Con un título sugerente, La exposición pendiente en el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG) es un goce. Más allá del contexto en el que quedó suspendida (un momento que exacerba el aura revolucionaria de la obra de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera), lo que impacta es el ojo de coleccionista del doctor Álvar Carrillo Gil.
La muestra actual está conformada por 109 piezas. Para la original, Fernando Gamboa incluyó 169, pero nunca nadie recorrió la unidad museográfica planteada por él mismo. La exposición montada en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile no fue inaugurada. A su apertura —proyectada para el 13 de septiembre de 1973— se interpuso el golpe militar de Augusto Pinochet.
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Hoy el MACG plantea una relectura de la propuesta original simultánea a una recapitulación del acontecimiento en sí y al peligro que corrió la colección. Al guion de Gamboa se suman documentos que detallan la zozobra (el museo chileno fue atacado y las obras fueron sacadas ilesas quince días después), evocando la imposibilidad de su exhibición. Esa sensación es la que aturde al visitante, quien recorre una muestra que nunca fue. Mientras la transita, si bien lo acompaña la sombra de aquella violencia, poco a poco se devela la majestuosidad de la obra. El espectador contemporáneo se fascina por la calidad de la obra, por el guion de Gamboa, por la colección, por el impacto de su exhibición durante el gobierno de Allende y por la certeza de su imposibilidad, que hoy le da fuerza. Una nostalgia por lo que no fue que nos obliga a ver a detalle.
Resulta una delicia ver la obra de caballete de los muralistas, porque implica un ejercicio distinto. Nos hace entenderlos en un formato más pequeño para admirar su talento. Adentrarse en sus obsesiones es un deleite y una oportunidad para observar piezas de la época cubista de Rivera, como Mujer en verde, o los afanes de Siqueiros en la experimentación de materiales, como se ve en Torso femenino o en Cabeza de caballo, o hurgar en la línea expresionista y oscura de Orozco (El ahorcado o Bajo el maguey). Confrontarse a esa maestría, investigación y constancia es energizante.
La exposición pendiente invita a recontemplar la obra de los muralistas aislada de sus personalidades dominantes. De pronto, nos vemos mirando los cuadros como si no tuvieran nombre; 45 años después contemplamos estas obras como lo que son: sobrevivientes. Y las gozamos en su libertad, por primera vez.
LVC