¿Qué significan un nombre o un apellido? Preguntas semejantes dispara la dulce Julieta Capuleto inclinada en el nocturno balcón hacia su inmediatamente amado-enamorado Romeo Montesco:
“¿Qué significa Montesco? No significa mi mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna de nadie. ¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo perfume si se llamase de otro modo. Y Romeo, aunque tuviese nombre distinto, conservaría las raras perfecciones que atesora”.
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Pero de nada servirá la razonable rebelión de la doncella contra la gratuidad semántica de los nombres y apellidos: los dos inocentes enamorados precisamente irán a la muerte a través de una trama de odios y aún más: el mismo gran autor de esa tierna y feroz tragedia portaba un apellido que significa “sacudidor de lanza”: Shakespeare (to shake: sacudir; spear: lanza), y, a menos que alguna vez blandiese en el teatro una lanza de guardarropía, haciendo un papelito de lancero (pues también era actor milusos), no habría blandido en toda su vida otra cosa que la pluma de ganso, mojada en tinta y no en sangre, y solo para escribir las obras de, casualmente, un tal William Shakespeare.
Por otro lado, en esto de los nombres y apellidos, los hay premonitorios, determinantes de un destino. Un gran poeta portugués del siglo XX se apellidaba Pessoa, que en su idioma natal significa “persona”, que a su vez significa en latín (según el inmarcesible Joan Corominas) “máscara de actor” o “personaje teatral”. Y da la casualidad que Fernando Pessoa era creador y portador de varias personas poéticas en función de heterónimos, vale decir máscaras o personajes, y todos eran poetas: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos y quizá algunos más que pululaban en su espíritu de gran poeta y tenaz lisboeta.
Por ejemplo: ¿qué significa Bonifaz? El nombre, que también es apellido, deriva (según Gutierre Tibón) del vocablo latino Bonifacius, que a su vez significa bonum facio, “hacer el bien”, y esto, según mi lexicón personal, debe, en el caso de Rubén Bonifaz Nuño (nacido en Córdoba, Veracruz), entenderse tanto en el sentido de ser hombre bueno como en el de hacer bien las cosas: ser buen hacedor, un miglior fabbro.
Bonifaz: un apellido de buena faz, a la vez rotundo y tierno, que parece dar buena suerte a su portador y da gusto hacerlo rodar sonoramente con sus cuatro sílabas (es palabra aguda, luego la última sílaba vale por dos). ¿Y acaso no es reconfortante saber que existió en el mundo un hombre tan espléndidamente llamado Rubén Bonifaz Nuño?
Si su tocayo Rubén Darío profirió aquello de “¡Torres de Dios, poetas, liróforos celestes!”, Bonifaz fue, a mucha honra, un liróforo terrestre. Él cantaba asuntos de la tierra, de aquí y de ahora, del hombre citadino, del ser humano espiritualmente en pelotas y a veces en los huesos, de la ciudad y de sus infernales salones danzantes (donde “buena es la vida/ con baile, terror y sinfonolas”); y en sus poemas no hay más cielo que el visto por el poeta reflejado en los ojos de la mujer amada, deseada, destinada a la pérdida entre el recuerdo y el olvido (“juego a perderte/ y a descubrirte,/ y sé que te descubro/ siempre mejor de como te he perdido”).
LVC