¿Para qué sirve la poesía?

Ensayo

Las siguientes son las palabras pronunciadas por Alberto Blanco en el Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2019.

Alberto Blanco, autor de 'Música de cámara instantánea', entre otros libros. (Foto: Pascual Borzelli Iglesias)
Alberto Blanco
Ciudad de México /

A lo largo de casi 50 años (hice mi primera publicación en 1971: un poema en prosa titulado, significativamente, “El vacío”) muchas veces me he hecho la pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Normalmente, cuando una persona pregunta “¿para qué sirve la poesía?” está esperando que la respuesta automática sea: “para nada”. Y bien se le podría responder socráticamente con otras preguntas: ¿para qué sirve el brillo de los ojos?, ¿para qué sirve el aroma de los lirios, el sonido de las olas, el azul del cielo?

Sin embargo, si la pregunta se hace con toda sinceridad, es posible obtener una respuesta sincera también. Así, alguna vez, después de una hermosa lectura de sus poemas, le hice al gran poeta polaco Czesław Miłosz la pregunta más difícil que se le puede hacer a un poeta, disfrazada del más puro lugar común: “le quiero hacer una pregunta que puede sonar absurda, pero se la estoy haciendo con absoluta sinceridad, y mucho le agradecería que usted me respondiera de la misma forma…, ¿qué es la poesía?” El poeta me miró a los ojos, guardó un largo silencio de reflexión, y al cabo me contestó: “sinceramente, no lo sé… todo lo que le puedo decir es que la poesía me ha ayudado a vivir”. Subrayo que Miłosz, con gran sabiduría, en vez de responder a la pregunta “¿qué es la poesía?”, respondió a la pregunta implícita: “¿para qué sirve la poesía?” ¡Para vivir!

A lo largo de los años he intentado contestar por mi cuenta esta pregunta, bien sea en silencio, reflexionando a solas, o en respuesta a las preguntas de alumnos, amigos, familiares y periodistas, abordándola desde distintos ángulos y ofreciendo diversas hipótesis sustentadas en la práctica.

De entre todas las respuestas que se me han ocurrido a lo largo de los años, destaco la siguiente: la poesía sirve para “enaltecer la vida”. Y me explico: en una entrevista que el escultor Henry Moore le concedió a Milton Esterow, éste último le recordaba: “Usted dijo alguna vez que el arte es un modo de ayudar a que la gente obtenga un mayor goce de la vida”. A lo cual el artista inglés sin mayores titubeos respondió: “Sí, el arte ayuda a la gente a maravillarse; pero… no es nada más una cuestión de placer. Es mucho más que placer de lo que estamos hablando cuando, por ejemplo, uno ve por primera vez la catedral de Chartres. Es un maravillarse, un enaltecer la vida”.

Este “maravillarse”, este “enaltecer la vida” ha sido la estrella polar que ha guiado el viaje de los mejores poetas, de todas las lenguas y de todos los tiempos. Me parece que no hago trampa ni violento el sentido original del pensamiento de Moore si en esta evocación cambiamos el sustantivo “arte” por el sustantivo “poesía”. Entonces podríamos decir que sí, en efecto: la poesía ayuda a la gente a maravillarse. Pero habría que agregar de inmediato que no se trata nada más de una cuestión de placer, de un gozo meramente estético, sino de “un enaltecer la vida”; una vida maravillosa y total.

Es precisamente a esta aspiración a la que mucha gente, y en los más diversos y sorprendentes contextos, se refiere la mayor parte de las veces cuando habla, en un sentido muy general, de “la poesía”. Y es por ello que, por principio de cuentas, aquí me gustaría dejar claro que, salvo muy raras excepciones, cada vez que hablamos de “poesía” estamos hablando, casi siempre, y cuando menos, de dos realidades completamente distintas que habría que deslindar.

Por una parte tenemos eso que yo llamo La Poesía, con mayúsculas, la cima y la gloria de toda la creación humana; una noble aspiración por “enaltecer la vida y maravillarse” que citaba Moore. Un enaltecimiento que aspira, en última instancia, a alcanzar lo inalcanzable: la condición de un demiurgo, es decir, de creador.

Sin embargo, existe otra acepción de la palabra “poesía”, que no tiene que ver con todas las artes y con ese algo que las trasciende, sino más bien con una sola de ellas: un arte extraño, humilde y singular que se relaciona específicamente con el lenguaje. Una poesía con minúscula de alcances mucho más limitados —al menos en apariencia— que se halla subordinada a las palabras, y que es a la que he dedicado gran parte de mi vida. En este sentido, podríamos afirmar que la poesía con minúscula sirve para aproximarse, cuanto es posible, a La Poesía con mayúsculas.

Comencemos, pues, por saber que la poesía, como arte radical del lenguaje, nos sirve para comprender que un idioma es un medio… pero no es tan solo un medio, una especie de vehículo neutro, sino que es un ser vivo y como tal hay que tratarlo: hay que atenderlo, nutrirlo, curarlo. La poesía sirve para mantener con buena salud “las palabras de la tribu”. Por eso no es una exageración decir que el poeta es “el médico del lenguaje”. O, como decían los antiguos poetas chinos, que la poesía sirve para “rectificar el lenguaje”.

(Foto: Pascual Borzelli Iglesias)

La poesía, además, en la medida en que es una forma radical de usar el lenguaje —la otra forma de usar el lenguaje, la llamo yo— sirve, entre otras cosas, para reforzar nuestra inteligencia y nuestra capacidad de imaginar. Y, por si fuera poco, la poesía nos sirve para entrar en contacto con las capas más recónditas de nuestra mente. En este sentido, la poesía nos sirve para acercarnos a la totalidad de nosotros mismos.

Por último —y muy importante, aunque resulte un poco difícil de comprender— la poesía sirve para hacer que la nada suceda. Poetry makes nothing happen, decía Auden. Esta inutilidad de la poesía, esta capacidad que la poesía tiene para hacer que nada suceda, o que la nada suceda, sirve para que no se nos olvide la silenciosa nada que en esencia somos. La poesía viene del silencio y sirve para profundizar el silencio de la mente.

Así que, como se desprende de las consideraciones anteriores, queda claro que la poesía sirve —o puede servir— para muchas cosas. La poesía es un llamado que nos hacen las voces más antiguas enterradas en nosotros. Es la voz ancestral que nos habla de otro tiempo, es cierto, pero que al recordarnos cómo fuimos capaces de sobrevivir entonces nos está dando una lección para este tiempo. Una lección que, dadas las difíciles y oscuras condiciones en que estamos viviendo, resulta por demás urgente. Es un recordatorio. Como dijo José Gorostiza, la poesía sirve “para sacar a la luz la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo”.

Somos misterio, y la poesía procura que no se nos olvide. Somos luz, sí, pero tenemos un lado de sombra al que no le podemos dar la espalda. La poesía es una brújula incomparable que sirve para orientarnos entre la luz y la sombra, entre el esplendor y el caos generalizado, y sirve para alcanzar a tener más conciencia de nuestros sueños y en nuestros sueños. No es poca cosa. Contentémonos, pues —como decía Ramón López Velarde en la “Metafísica” de El minutero—, con “aprovechar, con modestia, la magia de dentro y de fuera”. Y a quienes a estas alturas se sigan preguntando, ¿para qué sirve la poesía?, solo agregaré: para ser feliz.

ÁSS

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