Poemas y errores: bajo el sol de Ovidio

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Éste es un fragmento de la lección magistral dictada por Jennifer Clement, presidenta del PEN Club Internacional, el pasado 26 de mayo en la edición virtual del Premio Von Rezzori, en donde habló sobre el valor de las metáforas.

Constanza (Rumania), antes Tomis, lugar de exilio de Ovidio. (Especial)
Jennifer Clement
Ciudad de México /

Ovidio dijo que su destierro de Roma fue a causa de “carmen et error” (un poema y un error). Estas dos palabras han estado ligadas por más de dos mil años y aparentemente no tienen nada en común. Para mí estas dos palabras se dirigen, como dos barcos, hacia dos estrellas polares. ¿Cuál fue el error de Ovidio? Él mismo fue tan discreto a ese respecto que ni eruditos ni historiadores están seguros de a qué se refiere con exactitud. Y, ¿qué es un error? ¿Es una equivocación que debería ser rectificada? ¿Es distinto de un accidente? ¿Pertenece al ámbito de la suerte o del destino? ¿Acaso un error constituye las consecuencias indeseadas de circunstancias involuntarias? O, en palabras de Ovidio, “del deseo y la razón jalando en sentidos opuestos”.

Cuando conocí la historia de Ovidio y su exilio a causa de un poema y un error, y cuando leí su extraordinario poema Metamorfosis, al cual él le llamaba su “libro de las transformaciones”, yo ya sabía que un árbol de laurel era realmente una diosa y que podías convertir a alguien en piedra con tan solo mirarlo. Ya sabía que un error y un poema podían hacer que una mujer se transformara en sirena, torrente, ciervo, roca y constelación, o incluso en una escalinata con escalones de piedra.

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​Sabemos que en México los objetos inanimados también pueden cometer errores y ser castigados por ellos. Una de las 38 campanas de gran tamaño, conocida como la Castigada, desde lo alto de la Catedral Metropolitana mató a un novicio encargado de hacerla sonar cuando cometió el error de colocarse exactamente debajo de la enorme campana de dos toneladas. La campana fue castigada. La sentencia fue el silencio. El silencio eterno.

El año pasado fui al cabo de Sunio, en Grecia, al Templo de Poseidón, que se mantiene sobre un acantilado mirando hacia el océano. Es hacia este lugar a donde el legendario Teseo partió de vuelta a casa cometiendo un error fatal. El héroe olvidó bajar la vela negra de luto de su barco y desplegar la blanca, de buenas noticias, mediante la cual habría proclamado su victoria sobre el Minotauro.

El día era tempestuoso y desde el acantilado miré hacia abajo el mar oscuro; el agua lucía como los peligrosos mares de tormenta de una pintura de William Turner. Y, como si estuviera experimentando una imagen remanente, pude ver el barco maldito —Plutarco cuenta que tenía una galería con 30 remeros— y tuve la visión del padre de Teseo, Egeo, precipitándose desde esta gran altura hacia el mar, el mar Egeo, bautizado así por este error trágico como si de una lección de historia se tratase.

La mente crea puentes entre las ideas, así que esta visión me hizo recordar el poema “A la orilla azul del silencio”, de Pablo Neruda, que se refiere al mar como un cuerpo de conocimiento. He aquí la primera estrofa:

      Necesito del mar porque me enseña [...]

      de algún modo magnético circulo

      en la universidad del oleaje.

Desde este acantilado, el mármol blanco del Templo de Poseidón vigila la “universidad del oleaje” y se cubre con una celosía de grafiti, no del grafiti de nuestra época, hecho con latas de pintura en aerosol, sino del grafiti labrado o erosionado en la piedra con cinceles y martillos. Entre fechas y nombres escritos en distintas lenguas, el nombre del poeta Lord Byron está esculpido en la parte de afuera del tercer bloque inferior de la columna cuadrada de la derecha. En Don Juan, su poema épico de 1819, Byron menciona Sunio:

      En la escalinata de mármol de Sunio, postradme.

      Donde nada, salvo las olas y yo,

      Perciba el devenir de nuestros murmullos.

Templo de Poseidón, en Sunio, Grecia.


