Parásitos y aduladores

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El adulador busca algo y, en el proceso de adular, corrompe.

'Los aduladores', de Pieter Brueghel, el Joven. (Especial)
David Toscana
Ciudad de México /

En la antigua Grecia existían ciertos personajes de todos conocidos: los parásitos. Eran hombres que, con tal de comer a la mesa de un rico, estaban dispuestos a someterse a humillaciones y prodigar alabanzas al dueño de la casa.

Para darnos una idea del nivel al que se rebajaban, el poeta Diódoro de Sínope compuso unos versos que sin duda suenan mejor en griego que en español. Hablan de que cuando el dueño de la casa vomita sobre los parásitos, éstos le dicen que les ha echado encima “violetas y rosas”. Y ya en el ápice de la ramplonería, continúa: “Y cuando le brota una ventosidad junto a uno de ellos, éste, acercando la nariz, le pregunta: ¿Dónde compraste tan buen incienso?”.

Cuando los parásitos comían con el tirano Dionisio de Siracusa, no portaban mayor dignidad. “Y cuando Dionisio escupía, a menudo presentaban sus caras para que se las escupiera, y al tiempo que lamían la saliva aseguraban que hasta su vómito era más dulce que la miel”.

Diógenes dice que son como los cuervos, que se comen vivos a los hombres de bien.

Plutarco los llama “hombres perdidos y abominables”, y critica por igual a quien los sienta a su mesa, pues lo mismo se degrada el adulador como el adulado. Y aquí deja al adulador parásito, para hablar de modo más general de los aduladores. “No hay especie más depravada”, dice Plutarco, “ni que arruine más rápidamente a la juventud que la de los aduladores, los cuales aniquilan de raíz a los padres y a los hijos, afligiendo la vejez de los unos y la juventud de los otros”.

Filóstrato habla de un muchacho que “estaba tan estropeado por los aduladores, que se hallaba persuadido de ser el más guapo de los guapos, el más alto entre los altos, el de mejor familia y el más diestro de los que acudían a la palestra, así como de que ni tan siquiera las Musas preludiaban más dulcemente que él cuando se disponía a cantar”. ¡Ahí, madre!

El adulador busca algo y, en el proceso de adular, corrompe.

Se escribieron muchas páginas sobre el daño que causan los aduladores en los poderosos. “El adulador al general, al dirigente, a los aliados y a las ciudades los derriba con su palabra dañina, tras deleitarlos por un tiempo”.

Si Obregón decía que nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos, habría que preguntarle si él aguantó los cañonazos de los aduladores. Hoy la frase podría ser “Nadie aguanta seis años de adulación”. Por eso un momento estelar de la presidencia pasada fue el “Ya sé que no aplauden”.

Los griegos sabían que podía ser tan dañino adular al poderoso como criticarlo, por eso también se ocuparon de aconsejar sobre la crítica, que había de hacerse en “estilo figurado”, con buenas maneras y discreción. De esto hablaré en otro texto. Por lo pronto, cuando lean columnistas o vean influentes o escuchen políticos desde la palestra, noten cuáles deslustran sus palabras con agravios y cuáles punzan sin agraviar.

AQ

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