En un pasaje memorable de Los hermanos Karamazov, se reúnen Alioscha e Iván en una taberna para discutir, entre otras cosas, el maltrato a los niños. Iván tiene varias anécdotas. Cuenta sobre una niña de siete años a la que su padre golpea con una vara con espinas mientras esto le provoca un disfrute erótico. “Me consta que hay flageladores de ésos que se calientan a cada golpe hasta la pasión, literalmente hasta la voluptuosidad”. Uno de estos personajes también aparece en Demonios. Stavrogin culpa a la hija de doce años de la casera de haberle robado un cortaplumas por el disfrute que le da contemplar la golpiza. “Cogió la escoba, arremetió contra la chica y empezó a apalearla en mi presencia hasta hacerle sangre”.
Iván habla de una niña de cinco años a quien sus “ilustrados padres azotaban, le pegaban, le daban de puntapiés… convertían todo su cuerpecito en un puro verdugón”.
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Luego cuenta la historia de un siervo de ocho años que accidentalmente da una pedrada al perro favorito de un general. En venganza, este hombre hace desnudar al niño y le ordena correr. Entonces “lanza en su seguimiento toda su salvaje jauría. Lo destrozaron a vista de su madre, hicieron pedazos al muchacho”.
Iván dice que toda la ciencia del mundo no vale lo que las lágrimas de esos pobres niños. Y le pone límites al perdón.
“No quiero que esa madre se abrace con el verdugo que hizo que los perros devorasen a su hijito. Si quiere, que perdone por ella misma… pero el dolor de su hijo lacerado no tiene derecho a perdonarlo”.
Por encima de estas historias, el tema que tratan los dos hermanos tiene que ver con la existencia de dios. Iván le pregunta a Alioscha si se avendría a darles la felicidad a los mortales, “pero que para eso fuese menester, de modo indispensable e ineludible martirizar a ese niñito que se aporreaba con sus puñitos el pecho, y sobre sus no vengadas lágrimas fundar ese edificio”.
“No, no me avendría”, dijo Alioscha.
Les queda flotando un tema que ya no tratan con palabras: el tema del edificio que se ha querido construir con niños inocentes a los que llovió azufre ardiente en Sodoma y Gomorra, el de los niños sin pecado que murieron de peste divina en Egipto, y el del mesías que sobrevivió gracias al nepotismo del que no gozaron los otros niños de Belén. Iván bien pudo decir: “Si quiere, que perdone por él mismo, pero el dolor de su hijo…”.
Al final, Iván no niega a dios, pero cumple con la obligación de “un hombre honrado”: darle la espalda. “No es que no acepte a dios, Alioscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete”.
ÁSS