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En Middlemarch: un estudio de la vida en provincias, George Eliot escribió: “el verdadero aliento de la ciencia es una batalla contra el error”. Inevitablemente pienso en errores en ciencia, los cuales a menudo se vuelven mitos. Un episodio reciente involucra al Mars Climate Orbiter, el cual fue construido para estudiar el clima, la atmósfera y las variaciones en la superficie de Marte. El equipo de navegación usa el sistema métrico, de milímetros y metros, en sus cálculos, mientras que los científicos que diseñaron y construyeron la nave espacial usaron el sistema británico, de pulgadas, pies y libras. Gracias a estos errores, el Orbiter, que costó 125 millones de dólares, voló en pedazos después de diez meses de viaje al planeta rojo.

La importancia de confundir centímetros con pulgadas —como jugar ajedrez contra jugadores de damas— es mítica, tanto que merecería un poema épico. Uno de los más famosos errores de cálculo es el que le ocurrió a Cristóbal Colón cuando usando millas romanas en vez de millas náuticas midió la circunferencia de la Tierra. Esa es la razón de que cuando desembarcó en Bahamas en 1492 pensó que estaba en Asia.

Un error de caligrafía forense —disciplina que considera tanto la presión como el ángulo de los trazos caligráficos, así como la forma y el tamaño de las letras y los hilos de tinta— condenó a Alfred Dreyfus, un hombre inocente. El caso Dreyfus dividió y escandalizó a la población de Francia y del mundo con profundas consecuencias.

El químico francés Louis Pasteur escribió que “la suerte favorece a la mente preparada”. Se refería a un error de concordancia temporal, cuando dejó ciertos cultivos de la bacteria del cólera permanecer ociosos antes de ser inoculados mientras estaba de vacaciones. Este lapsus se volvió la base de la teoría de los gérmenes que causan las enfermedades y de la microbiología médica, y contribuyó a su extraordinario trabajo en vacunas. Mucho se ha escrito acerca de la función heurística del “error” en el trabajo de Pasteur.

Vladimir Horowitz, el pianista, escribió acerca de la utilización del error como una verdadera técnica:

“Debo decir que he asumido terribles riesgos. Debido a que mi ejecución es muy clara, cuando cometo un error, lo escuchas. Si quisieras que sólo tocara las notas correctas sin ninguna dinámica específica, jamás cometería un error. Nunca tengas miedo a la hora de asumir un riesgo”.

Incluso en los ámbitos de capa y espada de los espías, los errores pueden leerse como literatura. Se cuenta una historia con respecto a un espía de Europa Oriental que se infiltró en Estados Unidos y era vigilado por el FBI. Fue hallado y luego arrestado cuando lo observaron entrar a comprar flores en una florería. Llevaba el ramo de flores al revés, con las flores hacia abajo y los tallos mirando hacia arriba.

Hay una equivocación con consecuencias espirituales que terminó siendo uno de los grandes poemas del siglo XX, y se relaciona con el explorador irlandés sir Ernest Shackleton, quien dijo la famosa frase: “Cuando las cosas son fáciles, las odio”.

En su expedición trasatlántica financiada por el imperio británico, de 1914 a 1917 en el barco Endurance, Shackleton cometió un error fatal al no tomar en cuenta las advertencias de sus marineros, quienes eran habitantes de ese emplazamiento ballenero de las Islas Georgias del Sur. Estos hombres experimentados previnieron al explorador de posponer su viaje debido a la inusualmente gruesa capa de hielo que se había formado ese año.

No es posible escribir sobre ese momento sin mencionar a los pingüinos que aparecieron súbitamente en el momento en que el barco de Shackleton se rompió en pedazos, triturado por el hielo, y desapareció en el agua. El explorador escribió:

“Extraño incidente fue la aparición repentina de ocho pingüinos emperador a 90 metros del colapso, en el instante en que la presión sobre el barco llegó a su clímax. Caminaron unos pasos dirigiéndose hacia nosotros, se detuvieron, y después de algunos sonidos ordinarios procedieron a emitir unos gritos extrañísimos que sonaron como un cántico en honor del barco. Ninguno de nosotros había escuchado nunca a los pingüinos emperador emitir ningún otro sonido que no fueran las llamadas o gritos simples”.

