En 2022 conmemoraremos el centenario del natalicio de Pier Paolo Pasolini. Entre las posibles fechas para recordarlo, sin detenernos a respetar demasiado la fecha exacta de su cumpleaños, se podrían escoger algunos días particularmente significativos de su vida y obra. Por ejemplo, el 16 de junio, porque en esa fecha, en 1968, Pasolini publicaba su famoso poema sobre los enfrentamientos que se suscitaron entre los jóvenes manifestantes del 68 y la Celere, el grupo de reacción rápida de la policía, en Valle Giulia, Roma. El poema provocó todo un escándalo —lo cual no resultaba extraño cuando se trataba de las posturas de Pasolini respecto a las grandes cuestiones políticas de su época. Fueron los biempensantes, sobre todo, los que apoyaron a los manifestantes, convencidos, al igual que los estudiantes que participaban en la marcha, que eran progresistas y culturalmente avanzados; pero ignorantes —el poeta fue uno de los primeros en darse cuenta de ello— de que estaban poniéndose al servicio del capital, de una forma de capitalismo, l’abito all’inglese e la battuta francese (el traje de corte inglés y el chascarrillo francés).
Se puede marchar por los motivos más diversos. En esa marcha en Valle Giulia, los muchachos del 68 con caras de ser hijos de papá —el mismo mal ojo […] prepotentes, chantajistas, seguros y descarados, buena raza que no miente, escribe el poeta— se lían a golpes con la policía, yo simpatizaba con los policías, escribe él, porque son hijos de pobres. Paradójicamente, son los policías los que le parecen humanamente similares a las personas que marcharon no para ocupar universidades, sino fábricas, en un tiempo en el que el Partido Comunista aún no había comenzado a transformarse en un movimiento radical de masas, más preocupado en defender el derecho de chuparse el dedo —igualmente sacrosanto, por supuesto— que el trabajo y las condiciones de los trabajadores. Recuerdo que hace muchos años, el señor Carmelo, el portero del edificio de via del Ronco 6 en el que viví en Trieste, cada Primero de Mayo se vestía muy formalmente de saco y corbata para unirse a la marcha del partido. Una lección de respeto —de ese respeto que, en un país civil, debería de caracterizar a la lucha política, incluso a la de línea dura.
En tiempos diferentes y de otro modo, Pasolini y D’Annunzio vivieron, denunciaron e hicieron propia —en su cuerpo, sus sudores y en sus pulsiones que a menudo eran narcisistas y eran humilladas— la radical transformación del hombre que tuvo lugar en su época; la cual todavía está sobreviniendo; cada vez con mayor violencia, una violencia que muchas veces pasa desapercibida porque se vive como una reacción natural.
Con una contradicción desgarradora, Pasolini se da cuenta que esos policías hijos de pobres, que siente humanamente cercanos, históricamente, están equivocados, porque se oponen a lo que, en ese momento, es el rumbo del mundo, al que, sin darse cuenta, concurre y promueve la marcha del 68. Una nueva forma de capitalismo y de la sociedad de consumo, contra la que los manifestantes creen luchar y de la que son la vanguardia, contribuyendo a destruir o a debilitar las instituciones y los valores que podrían ser una pequeña barrera para su triunfo global. En ese momento Pasolini sabe que esos estudiantes representan lo nuevo y que, independientemente de su aversión por eso nuevo, oponerse a la Marcha del Mundo también es una ceguera ante el cambio. Pero es un cambio, según Pasolini, que destruye cualquier sentido de lo sagrado.
Piénsese en las posiciones asumidas por Pasolini, que sorprendieron a sus amigos radicales, sobre el referéndum sobre el divorcio y, sobre todo, sobre el aborto. Pasolini, luego del resultado del referéndum sobre el divorcio, se regocija de la derrota de Fanfani y su vertiente política; y que el divorcio no haya sido derogado, pero aprehende y rechaza el tono de la gran parte de la mayoría victoriosa, que ha votado como él pero sustancialmente por otras razones, es decir, no para liberar a muchas personas en situaciones insostenibles o absurdas sino para degradar también sentimientos y vínculos fundamentales —amor, matrimonio, maternidad, paternidad— a bienes reemplazables como todo bien de consumo. “Fue la televisión —escribe— la que de hecho convenció a los italianos de votar no en el referéndum”.
Y en sus palabras sobre el aborto, ciertamente Pasolini no ignora el drama y el sufrimiento de las mujeres, además injustamente consideradas por antigua ley como las únicas responsables —razón en sí misma más que suficiente para considerar injusta la ley que sólo las afectaba a ellas— pero también sabe que el individuo existe en cada instante de su vida, es siempre él o ella en cada fase de su parábola.
Conocí muy poco a Pasolini, sustancialmente cuando trabajamos juntos en la antología Il non tempo del mare de Biagio Marin, “este bendito setentón de diez años”, como decía Pasolini. En ese entonces, los años que tenía Marin, impugnados por su vitalidad, me parecían muchos; ahora mucho menos.
Aquellos estudiantes de Valle Giulia que no le gustaban a Pasolini desafiaron las reglas, no solamente las del mundo y de la escuela en donde crecieron, sino las reglas mismas. No reflexionaban que las reglas, contrariamente a lo que se dice, son de izquierda; no casualmente el ataque frontal al estado de bienestar social y a los derechos de los trabajadores ganará con la destrucción de las reglas, la desregulación de Reagan o la política de Thatcher. Leonardo Sciascia manifestó un apropiado elogio de Pasolini, definiéndolo como “fuera del tiempo”, es decir, no ideológico.
Traducción de María Teresa Meneses
*Texto tomado de Il Corriere della Sera, 12 de diciembre de 2021
Pasolini en seis películas
El evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964)
Edipo rey (Edipo Re, 1967)
Teorema (1968)
El Decamerón (Il Decameron, 1970)
Las mil y una noches (Il fiore delle Mille e una notte, 1974)
Saló o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975)
AQ