El Nosferatu de F. W. Murnau es eterno, el de Robert Eggers es efímero. En cuanto salga de las pantallas va a estar muerto. Este problema de reinterpretar un clásico al que, si no se le puede mejorar nada, lo que sí se demuestra es que no se tuvo a la altura del original o del maestro. El Nosferatu de Murnau creó el canon del miedo como seducción y ese canon indicó que el error, para ser efectivo, tiene que seducirnos, mantenernos retenidos ante lo que odiamos y ante lo que tememos, el problema de la película de Eggers es que no seduce, no causa miedo, no causa inquietud, ni siquiera provoca la curiosidad de saber cuál será el destino de los personajes, todo está tan explicado, tan repetitivo que pareciera que Eggers se estaba autoexplicando la película, tratando de poner en orden sus ideas frente a un tema que para él mismo era una obsesión.
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Eggers siempre quiso filmar esta película, desde niño, tal vez haber pensado tanto en ella le restó la espontaneidad y la audacia de crear un vampiro que se depositara en la memoria colectiva. La decepción empieza cuando revela todos los misterios en los primeros minutos de la película. El personaje femenino convoca a un espíritu, no sabemos quién y el que atiende el llamado es Nosferatu. En ese momento, Eggers se denuncia a sí mismo moralígeno y convierte al vampiro en la representación del mal. Todas las desdichas que caen sobre los personajes y las desgracias que azotan la ciudad como la peste y el miedo provienen de la convocación que hace una mujer y la presencia de un vampiro que además sigue viviendo en su castillo.
Eggers piensa que lo oscuro, lo nocturno, lo crítico tendría que ser malévolo en sí mismo y es el punto en donde se convierte en predecible y entonces perdemos el miedo. Los actores están sobreactuados, hay exceso de posesiones de espíritus malignos, exceso de conversaciones explicando la película y hasta de risas, llega un momento en que no sabemos de qué se ríen los personajes, Eggers supone que los malvados ríen y los buenos lloran.
La caracterización del vampiro es tal vez el error más grande. No es un vampiro, es un monstruo con una voz cavernaria más adecuada para un personaje de Marvel que para un personaje clásico, las virtudes que la película tiene son la espléndida fotografía de Jarin Blaschke inspirada en los paisajes de Caspar David Friedrich, el diseño de vestuario y maquillaje de las mujeres inspirado en las pinturas de Sir Joshua Reynolds y la música de Robin Carolan.
Una ausencia muy grande es el impacto de la peste en la sociedad, la peste transformó Europa, fue tema de muchas obras de arte desde el Decamerón hasta el barroco más oscuro y a pesar de que es una de las maldiciones que trae la presencia de este monstruo vampírico tampoco refleja el poder que el mal podría ejercer sobre la realidad. Para los que amamos a los vampiros y los esperamos con las ventanas de nuestra habitación abiertas y la piel deseosa de una mordida, el vampiro de Eggers no nos provoca el deseo de ser poseídos.
AQ