No me ames es por desgracia un buen ejemplo de cine de festival. El griego Alexandros Avranas es tan consciente como cualquier estudiante de cine mexicano de que con mucha violencia y una historia truculenta llamará la atención de los intelectuales que se niegan a disfrutar de un final hollywoodense. La historia de No me ames, dice Avranas, la leyó en un diario: una pareja burguesa decide contratar a una mujer para que les sirva de madre subrogada. Ella es una guapa inmigrante que sin embargo nos deja helados cuando comienza lo que sospechamos: el cine de festival se hace presente y devela, gratuita, la violencia. Violencia de género en este caso. Si lo que el autor quiere es visibilizar el sufrimiento de las mujeres, hay algo perverso en su película. Uno se queda con la impresión de que Avranas está disfrutando. Y quiere que el público también se deleite con los golpes y la humillación de una mujer. Es como si el denunciante se hubiese transformado en lo denunciado, de modo que la cinta termina por volverse un elogio del maltrato. El arte que visibiliza la miseria se transforma en arte miserable, como el que promueve el posmodernismo. Es una lástima.
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El cine griego ha producido en las últimas décadas algunos de los filmes más hermosos del arte europeo. Desde el gigante Angelopoulos hasta el casi desconocido Panos H. Koutras, Grecia se distingue en el panorama del cine por una visión sensual como sus mares. A menudo se habla del “nuevo cine griego”, de una nueva ola caracterizada por personajes entrañables y una suerte de nostalgia no tanto por el pasado glorioso que se esconde hoy en las ruinas sociales de Europa, sino por un futuro que se plantea tan incierto como el de los niños que viajan en Paisaje en la niebla de 1988. Este nuevo cine tiene nostalgia por el futuro, por lo que el capitalismo salvaje está haciendo con su país, por lo que la Unión Europea está creando en una sociedad que con desgano pasa del soleado mundo del turista al trajín del ciudadano global.
No me ames pareciera anunciar que esta sabrosa nostalgia por el futuro ha terminado por contaminarse de la decadencia de un cine mundial que se encuentra desgarrado entre la frivolidad estadunidense y la pesantez del cine de Francia.
Sin nada interesante que decir, Alexandros Avranas continúa explorando en No me ames los temas con los que se dio a conocer en 2009 con la película Without, un retrato frío, carente de emociones. Una sociedad débil produce un cine que mira con desdén la condición humana, lo que la crítica ha terminado por llamar la Nueva Ola Bizarra (Weird Wave) del cine mundial.
Lo que parecen desconocer tanto Avranas como los autores que en el mundo elogian la violencia a fuerza de querer concientizarnos, es que un noticiario de la noche en cualquier parte del globo ofrece más violencia que todas sus ficciones. Este cine de aspiraciones posmodernas, de “historias mínimas”, ha sido superado por la Historia misma. Los seguidores de Lyotard y el posmodernismo no parecen haber notado que han vuelto a ponerse de moda en Occidente los grandes discursos, las narrativas grandilocuentes. El cine en que no sucede nada aburre a todo mundo; el cine en que lo único que sucede es violencia, repugna. Poco importa que los festivales promocionen esta forma de retratar al ser humano. El público está dando la espalda a una imagen tan horrible de lo que es la humanidad.
ÁSS