Nota mínima: Zaid, 90 años

Homenaje

Celebramos 90 años del poeta y ensayista con dos aproximaciones a su obra, en la cual confluyen el rigor y la imaginación.

Las propuestas de Zaid son precisas. Suelen tener efecto y respuesta.(Foto: Eugene Lagunov)
Julio Hubard
Ciudad de México /

El último siglo ha sido grande para la literatura mexicana. Grandes autores, grandes obras y grandes apuestas en obras ambiciosas. En medio, Gabriel Zaid tendió una línea de luz entre autores que deslumbran, asombran o abruman al lector con obras de enorme complejidad (Blanco, Farabeuf, Terra Nostra…). También ha sido un siglo de cargosas ideologías cuya obesidad prosística hizo denso y a veces intransitable el pensamiento libre. Y Gabriel Zaid halló siempre soluciones capaces de deterger los cuajarones ideológicos. Durante casi 70 años, ha publicado poemas, ensayos y artículos perfectos, transparentes. Y no solo eso: también se encargó de hacer navegable y habitable el océano de la poesía con antologías que se han convertido en las vértebras de la historia literaria.

La característica central de toda su obra es al mismo tiempo muy fácil y muy difícil de señalar. Fácil, porque sucede cada vez que uno lee algo suyo. Como me dijo Hugo Hiriart: “nunca he leído algo de Zaid sin aprender cosas nuevas”. Difícil, porque el acontecimiento que juzgo central no lo hallo en la lectura sino en mí: Zaid me hace más inteligente. Su rigurosísima prosa es capaz de hacerme creer que las ideas, incluso las más arduas, incluso de disciplinas que no conozco (cálculos econométricos), son claras, distintas y hasta fáciles de recordar y reproducir. Y sus poemas tienen algo semejante, pero ya habrá lugar de celebrar su poesía.

Ese hombre que se oculta del público ha escrito las mejores páginas de la lengua española acerca de lo público, como concepto político, editorial, de lectura, de ética ciudadana. Y con un giro único. La crítica de los intelectuales, la comentocracia y el periodismo suelen cumplir con el objetivo de señalar lo fallido, el mal, la corrupción. Difícilmente se halla crítica de Zaid que no proponga soluciones viables y posibles.

Es un triunfo de la imaginación. Desde La poesía en la práctica hasta Cronología del progreso, Zaid insiste en celebrar y explicar la capacidad humana que hace posible lo imposible: que lo irreal (las ideas, la imaginación) gobierne lo real. Lo ha ejemplificado él mismo; ha recurrido a Platón y Aristóteles, al Génesis y a Popper, a muchos libros, pero también al pequeño productor agrícola, al comerciante de menudeo, al editor independiente. Por eso le resultan tan lastrantes las burocracias y los gigantismos: convierten a las personas en recursos de una maquinaria sin espíritu.

Sus propuestas son precisas. Suelen tener efecto y respuesta. Casi todas, excepto una, central: la economía de lo pequeño. Sucede algo extraño. Por ejemplo: no hay empresario, gobernante, lector inteligente que, leyendo a Zaid, no se admire y persuada de que la economía de lo pequeño es fundamental, pero en cuanto alza los ojos de la página, vuelve a pensar en modos gigantistas. Todos entienden; casi nadie actúa. Esta es nuestra deuda con Zaid. No es una deuda intelectual, solamente.

Muchos liberales ingenuos pensábamos que el gigantismo y los elefantes blancos iban desapareciendo y, de pronto, han regresado, with a vengeance. A ver si ahora…

Por Armando González Torres

Un libertario

Gabriel Zaid es el poeta excepcional y conciso, el investigador literario y el revelador ensayista; sin embargo, la faceta más popular de este autor es la del escritor práctico, productor de ideas útiles para atender problemas sociales perentorios. En una época dominada por las inercias ideológicas, cabe preguntarse de dónde surge el luminoso pragmatismo de su pensamiento.

    Zaid es uno de los representantes más agudos de esa vena libertaria que reivindica a la persona ante la rigidez de las ideologías o de los grandes aparatos políticos y burocráticos, que critica costumbres e instituciones (las universidades, los credencialismos) y que propone de manera muy concreta formas de producción, organización y gestión alternativas. En este sentido, el pensamiento libertario de Zaid sería una teoría antropológicamente optimista, de raíz festivamente anarquista (Kropotkin, que fue zoólogo, señalaba, en oposición a Darwin, que la cooperación, más que la competencia, juega un papel central en la evolución humana) que aboga por la minimización del Estado y la maximización de la autogestión.

     Efectivamente, al lado de la imagen del hombre como verdugo de sus congéneres, hay ejemplos de inclinación innata a la reciprocidad y el altruismo y todas estas tendencias se desarrollan con anterioridad a los Estados, lo que sugeriría que los hábitos más beneficiosos a la sociedad no requieren de leyes complejas y grandes aparatos coercitivos para arraigarse. Así, el filo-anarquismo de Zaid provendría de su crítica a las entelequias modernas, de su revaloración de concepciones heterogéneas del desarrollo y el bienestar y, sobre todo, de su sentido común e instinto práctico. 

      Aunque la vertiente libertaria está presente en toda su obra, el libro en donde resulta más evidente es 'El progreso improductivo' (1979). Publicado en el apogeo del modelo de desarrollo mexicano basado en el protagonismo del Estado, el libro rebasa su carácter local y coyuntural y se inserta de lleno en una discusión sobre el sentido y el rumbo de la modernidad y sus fetiches más caros. 

     El libro comparte inquietudes con una serie de visiones anticonvencionales del desarrollo, preocupadas por la anomia y la fragmentación social, los daños al ambiente y los saldos en desigualdad de los modelos hegemónicos. Sin embargo, si bien 'El progreso improductivo' participa de un clima de ideas y dialoga con una rica constelación de pensadores heterodoxos, que van de Ivan Ilich a E. F. Schumacher pasando por Jacques Ellul, su enfoque, sus fuentes y su estilo son absolutamente originales. 

     Desde la antropología filosófica hasta la administración de empresas pasando por la sociología; desde la parodia literaria hasta las propuestas económicas puntuales, 'El progreso improductivo' rechaza su adscripción a un solo género e incorpora las más diversas perspectivas y las más variadas modalidades de exposición. Con este libro, Zaid marca su estilo que cuestiona el dogmatismo de los modelos inflexibles y genera, no pocas veces a la irónica manera de Jonathan Swift, “pequeñas proposiciones” tan divertidas e imaginativas como efectivas.

ÁSS

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