Con la profundidad de Mirreyes vs. Godínez pero la pretensión de advertir el futuro, Michel Franco estrena Nuevo orden, una película que carecería de interés si no hubiese ganado el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Venecia.
El hecho histórico de que películas como Los olvidados de Buñuel o Amores perros de González Iñárritu hayan sido criticadas por ofrecer un supuesto retrato insultante de México no implica, por supuesto, que toda obra que muestre tal retrato de México sea una joya. Nuevo orden no es ninguna joya y, sí, ofrece un retrato insultante de México o, más específicamente, de los mexicanos pobres. Esto no estriba en el hecho de que Franco se identifique con los ricos. Está en su derecho, por otra parte. El problema está en identificar a los mexicanos de raíz prehispánica con toda maldad moral. Los pobres en esta película son intransigentes, avaros y, claro, muy violentos.
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Todo comienza con una boda de gente bien. Los novios tienen, sin embargo, la mala fortuna de que justo ese día estalla en México el descontento social. Los disturbios carecen de ideología. Y es justamente esta omisión la que permite el comentario social. Porque lo único que sabemos es que los pobres que se han rebelado son morenos, y van a atormentar a los ricos que son blancos. Más cuando entre en escena el ejército y llegue la tortura, el secuestro, la persecución y, en el colmo de la insensibilidad política, un destino similar al de una caricatura del Holocausto. Llegados aquí, el mensaje está servido. Porque los nazis de Nuevo orden no tienen ideología, pero tienen, todos, el mismo tono de piel. Poco importa la carencia de talento en el manejo de los planos, el desperdicio de estos magníficos actores y un diseño de producción que sólo engaña al más distraído, porque preocupa el miedo, el miedo que siente el guionista y productor de esta película por un grupo social muy definido.
Ya se ha dicho: apoyar al cine mexicano significa hablar bien del buen cine mexicano, no del panfleto que explota los prejuicios de la prensa europea en torno a los muchos problemas que tiene este maltrecho país. Justo por eso, obras como las de Michel Franco o las de Amat Escalante tienen tanto éxito en los circuitos culturales de Europa, porque explotan la miseria de México en el peor de los sentidos: simplificándola, poniéndola al nivel de una caricatura narrativa en que sólo hay buenos (blancos) y malos (morenos).
Ahora bien, dicho todo lo anterior uno podría pensar que tal vez Nuevo orden sea una película que ideológicamente resulta deleznable pero que tiene valor fílmico. Después de todo, Leni Riefenstahl, ideóloga de Hitler, filmaba bien. Pero no. Desde el punto de vista formal, Nuevo Orden es muy menor. Y quien se sorprende por el modo en que Paseo de la Reforma ha sido retratado en esta distopía apocalíptica no parece haber visto cómo retrató Cuarón la colonia Roma. En tiempos de Photoshop hay que tener cuidado y no confundir lo grandioso con lo grandote. La película de Franco tiene factura, pero eso es lo mínimo que hoy se puede pedir.
Si Nuevo orden fuese de zombis, con el cinismo que permiten esta clase de farsas, el director hubiese podido exorcizar sus miedos. Reírse de sí mismo y de todos los que se burlan de él. Pero Franco se toma tan en serio que lo peor de esta obra no es el retrato de México, es el tonito de iluminado lleno de pretensión.
AQ | ÁSS