Niños inocentes

Toscanadas

Un diálogo entre Alioscha e Iván, dos de los hermanos Karamazov, parte de la discusión del maltrato infantil para desembocar en otro tema: la existencia de dios..

En un pasaje de 'Los hermanos Karamazov', Alioscha e Iván se reúnen para discutir el maltrato a los niños. (Pixabay)
David Toscana
Madrid /

En un pasaje memorable de Los hermanos Karamazov, se reúnen Alioscha e Iván en una taberna para discutir, entre otras cosas, el maltrato a los niños. Iván tiene varias anécdotas. Cuenta sobre una niña de siete años a la que su padre golpea con una vara con espinas mientras esto le provoca un disfrute erótico. “Me consta que hay flageladores de ésos que se calientan a cada golpe hasta la pasión, literalmente hasta la voluptuosidad”. Uno de estos personajes también aparece en Demonios. Stavrogin culpa a la hija de doce años de la casera de haberle robado un cortaplumas por el disfrute que le da contemplar la golpiza. “Cogió la escoba, arremetió contra la chica y empezó a apalearla en mi presencia hasta hacerle sangre”.

Iván habla de una niña de cinco años a quien sus “ilustrados padres azotaban, le pegaban, le daban de puntapiés… convertían todo su cuerpecito en un puro verdugón”.

Luego cuenta la historia de un siervo de ocho años que accidentalmente da una pedrada al perro favorito de un general. En venganza, este hombre hace desnudar al niño y le ordena correr. Entonces “lanza en su seguimiento toda su salvaje jauría. Lo destrozaron a vista de su madre, hicieron pedazos al muchacho”.

Iván dice que toda la ciencia del mundo no vale lo que las lágrimas de esos pobres niños. Y le pone límites al perdón.

“No quiero que esa madre se abrace con el verdugo que hizo que los perros devorasen a su hijito. Si quiere, que perdone por ella misma… pero el dolor de su hijo lacerado no tiene derecho a perdonarlo”.

Por encima de estas historias, el tema que tratan los dos hermanos tiene que ver con la existencia de dios. Iván le pregunta a Alioscha si se avendría a darles la felicidad a los mortales, “pero que para eso fuese menester, de modo indispensable e ineludible martirizar a ese niñito que se aporreaba con sus puñitos el pecho, y sobre sus no vengadas lágrimas fundar ese edificio”.

“No, no me avendría”, dijo Alioscha.

Les queda flotando un tema que ya no tratan con palabras: el tema del edificio que se ha querido construir con niños inocentes a los que llovió azufre ardiente en Sodoma y Gomorra, el de los niños sin pecado que murieron de peste divina en Egipto, y el del mesías que sobrevivió gracias al nepotismo del que no gozaron los otros niños de Belén. Iván bien pudo decir: “Si quiere, que perdone por él mismo, pero el dolor de su hijo…”.

Al final, Iván no niega a dios, pero cumple con la obligación de “un hombre honrado”: darle la espalda. “No es que no acepte a dios, Alioscha, pero le devuelvo con el mayor respeto mi billete”.


ÁSS

LAS MÁS VISTAS