Una vez perdido el barco, lo que siguió fue una historia de sobrevivencia, resistencia humana y heroísmo. Shackleton describe la terrible marcha de 36 horas en Georgia del Sur en la que dos hombres recorrieron 50 kilómetros de glaciares y montañas para llegar a una estación ballenera y encontrar ayuda. Esta caminata continúa siendo una de las más grandes proezas de la humanidad. Durante esas horas de frío, hambre y gran esfuerzo, usando botas con tornillos adaptados en las suelas para tener tracción, los tres hombres sintieron la presencia, incluso escucharon los pasos en el hielo crujiente, de otro hombre caminando a su lado. Durante la marcha, los hombres no comentaron entre sí nada con respecto a esta compañía fantasmagórica por miedo a estarse volviendo locos.

Shackleton escribió sobre esto después:

“Durante la larga y tortuosa caminata de 36 horas sobre las montañas sin nombre y los glaciares de Georgia del Sur tuve la impresión varias veces de que éramos cuatro, y no tres. No le dije nada a mis acompañantes, pero posteriormente Worsley me comentó: ‘Jefe, tuve una sensación curiosa de que durante la marcha había otra persona con nosotros’. Y Crean confesó lo mismo. Uno siente ‘la falta de palabras humanas, la crudeza del discurso mortal’ tratando de describir cosas intangibles, pero un recuento de nuestra travesía estaría incompleto sin la referencia a un tema tan cerca de nuestros corazones”.

El hundimiento del Endurance ocurrió en 1915. | Wikimedia Commons



En La tierra baldía, T. S. Eliot recordó la anécdota en las siguientes líneas:

      ¿Quién es aquel que camina siempre a tu lado?

      Cuento con que somos dos, tú y yo, y estamos juntos

      Pero al levantar la vista hacia el sendero blanco

      Siempre hay otro caminando junto a ti

      Envuelto en un manto marrón, deslizándose

      Bajo la capucha no distingo si es hombre o mujer

      –Pero ¿quién es aquel que se encuentra más allá de ti?

A sir Ernest Shackleton le interesaba profundamente la poesía. Su gran amiga, la señora Hope Guthrie, escribió: “La poesía fue su otro mundo y lo exploró con tanto entusiasmo como lo hizo con los grandiosos escenarios antárticos”. Los diarios del explorador, sus cartas y sus discursos están plagados de poemas y usó la poesía para motivar a sus hombres, quienes a menudo se encontraron al límite mental y físico. Shackleton escribió que la poesía fue para él “vital medicina mental”.

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Es difícil, o imposible, pensar en errores hoy en día sin evocar a Freud, quien identificó en nuestros mitos e historias lo que él pensó que eran los orígenes de nuestras condiciones colectivas. W. H. Auden escribió en un poema titulado “En memoria de Sigmund Freud” las siguientes líneas:

      Él habrá de recordarnos sobre todas las cosas

      ser entusiastas en la noche,

      no sólo por la capacidad de maravillarnos que sólo ella puede ofrecer

      sino también porque es ella la que necesita nuestro amor.

En la búsqueda de la humanidad por comprender los secretos de la mente, aunque otros hayan elaborado ideas sobre el inconsciente, es Freud el primero en percibir errores no intencionales como verdad, verdad inconsciente. Freud escribió en su Presentación autobiográfica:

“En el mismo sentido en que el psicoanálisis hace uso de la interpretación de los sueños, también puede sacar provecho del estudio de pequeños deslices y errores que la gente comete [...]: tienen un significado y pueden ser interpretados, y se justifica inferir de ellos la presencia de impulsos reprimidos o contenidos e intenciones”.

Entiendo bien el acto de maravillarnos del que habla Auden al evocar la “noche del inconsciente” como un sitio donde reside la verdad. Y ambos, la noche y el día, necesitan nuestro amor.

Tenemos errores en la historia de la literatura y también contamos con la historia de los errores, la cual se remonta a los mitos más antiguos: historias que provienen de historias, la fábula olvidada o rescrita, la lección aprendida, no aprendida y vuelta a aprender. Los ejemplos contemporáneos de este ADN literario incluyen Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, cuyo autor mismo ha dicho que es hija de Pedro Páramo de Juan Rulfo, así como el libro de Rulfo fue influido por Cumbres borrascosas de Emily Brontë.

