En su “Inventario” del 19 de noviembre de 1994, “Carta a Vicente Leñero, en defensa de Juan García Ponce: La verdadera historia del affaire Donoso” (Inventario. Antología, Era/ El Colegio Nacional/ UAS/ UNAM, vol. III), José Emilio Pacheco elucidó un malentendido que duró casi tres décadas: el entuerto provocado por una mano negra en un artículo que José Donoso publicó en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, del que JEP fue jefe de Redacción de 1962 a 1967, y de 1969 a 1971.
Recuerda JEP que en junio de 1965, José Donoso y Augusto Monterroso le llevaron textos sobre Beber un cáliz, el libro de Ricardo Garibay. En aquella época, las páginas de La Cultura en México se procesaban en los talleres Lito–Offset Sánchez y entre los linotipistas había un “chistoso” que se divertía poniendo anotaciones al margen de los artículos, gracejadas que recortaban antes de mandar a imprenta. JEP dio unos ejemplos de sus guasas: “¨¡Újule. Si este chorro de pendejadas es poesía, yo soy Díaz Mirón!” o “Ya chole de pintura abstracta: mejor publiquen fotos de encueradas”. Esos apuntes hacían malabares en la cuerda floja del descuido: JEP le advirtió al bromista que su juego podría meterlos en problemas pero éste no hizo caso, y una tarde en que los empleados del taller se ausentaron por cuestiones sindicales, el desastre ocurrió en el artículo del chileno y no cortaron el agregado en caracteres bold: “Muy bueno para criticar pero es una pobre bestia”. A pesar de la amplia aclaración, con todo y señalamiento del responsable, que Fernando Benítez publicó en dos partes en La Cultura en México, y no obstante que JEP entregó a María Pilar, esposa de Donoso, el manuscrito original sin ningún añadido ajeno como prueba de que nadie del suplemento había “sembrado” esas palabras ominosas, para los Donoso el presunto culpable era Juan García Ponce, al que también le achacaron los tormentos de la úlcera que padecía el autor de Coronación.
Esta anécdota ilustra la peor pesadilla de un editor: descubrir su trabajo estropeado, y peor, envenenado; asumir responsabilidades que no le corresponden; disculparse por algo que no hizo y cargar con el encono de un autor (resentimiento difícil, si no imposible, de remediar, pues no hay losa más pesada que la escama de un ego herido, y para egos, los escritores se pintan solos).
Los “Inventarios” de JEP eran un híbrido asombroso: crónica, ensayo, memoria y erudición, un pequeño laberinto con sutiles conexiones de lectura. Sea acerca de Borges y Nabokov, sea sobre la historia de Los Pinos, sea en torno de Jack the Ripper o de Walt Whitman, JEP implanta detalles imborrables en el lector. ¿Por qué digo esto? Volviendo a la defensa de García Ponce, el dato significativo es la úlcera que sufría Donoso. Esa dolencia, enfatiza JEP, no fue producto de la grosería del linotipista y estaba en lo cierto. La lesión tenía otra causa. Según Correr el tupido velo, esa especie de biografía del escritor chileno que su hija, Pilar Donoso, publicó en 2009, la úlcera empeoró por el bloqueo creativo que en 1965 le impedía a su padre culminar El obsceno pájaro de la noche, y en cambio, le inspiró El lugar sin límites. Aquel año, los Donoso se hospedaron con Carlos Fuentes, viajaron a Estados Unidos, se instalaron en Cuernavaca, en Guanajuato, e intentaron resolver sus conflictos personales, pero no se amargaron por el infortunado artículo de La Cultura en México, el disgusto editorial que a JEP le dio otra noción de la injusticia y una insólita dimensión de la honorabilidad y la amistad: la defensa que Vicente Leñero hizo de JEP, la defensa de García Ponce por parte de JEP, el afecto perdurable entre Donoso y JEP, o tal vez nada de eso, tal vez me equivoco porque cada “Inventario” tiene interpretaciones infinitas.
José Donoso (1925-1996
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