Sucesor del guerrero en los poemas de la antigüedad clásica y del caballero en las sagas medievales, el detective es uno de los héroes de la literatura contemporánea. A diferencia de sus antecesores, sin embargo, es un héroe vulnerable, incierto, cercano. Allí está el misógino Sherlock Holmes, el desencantado Mario Conde o el excéntrico Hercules Poirot para despertar nuestra curiosidad y admiración pero también nuestro humor cómplice.
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El nacimiento del detective moderno, bajo el nombre del joven Auguste Dupin en Los Crímenes de la calle Morgue, es una renovación del antiguo culto que los escritores sienten por quien busca revelar la verdad oculta de su sociedad. Es por eso que el detective es un delegado del escritor. Solitario, inconforme, hurga detrás de las apariencias para descubrir lo que realmente ocurrió, lo mismo que hace cualquier escritor que se precie de serlo. Uno de los mayores representantes de la literatura criminal, G. K. Chesterton, creó a su propio detective otorgándole un sesgo religioso: el padre Brown. A propósito de todo ello, Chesterton definió de un modo famoso al criminal como el artista y al detective como “tan solo” su crítico literario.
Y ahora viene el gran Javier Cercas a agregar a un nuevo héroe moderno. Viudo, hijo de una prostituta, ex mosso de la policía catalana, Melchor Marín aparece en el inicio de El Castillo de Barbazul (Tusquets) como el único padre de una única hija, Cosette. El nombre de la muchacha que ya es una adolescente (aparecía como una niña en Terra Alta y en Independencia) es un tributo a Los Miserables, una lectura que ha dejado marcado a Melchor Marín.
La historia surge desde un punto crucial. En uno de los primeros episodios, Cosette desaparece. A partir de entonces la novela toma un rumbo que Cercas ya ha explorado con gran éxito: la búsqueda de alguien que el sistema busca ocultarle. Ocurrió con Toni Miralles en Soldados de Salamina y con otros personajes suyos. Buscar al ausente, al perdido, es un proceso que se relaciona con nuestra experiencia existencial. Todos estamos siempre buscando a algún desaparecido.
En el camino, mientras busca a su hija, Melchor va a encontrar innumerables aliados y obstáculos. Al final, la novela se convierte una denuncia social, una historia de familia, una exploración en la solidaridad y un asomo a los abismos del mal. La principal lección del libro es el poder de la camaradería, representado aquí por los que se juntan para tomar el castillo de Barbazul. Si Cercas hacía una exploración del papel de los padres en Anatomía de un instante y El Monarca de las sombras, ahora se dedica a explorar la relación con las hijas. Carrasco, Bly y Cosette rebosan de una vida concreta y palpitante. Imbuidos por una pasión moral, estos personajes laten en escenas notables, con un manejo maestro de los diálogos y de las descripciones.
En el centro de todos ellos está Melchor que ya es nuestro. El mundo moderno carece de héroes pero a veces las novelas pueden darnos uno.
AQ