Utilicé un generador de números aleatorios para elegir uno de mis libreros, luego para elegir un estante, entonces para elegir un libro, luego una página y finalmente una línea. Supuse que encontraría una revelación tal como hacen los que abren la Biblia en caprichosa página. Pero la frase elegida por la providencia fue: “No hay que decirle que es guapo”. Pensamiento de una tal Elena Petrovna en la novela Saschka Yegulev, de Leonid Andréiev. No supe para qué podía servirme tal frase, pues no tenía entre mis planes hacerle notar a nadie su guapura, así es que decidí tomar otro turno en la lotería.
Ahora el azar me dio una frase más larga, de Juan de la Encina, que no Juan del Encina: “Cuando ya entraba Goya en la vejez, la historia calzó una vez más en España el coturno de la tragedia, y la única aristocracia que hubo digna de aquella hora tremenda fue el pueblo, que dicen soberano y que nunca lo ha sido, ni parece que lo será, a pesar de los demagogos al uso, el cual, con su imponente espíritu de sacrificio, supo mantener enhiesta la dignidad de la nación española”.
Esa frase sí me dio para pensar en la insurrección del dos de mayo de 1808, el cuadro de los fusilamientos de Francisco de Goya, los ecos que esa guerra tuvo en México con el asunto de Pepe Botella y Fernando VII. Sobre todo, reflexioné en las palabras del autor sobre el pueblo que nunca ha sido soberano, ni entonces ni ahora. Y recordé que en otro libro había leído ciertas palabras de uno de los inútiles Borbones, contento de que los franceses hubiesen aplastado la revuelta popular, ya que la realeza y la aristocracia prefieren someterse a un poder extranjero que a un pueblo sublevado. En tal ocasión, el hermano del rey de España le dijo al general francés que había aplastado a los insurrectos: “Estamos muy satisfechos de que haya sucedido esto. Ya no se atreverá nadie a decir que un ejército puede ser derrotado por paisanos armados con palos y cuchillos”.
Así, con más acomodo y traición que luces, los borbones se han mantenido hasta la fecha en el trono.
Al cerrar el libro, me dio curiosidad leer a Juan del Encina, que no de la Encina, llamado el padre del teatro español, y a quien bien se le daban los versos. Tomé la antología Mil años de poesía española. “Ojos garços ha la niña: / ¡quién ge los namoraría! / Son tan bellos y tan bivos / que a todos tienen cativos, / mas muéstralos tan esquivos / que roban el alegría”.
También compuso aquella canción que dice: “Comamos y bevamos tanto / hasta que nos rebentemos, / que mañana ayunaremos”.
Y yo, con su permiso, tengo unas costillitas de cerdo en el horno. Salud.
AQ