Nique nique | Por David Toscana

Toscanadas

“La música puede ser algo maravilloso, pero hay que pensar dos veces antes de regalarle una guitarra o un piano o cualquier instrumento a un hijo de espíritu mediano”.

Sor Sonrisa, cantante belga. (Especial)
David Toscana
Madrid /

Últimamente aparecen pianos en los aeropuertos. No cualquiera se atreve a tocarlo. Hay que tener un mínimo de educación pianística para hacerlo. De pronto aparece un espontáneo y toca “Castillos de hielo” o alguna pieza popular. Recibe aplausos pese a su mediocridad. Algunos letreros dicen que el piano no está ahí para que alguien demuestre su talento artístico, sino para “bajar la ansiedad”.

Hay mucho músico sin talento que toca en las calles. Cuando era niño, pasaba por casa el hombre del saxofón. Mi madre me decía: “Dale un peso para que ya se calle”. Pero al día siguiente volvía por su peso. Entonces debíamos fingir que no había nadie en casa.

La música no necesita gran nivel para ser agradable e incluso volverse popular. Una monja de pobrísimas facultades musicales se pone a cantar “Dominique nique nique”, y se vuelve un éxito mundial. Ocurre que a veces la música puede tener algo de comedia y triunfa más como chiste que como música. “What's-a matter you? Hey! Gotta no respect? / What-a you t'ink you do, why you look-a so sad? / It's-a not so bad, it's-a nice-a place / Ah shaddap-a you face!” Pero el chiste cansa pronto.

La música puede ser algo maravilloso, pero hay que pensar dos veces antes de regalarle una guitarra o un piano o cualquier instrumento a un hijo de espíritu mediano. En vez del grandioso futuro que le esperaba como hombre de negocios, con yate y avión privado, puede terminar tocando en tabernas de medio pelo. “Sing us a song, you're the piano man / Sing us a song tonight / Well, we're all in the mood for a melody / And you've got us feelin' alright”.

La gente necesita un público. En algunas plazas se reúnen jóvenes y hacen un baile que, no sé por qué, en las escuelas se llama “bailable”. Algunos se detienen a ver el espectáculo y aplauden. Suelen ser unos mediocrazos, pero el público aplaude. El mismo grupo bailando en un auditorio sería abucheado.

Nadie desea tanto un público a través de su incompetencia como los chicos que hacen tristes cabriolas con la patineta.

Hoy vi una mujer que en el Paseo de Recoletos estaba pintando el empalagoso Palacio de Cibeles. Más que contenta por pintar, parecía contenta porque la vieran pintar.

Supongo que los acordeonistas callejeros que llegan a Madrid de la Europa oriental han de saberse muchas piezas de su tierra, pero el enzoquetado turismo les limita el repertorio, tal como limita la oferta culinaria en las tabernas. Así, sólo tocan “Por una cabeza” y “Bella ciao”. Al principio pensé que eran cosas del tango o nostalgia de la resistencia italiana durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no, alguien me explicó que era música de una película y una serie.

También los escritores necesitamos un público. Y a veces los que mayor público y más numerosos aplausos tienen son los que escriben “Dominique nique nique pobremente por ahí”.

AQ

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