Viajar a través de las historias y de los errores puede ser laberíntico. El error del rey Midas, como ejemplo, es referido en varios sentidos contradictorios por Pausanias, Sófocles, Herodoto, el historiador griego Arriano de Nicomedia y Ovidio en sus Metamorfosis. Mary Shelley y Percy Bysshe Shelley escribieron juntos una obra de teatro en verso libre sobre esa historia en 1820, cuando vivían en Italia. Recientemente Carol Ann Duffy se inspiró en el rey que era incapaz de reconocer la felicidad verdadera y la tragedia de la avaricia en un poema llamado “La señora Midas”. Aquí una estrofa:

      Camas separadas. De hecho atranqué mi puerta con una silla,

      casi petrificada. Él estaba abajo, convirtiendo el cuarto de invitados

      en la tumba de Tutankamón. Lo ves, fuimos apasionados entonces,

      en aquellos días idílicos; nos desvestíamos uno al otro con premura,

      como si fuéramos regalos o comida rápida. Pero ahora temía su abrazo meloso,

      el beso que convertiría mis labios en obra de arte.

Una de las recompensas misteriosas de la literatura es la manera en que puede cambiar nuestra valoración de los errores. Recuerdo que en mi primera lectura de Madame Bovary fui impaciente con ella y la juzgaba por su frivolidad y sus errores. Décadas después, cuando leí el libro por tercera ocasión, estaba llena de compasión y amor por ella. Fui capaz de comprender su terrible dilema (“¿Es esto todo?”) porque entendí que su amor por los libros, los cuales eran excitantes, hacía que su propia vida pareciera tan aburrida e incluso fuera vista como el origen de su enfermedad. Flaubert habla de ello en este pasaje de la novela: “Así que se determinó que a Emma se le prevendría de leer novelas. La tarea no parecía fácil. La buena señora se encargó de ello: a su paso por Ruen tendría que ir en persona a la empresa de alquiler de libros y en representación de Emma suspender sus suscripciones. ¿Acaso no tendríamos derecho de acudir a la policía si es que el librero persistiese en su labor de envenenamiento?”.

Y a veces nada cambia. Cada vez que Romeo comete el error y bebe el veneno, nosotros también lo bebemos. Molly Bloom, en el Ulises de James Joyce, comete el error de dejar la carta de su amante a la vista de su esposo: “captó de reojo cómo ella miraba la carta y la ponía bajo su almohada”. De principio a fin de la novela, nosotros, los lectores, caminamos con Leopold Bloom, hacia adelante o hacia atrás, afuera o adentro de su mente, a través de las calles de Dublín, y en esa vida que ocurre en 24 horas sabemos que su esposa va a encontrarse con su amante. Y nosotros, como Bloom, nos preguntamos palabra a palabra, página a página: “¿Podemos seguir amándola?”.

Y nunca podremos pensar en Teseo sin sentir en nuestras manos el deseo de desplegar las velas blancas.

***

En diciembre de 2017 el ayuntamiento de la ciudad de Roma votó por “reparar el grave error” de Ovidio por el que fuera sentenciado a destierro de por vida. El alcalde de Roma, Luca Bergamo, expresó a la asamblea con respecto a esta acción: “Se trata del derecho fundamental de los artistas de expresarse libremente en sociedades en las que, en todo el mundo, ha sido crecientemente constreñida la libertad artística”. Así que más de dos mil años después de que Octavio Augusto exiliara al poeta, Ovidio ha sido absuelto y se le permite regresar a su tierra natal.

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Como escritora, experimento la vida y la obra de Ovidio como un modo de ser. En el error puedo deambular extraviada y maravillada y afrontar los riesgos ante la posibilidad del descubrimiento. En poesía encuentro la metáfora, la contradicción y los mundos que deberían existir, aquellos remansos donde los poetas y las campanas de las catedrales pueden ser perdonadas.

Edición y traducción de Juan Manuel Gómez.

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