La aventura de Paul Auster en el cine

Cine

En el séptimo arte, el autor de 'La trilogía de Nueva York' logró encontrar a otros que fueran capaces de contarle sus propias historias.

Paul Auster participó en la filmación de cuatro adaptaciones cinematográficas de su obra. (Archivo)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Desde que Auster garabateaba poemas quería dirigir. Lo dice en Conversations with Paul Auster. El tránsito entre poesía y cine pasó por la novela. La Trilogía de Nueva York le dio tanta fama que se abrieron todas las puertas. Hay en esta novela un Auster detective que se encuentra con un Auster escritor. Hablan de Cervantes. El escritor le cuenta a su homónimo que El Quijote puede resumirse en un plan para que todo conspire en función de este deseo: la fama. Auster la consiguió en abundancia. Sólo hay cuatro películas en que participó directamente y una más de la que hablaré.

Smoke es una obra maestra. Wayne Wang, el director, lleva a su clímax el cine posmoderno. En una tienda de tabaco la gente se reúne a mentir, presumir, exagerar y, en suma, contar historias, como Sancho Panza. Paul Auster pudo dirigir un par de secuencias. Suficiente para ponerse al frente del set.

He leído que es una blasfemia afirmar que Blue in the Face es una secuela de Smoke, pero lo es, si bien es necesario conceder que, si los personajes son los mismos, el resultado no. Paul Auster se inventó un curioso método para dirigir: levantaba letreros que decían “sigue” o “aburrido”. Y así. Fue su fama la que hizo de Blue in the Face una película de culto, aunque hay un momento maravilloso: Jim Jarmush fuma un último cigarro. Por este monólogo valdría la pena ver Blue in the Face.

Lulu on the Bridge fue escrita y dirigida por él. Habiendo tomado mucho más en serio el trabajo del director, la obra resulta mucho más aliñada, pero hay un toque de terror hollywoodense que parece haber inspirado a Night Shyamalan para El Sexto sentido. Lo mejor es la música.

Unos años más tarde lo intentó otra vez. La vida interior de Martin Frost cuenta la historia de un escritor que busca una idea que llega de pronto. Se va a dormir y a la mañana siguiente encuentra junto a él a una hermosa mujer. Sólo un atontado podría pensar que se trata de la realidad de la película. No, sucede como en todas las películas de las que hemos hablado: de un complejo juego por encontrar una voz para hacerse de fama a través de espejos en que termina hablando un autor.

Con excepción de Smoke no hay nada muy impresionante y, sin embargo, hay una adaptación que ha sido olvidada: El país de las últimas cosas está lejos de ser una más de las adaptaciones que se hicieron de las novelas del neoyorquino. Alejandro Chomski se encontró con Auster en Buenos Aires en 2002. Hablaron de cine y el escritor reencontró a Sancho Panza, el hombre que contaría su historia, para dársela a él.

El país de las últimas cosas cuenta la historia de una mujer que está en algún lugar pero que puede estar en cualquier parte del mundo. Ella busca a su hermano. El ambiente distópico y postapocalíptico de la novela es adaptado con mucha elegancia por Chomski, pero en Estados Unidos y Europa la despreciaron. Y es que, para el centro del mundo, los únicos que pueden hablar de la crisis del centro del mundo son ellos. Se puede hablar de narcotráfico y de gente sin escrúpulos. Que mata por el puro placer de matar, pero en África, Asia y América Latina. Los temas complejos de una sociedad que ha explotado por dentro, enferma de todo lo que anunció Kafka. Eso, piensa la crítica occidental, un latinoamericano no lo puede narrar. Quien piense que Auster sólo puede ser dirigido en inglés no ha entendido que un escritor que se compara a sí mismo con Cervantes aspira a ser universal.

AQ

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