Nick Cave: duendes, naves quemadas y tristeza infinita

Música

Desde hace casi cuarenta años, su música es el soundtrack perfecto para los sentimientos intensos, desde los melancólicos hasta los más luminosos.

Nick Cave en concierto durante el Music Openair Festival St. Gallen, en 2009. (Foto: Ennio Leanza | AP)
Adrián Acosta Silva
Ciudad de México /

Estoy orgulloso de estas canciones. Son mis sombrías

y violentas criaturas de ojos oscuros

Nick Cave

Entre los ruidos y silencios globales de la prolongada era pandémica, Nick Cave es una voz discreta, que pronuncia susurros inquietantes y fabrica imágenes fantasmales. Atrapados desde hace tiempo entre las luces y ruinas del antropoceno, apreciar la música de Cave equivale a encontrar un refugio en el desierto sonoro de estos años de confusión, enfermedad y muerte, un espacio atractivo no solo para los seguidores fieles de la música del compositor australiano (Warracknabeal, 1957), sino también para quienes han descubierto de manera espontánea o reciente el sonido hechizante de letras y acordes producidos por uno de los últimos rockeros químicamente puros que transitaron sin prejuicios hacia la exploración de nuevas voces, ritmos y sonidos.

Si el rock ha cambiado de piel en los últimos años se lo debe a autores como Cave. Pasó del sonido pospunk de sus primeros discos (From Her to Eternity, de 1984, o Your Funeral my Trial, de 1986), a la suavidad y profundidad de los posteriores (The Boatman's Call, de 1997, o No More Shall We Part, de 2001), hasta los más recientes, lanzados en los últimos seis años, desde el tristísimo y melancólico Skeleton Tree (2016), o Gostheen (2019), hasta Carnage (2021). En esta larga transición, las hechuras de sus obras han abandonado y quemado las naves de los terrenos estridentes del punk (“Red Right Hand”, por ejemplo), para adentrarse en los ritmos suaves del jazz, el blues, el espíritu de la saudade portuguesa, o la búsqueda del duende de la creatividad del que hablaba Federico García Lorca, quien escribió aquello de que “todo lo que tiene sonidos oscuros tiene duende”. Nick Cave pertenece a esa estirpe.

Las canciones de amor, que forman la columna vertebral de las canciones del rock clásico y contemporáneo, tienen su fuente de inspiración en los duendes de la tristeza, escribió Cave en 1999. Pero hoy, “la verdadera tristeza escasea”, dijo Cave en el mismo tono crepuscular del fin de siglo: “Bob Dylan siempre la padeció. Leonard Cohen se centra, específicamente, en su tratamiento. Persigue a Van Morrison como un perro rabioso, y aunque lo intenta, no puede sustraerse a su sombra. Tom Waits y Neil Young pueden, en ocasiones, invocarla”. Esa emoción, la tristeza infinita, es el alma del duende y la saudade, el combustible de la inspiración y la dueña de sus almas hermanas: la nostalgia y la melancolía.

Quizá ningún disco como Idiot Prayer (2020) representa mejor el espíritu de los años de la pandemia. Un idiota significa en griego alguien que ejercita la vida contemplativa, no activa, aislado de los demás, absorto en sus propias meditaciones y reflexiones privadas, desinteresado de los asuntos públicos. Y la Oración idiota de Cave expresa muy bien el significado de la palabra: una plegaria solitaria pronunciada en un espacio vacío, donde el sonido es una mezcla de silencios ocasionales, voces secretas y ecos lejanos. En la soledad del inmenso auditorio del Alexander Palace, de Londres, Cave grabó un disco y un filme totalmente en solitario, acompañado únicamente por un piano. Se trata de un recuento, un repaso por algunas de las canciones que ha compuesto desde hace más de treinta años, un recorrido letrístico y sonoro gobernado por la soledad, el asombro, y los destellos siempre fugaces de la felicidad. “Spinning Song”, “Palaces of Montezuma” (sic), “Man in The Moon”, “Waiting for You”, forman las canciones que aparecen junto con sus clásicas “Jubilee Street”, “Far from Me”, “Into my Arms”, “Higgs Boson Blues”, o “Galleon Ship”. 22 piezas cuidadosamente distribuidas en dos discos que contienen la espina dorsal de la obra acumulada de Cave, que reinventa su estilo y lo colocan de manera apropiada como parte de la pista sonora de estos años de aislamiento y desesperanza dominados por el temor, la paranoia y la incertidumbre.

Carnage (Goliath Records, 2021), por su parte, es el lado más luminoso, por decirlo así, de la música lúgubre de Cave en el tiempo de la pandemia. Junto con su amigo y colega Warren Ellis (un músico extraordinario y arreglista brillante de buena parte de las canciones de Cave), “Hand of God”, “Old Time”, “Lavender Fields”, “Albuquerque”, forman parte de las ocho canciones compuestas por Cave/ Ellis para integrar un disco impresionista, poético, dominado por el piano, sintetizadores, violines, flautas, violas, cellos, y acompañados por suaves coros ocasionales, puntuales, casi insonoros y prácticamente invisibles. La tristeza, el duelo, la muerte, son emociones que coexisten con los afectos, las ilusiones de un reino solar y celeste, los lamentos por las pérdidas, el incendio de viejos barcos de madera tripulados por antiguas convicciones. La metáfora del mundo no escrito como una carnicería, una matanza, representada con hachazos y bisturíes en las palabras del mundo escrito y sonoro creado por Cave.

Escribió Cave a finales del siglo pasado, acaso inspirado en el aire nostálgico del cierre finisecular: “La tristeza o duende necesita espacio para respirar. La melancolía detesta el apremio y flota en silencio”.* Espacio y tiempo entremezclados para alentar la imaginación y las exploraciones, las representaciones de estos tiempos de cenizas, agobio y hastío, donde muchos hombres y mujeres, “sentados en sillas de mimbre/ respiran el futuro exhalando el pasado” (“Dead Man in my Bed”).


* “La vida secreta de la canción de amor”, conferencia pronunciada en 1999 en el South Bank Center de Londres, incluida en el libro Nick Cave, Letras. Obra lírica completa 1978-2019. Libros del Kultrum, España, 2020.

AQ

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