron marchas en contra de las medidas y pidieron —por medio de las redes—que se revirtieran porque no se les podía quitar de la noche a la mañana el fruto de décadas de trabajo. El Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) informó que rompía el diálogo y consenso con el gobierno ya que no estaba involucrando a los sindicatos ni a los organismos de la sociedad civil.
El 18 de abril de 2018 hubo una marcha en León y un grupo de sandinistas jóvenes atacaron a los jubilados. Las noticias prendieron la mecha en las redes sociales y varios estudiantes protestaron en Managua. Ahí también llegaron los grupos paramilitares afines al poder y para el día siguiente miles de estudiantes y jubilados salieron a las calles a protestar tanto por sus pensiones como por la represión a la que habían sido sometidos. Para el 20 de abril, se habían reconocido al menos diez muertes de estudiantes por grupos policiales. Podíamos ver, a través de las redes, las transmisiones en vivo de los estudiantes atrincherados en varias universidades, siendo amedrentados y violentados por las turbas del Frente Sandinista movilizadas en camionetas y portando garrotes y fierros con los que golpearon a estudiantes, activistas, periodistas y fotógrafos. Se empezó a pedir justicia para los abuelos, para los compañeros muertos y arreciaron las voces de protesta contra el gobierno del comandante Daniel Ortega. También arreció la voz de la vicepresidenta y esposa de Ortega, Rosario Murillo, quien promulgó una política orwelliana de “amor y paz”.
La primavera de 2018 dejó más de 400 muertos, miles de heridos, alrededor de 150 mil exiliados, presos, así como un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos. A cientos de los estudiantes que participaron en la rebelión les borraron su currículo académico y quedaron marcados por participar en la insurrección.
También se impuso una censura a las televisoras independientes y se canceló la personalidad jurídica del Cenidh, la principal organización defensora de los derechos humanos del país. Se allanó y tomó la sede de Confidencial, el diario crítico dirigido por Carlos Fernando Chamorro, y finalmente Ortega expulsó a la comisión de la OEA y al Grupo Internacional de Expertos Independientes por documentar violaciones a los derechos humanos.
A propósito de mi novela Somoza, tuve un círculo de lectura con algunos nicaragüenses que se exiliaron en la primavera de 2018. Un caso en particular me tocó el alma; una de las participantes decidió leer mi libro en voz alta junto con sus hijas —de 8 y 10 años— y al llegar al capítulo “Adiós, Managua” lloraron y se abrazaron al verse espejeadas en una historia que se repite, en una noria de dolor y sangre. Ellas sufrieron la violencia y las amenazas de los grupos paramilitares del gobierno de Daniel Ortega.
Hasta el momento en el que escribo estas líneas, el comandante ha detenido y encarcelado arbitrariamente a cinco aspirantes a la presidencia nicaragüense: Cristiana Chamorro, Arturo Cruz, Félix Madariaga, Juan Sebastián Chamorro y Miguel Mora, argumentando lavado de dinero, atentar contra la sociedad nicaragüense y los derechos del pueblo, actuar en contra de la soberanía, terrorismo e incitación a la injerencia extranjera en asuntos internos. También ha detenido a más de quince opositores, entre ellos, a José Adán Aguerri, empresario y expresidente del Consejo Superior de la Empresa Privada, y a Dora María Téllez, la Comandante Dos, quien luchó para derrocar al gobierno somocista y fue exministra de Salud y exdiputada por el FSLN, y a Hugo Torres, el Comandante Uno, quien también en su momento sacó a Ortega del calabozo y luchó para derrocar a Somoza. Además de las detenciones, opositores fuertes al régimen, periodistas —hostigados por allanamientos y retención de sus pasaportes— así como excolaboradores de Ortega han salido del país.
¿Se repiten los ciclos del pasado?
En mi novela Somoza, escribo acerca de los últimos años de la dictadura somocista, los cuales viví muy cerca del general. Hablo de anécdotas relevantes para la historia del país, y entre ellas la rabia que le causó el asesinato del líder de la oposición Pedro Joaquín Chamorro (esposo de Violeta Chamorro y padre de Cristina), la convicción de que a pesar del malestar generalizado y del derramamiento de sangre en su tierra él había sido electo por el voto popular y no convocaría a elecciones urgentes. Somoza creyó su propio discurso y se sintió invencible. ¿Suena conocido?
En el libro también reflexiono acerca de los que lucharon por la libertad del pueblo, y que una vez que lograron tomar el poder reproducen los mismos patrones e intereses egoístas, no se respeta el derecho a la información y tampoco el derecho a la libertad. Nos encontramos de nuevo ante una dictadura, pero me atrevo a decir que esta es mucho peor ya que Ortega utilizó un discurso antimperialista de odio para llegar al poder y ahora se convierte en ese personaje que repudió. Quiso retomar el mando tras perderlo contra Violeta Chamorro y se convirtió en un personaje sediento de dominio junto con su esposa, la vicepresidenta. ¿Es demasiado pedir que se señale el nepotismo que se muestra bajo reflectores? El presidente opina que sus opositores son aliados del imperialismo yanqui y no una verdadera oposición por su necedad y malos manejos.
Hay que conocer el pasado para no replicar patrones que generen una noria de dolor.
#SOS Nicaragua: un llamado a la comunidad internacional
El Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó hace dos semanas una resolución que condena los arrestos, violaciones a los derechos humanos, acosos y restricciones arbitrarias impuestas a los precandidatos presidenciales y a varios personajes que han alzado la voz en contra del gobierno de Daniel Ortega. Bolivia y Nicaragua votaron en contra, mientras que Honduras, México, Argentina, Belice y República Dominicana se abstuvieron.
¿Se justifican los silencios ante una ola de abusos contra los derechos humanos? No. Las tiranías, dictaduras, absolutismos o caciquismos hay que combatirlos, siempre.
Daniel, liberá a los presos políticos, no los podés tener de rehenes. Liberá a Nicaragua.
AQ