Pacifiction, de Albert Serra (disponible en MUBI), requiere de cierto esfuerzo mental. Es dispersa. El director ha dicho —y tiene razón— que el mal cine parece estar hecho para gente a quien hay que explicarle todo, así que él tiró al retrete el manual de guion y se fue a Tahití a seguir una nube, retratar un hermoso atardecer y filmar una conversación que, tal vez, no llega a ninguna parte. Es importante advertir, sin embargo, que el tema de Pacifiction gira en torno al ocaso del imperio francés.
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Las críticas a la obra son dispares: por un lado, se le celebra como una de las películas más importantes del año mientras que los críticos de red social se quejan por haber perdido el tiempo. La verdad es que, si uno quiere entretenerse con una trama al estilo de James Bond con un galán que besa a la chica, salva al mundo y muele al malo a puño limpio, que vea La espía que me amó (1977). Es bastante buena.
Aquí los malos son un grupo heterogéneo que en un club degenerado danza mezclas de instrumentos polinesios con cajas de ritmos. Es imposible saber quiénes son, tal vez porque ni siquiera ellos lo saben. La chica es trans, pero el bueno es más bien un tipo que parece perdido y que se pasea por la isla que debiera ser su protectorado tratando de calmar los ánimos de una población que ya rumora: Francia va a reiniciar los ensayos nucleares. Las aguas tranquilas van a volver a envenenarse.
A nadie le importa que la abuela de aquel haya muerto con el rostro deforme por el cáncer o que el hijo de aquel otro haya muerto retorcido de dolor. París no se ocupa. Sus enemigos son, según se dice aquí, China, Australia, Japón y Estados Unidos. Nosotros, ciudadanos de a pie, solo podemos reconocer de este sistema nocivo a un capitán regordete y hasta simpático que baila en este bar que parece salido de Disneylandia, un oficial que contempla con embeleso a los muchachitos morenos que le sirven cocteles con un banderín. Para todos hay en la Polinesia de Serra.
Tahití ha dejado muy atrás el encanto de los retratos de Gauguin y hoy parece más bien tener el estilo de El grito de Munch; la desesperación de quien es incapaz de entender lo que está sucediendo, pero que sabe que pronto estos mares de color verde azul volverán a ser envenenados. Así lo dice el capitán regordete que se deja servir por meseros de ropa breve: rompan todo lazo con esta parte del mundo, Polinesia no volverá a ser igual. Los atardeceres púrpuras y rosas se han terminado porque al malo no se le puede moler a puñetazos como en un filme de James Bond; el malo es más bien un sistema cuyos ojos nadie puede ver.
Hay que decir por último que es justa la crítica de quien dice que la película es muy larga, pero si uno lo que tiene es avidez por diversión, mejor que se meta a un bar. Aquí las cosas suceden pausadas y el director usa a su favor el hecho de que hace tiempo que nadie se preocupa por la duración del material y que puede improvisarse una conversación durante horas. Es así como ha surgido en esta película (y toda vez que hoy se puede charlar durante horas sin que nadie esté pensando en que el celuloide puede acabarse) la única línea que ofrece, si no optimismo, al menos buen humor. Y es que la chica trans (que no aparecía en el guion original) es en realidad un hallazgo de este modo de trabajar meditabundo: el de Albert Serra, un catalán que ha podido agregar así al retrato del horror de la Francia colonial una historia de amor.
Pacifiction
Albert Serra |Francia | 2023
AQ