El pasado 6 de noviembre el EZLN invitó al Primer Festival CompArte de Danza “Báilate Otro Mundo”.
¡Un festival exclusivamente de danza en territorio zapatista! La noticia se irradió por un amplio grupo, quienes, como convocados por el sonido del caracol, respondieron al histórico llamado. Había que hacer todo lo posible y hasta lo imposible para llegar.
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El lugar: El nuevo Caracol Tulan Ka´u, “caballo fuerte”; uno de los siete nuevos centros autónomo con los que el EZLN expandió su zona de influencia. Un ejército que no avanza estratégicamente con las armas; sino con el arte.
Va a haber baile pero colgado de una nube. O sea que no cualquiera, exclama Calamidad, la nueva miembro de una pandilla de infantes zapatistas, en un cuento escrito por el subcomandante Galeano.
El festival abarcó cinco días. La pluralidad de estilos, lenguajes y contenidos sorprende a neófitos y expertos: danza clásica, neo clásica, contemporánea, butoh, árabe, acrobacia, bailables zapatistas, circo, aérea, performance, participativa, belly dance, hip hop, manipulación de fuego y hula hula. Talleres de danza contemporánea, expresión corporal, salsa antirracista, malabar, danza árabe y danza africana. Además de una exposición fotográfica.
La emoción de cada uno de los asistentes se desbordaba, el misterio sobre la naturaleza del espacio donde se bailaría se reveló: un auditorio al que todos nombraron cariñosamente La Ballena con un aforo de aproximadamente mil lugares; palomitas de maíz a la venta en la entrada del auditorio.
Una troupe de bailarines sacando acuerdo para apoyarse en el traspunte, ensayos, calentamientos; los cambios de vestuario, los tiempos necesarios para ser impecablemente puntuales con las funciones; un colectivo de danzantes que cuidaron del otro, pendientes de que cada danza naciera lo mejor posible, un fenómeno poco común en el gremio de la danza.
Finalmente, un ejército de ojos expectantes y perceptivos; una cascada de aplausos caía en los momentos acrobáticos, emotivos, climáticos, dramáticos o intensos de las danzas. Risas, lágrimas y “vivas”. Una bailarina que levitaba sobre la punta de sus pies en un vestido blanco impecable. Un “Venado” irrumpió el espacio dando grandes saltos haciendo sonar sus sonajas. Una madre clamaba desde el público “¡Están en alguna parte, los desaparecidos están en alguna parte!”; y la respiración colectiva se contuvo.
“No sabía que se podía bailar el dolor” le dijo el Sub Galeano a la bailarina y coreógrafa Laura Rocha. Ella lo abrazaba cariñosa, emocionada. Le obsequió el libro que documenta el paso de Barro Rojo por El Salvador.
Las delegaciones zapatistas con escenografías, colores, músicas y vestuarios muy esmerados compartieron sus historias de resistencia y rebeldía.
La danza aérea de Marabunta y colectivo el Puente desafiaron la gravedad.
Sentirse bienvenido fue la constante del festival.
Los jóvenes del FARO obsequiaron su juventud y energía colectiva.
La coreógrafa Anadel Lynton hizo llegar su danza a través de la bailarina Diana Betanzos.
Cada ejecutante recibió Respetos hechos caracol de cerámica. El valor de ese trato digno a la profesión fue de un valor incalculable. En un rincón del mundo, alguien mira con dignidad nuestro oficio.
El emotivo cierre lo hicieron Germán Pizano y Paulina Segura con Zapata, homenaje al 26 aniversario del levantamiento. Murió el general, la Tierra levanta las cananas; luego la niña Libertad Hernández pisó el escenario con una danza tierna y sentida. La esperanza es zapatista se llama su baile. Concluyó el festival con la voz del Subcomandante insurgente Moisés: “No tenemos más que darles, más que las gracias. Se van, pero se quedan…”.
Como si la danza, el arte de bailar otro mundo, le hubiera lavado las heridas y el corazón, y le animara a seguir su absurdo empeño.
RP