Voz pública, se entiende y, por voz, escritura, tinta y papel. Dos cosas sucedieron: que el periódico se imprime aun por mera cortesía con los viejitos y que ya nadie carece de voz pública. Y si el mundo está dispuesto para las democracias representativas, la representación ya no existe. El intelectual hablaba por quien carecía de voz, de modo paralelo al diputado, que representaba un sector y hablaba por él. Ni unos, ni otros porque ya nadie necesita intermediario para expresarse públicamente.
Como juego, hice una exploración simple: busqué el número de vistas que tienen algunos famosos intelectuales en sus videos de YouTube más reproducidos. Quienes comienzan su voz pública desde la escritura (por ejemplo: Slavoj Žižek, Camille Paglia, Bernard–Henri Lévy, Judith Butler) alcanzan famas que van, en ese orden, desde 1.3 millones hasta medio millón de vistas. Ellos han criticado a las formas políticas, morales y jurídicas; son rebeldes y han desafiado a los sistemas jurídicos y políticos mientras defienden a la sociedad, la gente, la persona.
Pero son ligas menores frente a otros nuevos intelectuales. Por ejemplo: Ben Shapiro (5.9 millones de vistas), Milo Yiannopoulos (7 millones), Jordan Peterson (10 millones), que son nativos del video. Estas nuevas grandes estrellas de la opinión pública son todos muy conservadores; son polemistas temibles, ágiles, filosos, pero escritores muy pobres y aburridos. Y se colocan justo al revés: desafían a la sociedad y defienden el sistema jurídico y político.
El mundo de los lectores sigue sorprendiéndose de que haya ganado un tipo como Donald Trump: nadie escribió nada inteligente en su favor, pero ganó. Quizá valga un asomo a los números como analogía para nosotros: por cada butleriano hay diez shapiristas, quince milosistas (Milo llama daddy a Trump) y veinte petersonistas velocísimos para eviscerar discusiones de géneros performativos; por cada espectador de la rebeldía hay entre diez y veinte “reaccionarios de vanguardia”, por llamarlos de algún modo: Milo es un dandi sobreactuado, escandaloso, brillante, cuya prosa resulta legible y aburrida; Shapiro es el muchacho bien portado y de lengua cortante, excepto en sus escritos, correctos y aburridos, y Peterson es el profesor articulado, valiente, capaz de derrotar vanguardias ciegas con una saludable dosis de sentido común, pero autor medianísimo, como vástago ilustrado de la autoayuda. El nuevo intelectual no deriva de la escritura: es un histrión de la polémica.