El odio es una pasión natural, pero condenada por portavoces de las buenas costumbres y la pertinente moral. Sin embargo, la gente más buena es la que mejor sabe odiar. Lo vemos en la política, la religión, los activismos y las relaciones de pareja.
Así, el poco hombre que no se supo ganar el apego de una mujer, puede dedicar una ristra de insultos y malos deseos. “Ojalá que te mueras, que se abra la tierra y te hundas en ella, que todos te olviden”, cantan mis paisanos. Y, aunque muchos lo creímos un odio político, lo cierto es que también Silvio Rodríguez le canta a una mujer: “Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta, ojalá pase algo que te borre de pronto”.
Porque el que ama es bueno, y quien no corresponde es ruin.
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Tolstói moralizaba a granel en sus textos de senectud, y entre más bueno se sentía, más hostil se volvía. Tan buen corazón lo convirtió en un ser que emponzoñaba a sus allegados, sobre todo a la mujer, a quien sí le dedicó incontables palabras de aborrecimiento.
Los antiguos griegos admiraban la ira de Aquiles y tomaban ejemplo de ella porque aún no venían los teólogos a contaminarlos con bondades celestiales. “Dios es amor”, dicen. Por eso tiene derecho de ser el más brutal de los enemigos.
La segunda venida de Cristo es un acto de venganza. “Porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación”. Y todo porque él es bueno, y quienes no correspondemos a su amor debemos ser torturados eternamente. Se aparecerá en las nubes con un aria de Verdi: “Sì, vendetta, tremenda vendetta, di quest'anima è solo desio”. Ay, Jesús, ya no me quieras tanto. Y el bueno de San Juan Evangelista en su Revelación tampoco está lleno de buenos deseos.
El odio racial y religioso parte de sentirse que uno juega en el equipo de los buenos. Algo parecido a Juan Bautista, que desprecia a otros desde sus axiomas: “¡Generación de víboras! … ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”.
Christopher Hitchens habló de toda la perversidad que había detrás del amor de la madre Teresa mientras se fingía la persona más bondadosa del mundo. Certeramente dijo que ella “no era amiga de los pobres; era amiga de la pobreza”.
Decía San Pablo que “el amor no se goza de la injusticia”. Suena bien, salvo porque el amor establece muy a su conveniencia los parámetros de la justicia e injusticia.
He visto que el sentimiento de odio se nos pasa pronto a los malvados que odiamos por odiar. En cambio es una pasión muy duradera, inclinada a la venganza, en los bondadosos que odian por amor.
AQ