Las palabras no han perdido su poder. Son actos con consecuencias en el tiempo, a corto o largo plazo. En Enero del 2015, un grupo de matones que invocaban a Alá entró a tiros en las oficinas del semanario Charlie Hebdo, matando a doce personas. El “delito” estaba en la publicación que acababan de hacer aludiendo a su líder religioso.
En septiembre del año pasado, la dictadura nicaragüense dictó una orden de detención contra el gran escritor Sergio Ramírez, un crítico sostenido de la satrapía de Ortega. Hace pocas semanas, a fines de julio, la fiscalía de Guatemala allanó las oficinas del diario El Periódico y detuvieron a su director, José Zamora, en su casa en Ciudad de Guatemala. El gobierno del presidente Alejandro Giammattei justificó la medida anunciando que se trataba de un “golpe a la corrupción”.
- Te recomendamos Enrique Serna: “Me tomo en serio las tribulaciones y desgracias de mis personajes” Laberinto
El 17 de julio fue detenida la periodista rusa Marina Ovsiánnikova, acusada de interrumpir un programa de televisión para criticar la guerra de Ucrania. Su delito fue mostrar una pancarta en la pantalla. Hace unos pocos días, la fatwa alcanzó al gran Salman Rushdie. Se sabe que el ayatolá Jomeiní que dictó la sentencia nunca leyó la novela Los versos satánicos. Se dice también que el libro se refería a unos versos suprimidos en el Corán pero que el traductor le dijo al ayatolá que se refería a todo el libro. Poco le importó a Jomeiní, porque sabía algo que todos sabemos. Es lo que saben también los periodistas de Charlie Hebdo, y lo que saben Sergio Ramírez, José Zamora y Salman Rushdie. Las palabras cumplen con su misión. Su vida sobrepasa la nuestra. Siempre estarán con nosotros.
Las persecuciones no son de ahora, por supuesto. Sócrates fue condenado a muerte por sus palabras, bajo la idea de que corrompía a los jóvenes y mostraba “impiedad”. El mismo Aristófanes se burló de él en su comedia Las nubes. Ovidio fue desterrado de Roma, quizá porque el emperador Augusto tuvo miedo de que podía incluir en sus poemas eróticos los devaneos de la nieta imperial, Julia. Desde entonces el poeta romano escribió algunos de sus mejores versos. A comienzos del siglo XIV, Dante, güelfo blanco, fue desterrado de Florencia por su alcalde y desde el exilio empezó a escribir una de las obras más perdurables de todos los tiempos. Tres siglos y medio después, Jean-Baptiste Poquelin inmortalizó sus críticas a la iglesia, la hipocresía, y la avaricia (tema tan actual) en sus obras. El cuerpo de Molière, sepultado entre gallos y medianoche, había desaparecido del cementerio de Saint Joseph cuando un grupo de revolucionarios quiso desenterrarlo en 1792.
Los escritores y periodistas pueden ser asesinados, perseguidos, apuñalados, exiliados, pero no serán callados. Estos casos tan tristes y duros en cierto modo merecen también una celebración. Las palabras siguen siendo tan letales como siempre. Mientras existan en las manos de grandes creadores, habrá alguna esperanza.
AQ