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Palabra extraña e inusitada

Toscanadas

La mayoría de las palabras llamadas “poéticas” son adjetivos. Y nada hace tanto daño a la expresión como los adjetivos mal puestos.

David Toscana
Ciudad de México /

Aulo Gelio nos cuenta en sus Noches áticas que el filósofo Favorino regaña a otro más joven por utilizar demasiados anacronismos en su discurso. “Tú, como si hablaras con la madre de Evandro, empleas palabras abandonadas desde hace muchos siglos”. Y le dice que si no se da a entender, lo mismo conseguiría callando. Finalmente, le pide que tome el consejo de Julio César: “Huye como de un escollo de toda palabra extraña e inusitada”.

"Una belleza natural como la de Greta Garbo / provocaba que multitudes se reunieran / para verla desembarcar en Nueva York" . (Archivo)
"Una belleza natural como la de Greta Garbo / provocaba que multitudes se reunieran / para verla desembarcar en Nueva York" . (Archivo)

El diccionario enlista muchas palabras que no han de utilizarse, pues muy mal estaría acudir al lexicón para buscar vocablos pseudopoéticos con que adornar un escrito. “Abrí la ventana y me refrescó el favonio pese a que flagraba el lucífero y febeo astro. Salí al olivífero campo bajo el nubífero cielo y bebí un célico vino argente. Luego del connubio, caminé por la nemerosa y clivosa vereda”.

La mayoría de las palabras llamadas “poéticas” son adjetivos. Y nada hace tanto daño a la expresión como los adjetivos mal puestos. A la vez, nada es tan sencillo como inventarse adjetivos. Si se me ocurre que hoy las nubes tienen un tono plateado, puedo decir que el cielo está nuboargentoso o platinimbado o cualquier dicción que me saque de la manga.

Pedro Páramo es un ejemplo de cómo hacer gran prosa con lenguaje muy sencillo, casi venido de un pasado remoto, aunque podemos hallar ciertas “modernidades”: un reloj, un telégrafo, cerveza, cafiaspirinas y armas de fuego. No aparecen los cubiertos para comer y, si vemos un cuchillo, es porque Abundio “aún tenía el cuchillo lleno de sangre en la mano”. No hay coches ni trenes ni electricidad ni mermeladas ni lentes ni maestras de piano.

Don Quijote no tiene un lenguaje anacrónico, ocurre simplemente que el personaje se mueve en un mundo que ya no conocemos tan bien. Pero una “adarga” sigue siendo una “adarga” aunque ya no la nombremos en nuestra cotidianidad. Puedo leer el primer capítulo e imaginar muy bien cómo iba vestido el caballero andante.

A veces me cuesta menos hablar con la madre de Evandro que con un contemporáneo. El lenguaje actual no me ayuda a imaginar cómo se adorna la reina de España. “Esta vez se decantó por una prenda efecto fit entallada bajo el pecho a la altura de la cintura mediante una franja elástica de tejido nido de abeja. El clutch de rafia y con apliques florales es quizá la pieza más moderna de un look en clave lady. Fan de la silueta lápiz, eligió una falda midi nude o tono rosa empolvada, armada y con mucho vuelo”.

Entiendo mejor esta descripción de 1608: “La reina vestía una saya grande de tela blanca con vivos de martas, bordada la guarnición, y pendientes dellas muchas puntas de diamantes, y joyas riquísimas al cuello, y entre ellas un collar de rubíes, una gorrilla aderezada de perlas y diamantes, penacho con plumas y garzotas en el tocado”.

AQ

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