Once aforismos de Lev Tolstói

Literatura

Estos fragmentos pertenecen al libro Aforismos, editado por el Fondo de Cultura Económica, con selección, traducción y prólogo de Selma Ancira.

Lev Tolstói, autor de 'Ana Karenina' y 'Guerra y paz'. (Montaje digital: Ángel Soto)
Laberinto
Ciudad de México /

Llegará un día en el que los hombres dejarán de combatirse, de hacerse la guerra, de condenar a las personas a muerte; un día en el que se amarán los unos a los otros. Y ese momento llegará ineludiblemente, porque en el alma de todos los hombres se ha implantado el amor por sus semejantes, y no el odio. Hagamos cuanto podamos para acelerar la llegada de ese momento.

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En la desigualdad entre las personas son tan culpables quienes se ensalzan a sí mismos frente a los otros como quienes se reconocen inferiores frente a los que se ensalzan.

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¿Por qué el cristianismo se ha pervertido tanto? ¿Por qué ha caído tan bajo la moral? La razón es una: la fe en la eficacia de un régimen de violencia.

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Se puede entender por qué los zares, los ministros, los ricos se aseguran a sí mismos y le aseguran a los demás que la gente no puede vivir sin un Estado. Pero ¿por qué apoyan al Estado los pobres, a los que éste nada da y solo atormenta? Solo porque creen en la falsa doctrina del Estado.

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Si la vida es un sueño, y la muerte el despertar, el hecho de que me vea a mí mismo como un ser separado de todo lo que existe es un ensueño del que espero despertar al morir.

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Todas las desgracias nos revelan lo que en nosotros hay de divino, de inmortal, lo que constituye la base de nuestra vida. La muerte, la desgracia más grande en opinión de la gente, es la que nos revela plenamente nuestro verdadero yo.

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El verdadero castigo por una mala acción es lo que se produce en el alma del delincuente y consiste en la disminución de su facultad para disfrutar de los bienes de la vida.

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Aquel que no hace nada siempre tiene numerosos ayudantes.

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Mientras más alta es la opinión que una persona tiene de sí misma, más fácilmente se irrita contra la gente. Mientras más humilde es la persona, más amable se comporta y menos propensa es al enfado.

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Si vives entre la gente, no olvides lo que aprendiste en soledad. Y cuando estés en soledad, medita aquello que aprendiste de tus relaciones con la gente.

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Considérate siempre un escolar. Nunca pienses que estás demasiado viejo para aprender, que tu alma ya es como se espera que sea y no puede ser mejor. Para el hombre sensato no hay un curso final: es escolar hasta la tumba.

ÁSS

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