¡Nos van a ver, nos van a ver!

Ser mujer en México

Decir que fue conmovedor haber estado ahí es poco. Fue una conmemoración, solemne, honesta, genuina, enérgica.

Marcha 8M (Foto: Fernanda López)
María Elizondo
Ciudad de México /

¡Ahora que estamos juntas, nos van a ver, nos van a ver!, esta fue una de las muchas consignas que se gritaron este domingo en la marcha de mujeres en Ciudad de México.

Fue esperanzador escucharla una y otra vez: “¡Nos van a ver! ¡Nos van a ver! ¡Estamos juntas, nos van a ver!”

Es cierto, si no estuvimos juntas antes, ahora sí lo estamos, lo seguiremos estando. Si antes vivimos en la invisibilidad, ahora no más.

Decir que fue conmovedor haber estado ahí es poco. Fue una conmemoración solemne, honesta, genuina, enérgica.

Fue un acto “de lucha y de protesta, este día, no es de fiesta”, como expresaron tantas mujeres que también decían: “estamos marchando, no estamos celebrando”.

Hubo organización en y entre los contingentes. Desde el inicio en el Monumento a la Revolución se vieron grupos de mujeres que llegaban para adueñarse de las calles, como no lo logran hacer en el día a día. Los familiares de víctimas de feminicidios llevaron la delantera entre los contingentes, y se supo que mientras miles de mujeres arribaban al Zócalo otras tantas continuaban en el punto de partida, deseosas de emprender la marcha.

Predominó la inclusión y el respeto y fue posible caminar entre un contingente y otro. Ahí, marchando, todas éramos una y la misma, daba igual: madres con hijas e hijos, grupos de discapacitados, mujeres transgénero, mujeres solas, todas con un común denominador: ser víctimas de la injusticia y la violencia, en todas sus gradaciones.

Muchas mujeres portaban imágenes de familiares muertas o desparecidas, la tristeza y la indignación visibles en sus rostros: “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”.

Hubo consignas de amistad y solidaridad: “Mujer, hermana, si te pega no te ama”.

Marcha 8M en CdMx (Foto: Itzaxaya Campos)

La marcha no terminó sin incidentes —como era difícil que sucediera—, pero en general el ambiente fue de tranquilidad y de paz, de sororidad. Por este día, al menos en la marcha, las amenazas de cotidianas parecieron borrarse.

Haber sido parte de esa concurrencia abrumadora, pacífica, que proactivamente y de manera inclusiva anduvo porque quiere un país mejor, fue memorable y un privilegio.

Sentir esperanza en la colectividad es algo de lo que México nos da poco, sobre todo debido al oportunismo de tantos grupos que lejos de buscar el bien común buscan desestabilizar y desvirtuar para llevar agua a sus molinos.

Aquí, más allá de ideologías, un número abrumador de mujeres, por desgracia unido en la tragedia, representó a cincuenta por ciento del país.

Algunos pocos hombres hicieron acto de presencia y marcharon entre las mujeres, portaron pancartas o imágenes de algunas que ya no están entre nosotras. Otros estuvieron como meros espectadores, algunos llevaban prendas moradas —cachuchas o pañuelos— en señal de solidaridad. Otros vieron pasar a las mujeres desde la banqueta, en silencio —un respiro también—, hubo fotógrafos encaramados en los postes. Hubo tantas cosas más, y una no podía dejar de pensar en lo extraño que es para una mujer estar en una posición de tener voz y ser escuchada.

Otras consignas llamaron a las mujeres a no estar más en una parálisis que naturalmente es la que provoca el miedo de ser mujer en México: “Mujer, despierta, esta es tu lucha”, y también: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”.

Hoy fue esperanzador ver a las mujeres exigir los derechos más básicos que se nos siguen negando en este país, entre ellos el derecho a la vida. Hoy se sembró la idea de que en la unión podemos lograr cambios, y de que nunca más las mujeres estaremos calladas, le pese a quien le pese.

En uno de los momentos más conmovedores de la marcha, no hubo consignas, no hubo alboroto: hubo silencio y puños alzados, y una sensación de consuelo en la unión entre nosotras.

yhc

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