'Parásitos': un retrato de amor filial

Cine

El realizador Bong Joon-Ho ha conseguido una película capaz de transmitir la ternura que siente este joven pícaro cuando ve que humillan a su padre.

'Parásitos'. Dirección: Bong-Joon Ho. Corea del Sur, 2019. (Barunson)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Juzgar una ópera como Las bodas de Fígaro por su trama es banal. Lo mismo sucede con Parásitos del surcoreano Bong Joon-Ho: la historia es lo de menos; lo de más son los instantes en que el ritmo se suspende y uno siente algo como un aria de Mozart. Que Parásitos ganó la Palma de Oro es anecdótico. Muchas obras menores han recibido esta presea y se olvidan en poco tiempo. No así el espíritu de este filme de Bong que se nos queda en la mente varios días.

​En 2006, The Host se volvió la película más taquillera del cine de Corea del Sur. En aquel tiempo el cineasta parecía sólo un joven talentoso que hacía entretenidas películas de monstruos. Había en The Host, sin embargo, momentos poéticos que nos sumían en un auténtico cuento de hadas en el que un padre de familia tenía que rescatar a su hija raptada por una creatura que había crecido monstruosa en las profundidades del río Han. La cosa tenía su moraleja social: el padre era un tipo incapaz de encontrar trabajo y funcionar en este mundo capitalista. Aun así, Bong no forzaba la nota queriendo denunciar la injusticia social.

Con su siguiente obra representativa sí que lo hizo. Llevó las cosas hasta un extremo chocante. Okja, de 2017, cuenta la historia de una niña que se hace amiga de un cerdito mutante que los malos carnívoros capitalistas quieren convertir en salchicha. El surcoreano nos espetaba con un mensaje ecológico que terminaba por empañar lo realmente importante: la historia de esta niña de campo y su mascota tonta pero feliz.

Este año Bong Joon-Ho ha conseguido el punto medio que, como sabía Aristóteles, no implica mediocridad sino virtuosismo. Parásitos contiene los temas que preocupan al creador quien, sin embargo, los toca con un gentil sentido del humor. La historia va de un pícaro que, como todos los pícaros del mundo, cae bien a pesar de que hace mal. Nuestro joven héroe es contratado para dar clases de inglés a la hija de familia de un ejecutivo rico. El muchacho aprovecha para enamorarla, tender trampas a los sirvientes de la mansión y hacer que los corran para luego recomendar a su propia familia pues todos están desempleados. Es así que la familia pobre del chico pícaro entra a trabajar para la familia rica de la joven tonta. Los millonarios, claro, no saben que los primeros están emparentados, lo cual se presta para una comedia de enredos del tipo de Las bodas de Fígaro. Hasta aquí el director denuncia que no hay trabajo y que la brecha social en países como Corea es muy amplia. Sin embargo, la cosa da un giro y lo que comenzó siendo la simple metáfora de eso que los marxistas llaman “lucha de clases” comienza a volverse, primero, analogía de la situación política en Corea. Más adelante, la obra crece en arte. Y se expande. Emerge entonces el tema que Bong Joon-Ho ha venido cazando desde los inicios de su carrera. Es un tema que está en el cuento de hadas que es The Host y en el panfleto ecologista que es Okja: el amor filial.

Se equivocan quienes han querido ver en Parásitos una crítica al sistema: los ricos están lejos de ser los malos. Los pobres resultan además tan malos como sus enemigos de clase. Por otra parte, los mensajes panfletarios son muy aburridos. Lo que no aburre nunca es el arte de obras como Parásitos, una película capaz de transmitir la ternura que siente este joven pícaro cuando ve que humillan a su padre. No, Parásitos no es el retrato de la injusticia social en Corea; es un retrato de amor filial.

​​RP | ÁSS

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