Que la belleza es trascendente lo sabe cualquier interesado en la filosofía. Esto significa que es difícil definirla. Hay, sin embargo, ciertos cuadros, combinaciones de colores, modales y atardeceres que, en el cine, se consideran “hermosos”. Los críticos le llaman “preciosismo”.
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De esta clase de imágenes, a menudo melosas y perecederas está hecho cierto cine muy pernicioso. Como la película Lazos perversos (disponible en Star+) de Park Chan-wook, una obra de la que vale la pena hablar por dos motivos: porque estamos en mayo, mes de Cannes (y Park fue un consentido del festival) y porque Lazos perversos resulta ejemplo del modo en que un gran director puede ganar el mundo, pero perder el alma.
“Crecer es hacerse libre”, suelta India Stoker (Mia Wasikowska). Lo dice con la afectación perversa que, en su momento, hizo famosa a Winona Ryder. Esta perla nos introduce en un guion repleto de lugares comunes. India perdió a su padre el día de su cumpleaños. Ahora vive con su madre, interpretada por Nicole Kidman en el papel de Nicole Kidman, esto es, una mujer fría, calculadora y masoquista que hace la vida imposible a todos los que se cruzan por su camino. Hasta aquí uno imagina que está por ver la adaptación de Beetlejuice, hilarante película de Tim Burton, pero no, aparece en escena el galán.
Dermot Mulroney interpreta a Richard Stoker, el tío perverso de India. Como es de suponer, se suceden las escenas en que se mezcla un velado erotismo con la violencia explícita. Park Chan-wook pasa trabajos para hacer que el guion se mueva hacia alguna parte. Finalmente, uno descubre que quien se ha estancado es él.
En efecto, el director sudcoreano tuvo un inicio espectacular con la película Sympathy for Mr. Vengeance del 2002, thriller palomero muy bien filmado que nos mantenía al borde del asiento y, además, nos hacía pensar. Animado por el éxito, Park siguió el camino de quien desea complacer y culminó lo que se conoce entre los entusiastas del cine de culto como “La trilogía de la venganza”. Una de ellas, Oldboy, del 2003, resulta buen ejemplo de cine que fusiona perfectamente belleza y profundidad. Fue entonces que comenzaron a cantar las sirenas. El director sudcoreano recibió jugosas propuestas de los estudios californianos y él se dispuso a filmar un guion que le impusieron los productores: Lazos perversos.
Aquí vale la pena recordar otra clase de cineastas, artistas como Bergman o Fellini, Almodóvar o Angelopoulos quienes, a pesar de haber sido cortejados por el sistema de estudio, no accedieron nunca a abandonar la cinematografía como suerte de cura personal que forzosamente los mantiene atados a la tierra en la que nacieron, el lugar de su infancia y su juventud. Como en una buena película de mafiosos, Park Chan-wook cedió a la tentación. Y es que debe ser realmente difícil resistir semejantes presupuestos, semejante glamour. Filmar con Nicole Kidman, obligar a Mia Wasikowska a que se tiña el cabello.
El resultado es éste, Lazos perversos es una obra que abrió el camino que terminó por conducir a Park Chan-wook a las series de televisión. Y no es que esté mal, todo mundo tiene derecho a escoger lo que hace con su talento. Lo único malo es que nosotros, agradecidos espectadores, nos quedamos con la sensación de haber perdido a un grande.
Hoy por hoy Park Chan-wook brinda con champaña en un restorán de Rodeo Drive. Ahí dice a la prensa que él hace “homenajes a Hitchcock”. Qué lástima. Perdimos a un autor que pudo ser inmortal.
Lazos perversos
Park Chan-wook | Estados Unidos | 2013
AQ