Adaptar Pedro Páramo (estreno en Netflix) resulta un verdadero acto de vocación y valentía. No es fácil retomar una obra tan llena de sutilezas y, sobre todo, enfrentar al público sabiondo que cree haber entendido la obra de Rulfo a cabalidad. Pero así lo quiso Rodrigo Prieto. Meterse en el embrollo de ofrecer su interpretación de esta que, se presume, es la obra que representa el alma atribulada, contradictoria y a menudo incomprensible de lo que significa ser mexicano: vivir como un rencor y tan pegados a la muerte que se vuelve uno con ella.
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El primer logro en la interpretación de Prieto es que, sin exagerar, busca contar la historia de modo más o menos lineal. En torno al extraño encuentro entre Abundio y Eduviges se tejen los recuerdos, los ecos, los murmullos de Comala. Es así como se reacomodan muchas de las escenas que suceden en el texto de Juan Rulfo. Giran en torno a esta charla que, sin embargo, no quita el temple de misterio a los amores contrariados de Pedro Páramo y Susana San Juan.
La fotografía, como es natural, resulta espectacular. Lo digo porque Rodrigo Prieto saltó a la fama como cinefotógrafo. Y en cuanto a la actuación, he leído críticas que me resultan incomprensibles en torno al tiempo que ocupa Tenoch Huerta en la pantalla, lo cual es como quejarse de que en torno a la conversación entre Preciado y Eduviges se despliegue el universo de Comala en forma similar a aquel Combray que emerge vistoso (en la novela de Proust) de una taza de té.
Creo que la adaptación de Rodrigo Prieto de la novela Pedro Páramo es muy inteligente y está tan llena de recursos que parece una caja de juguetes en la que, sí, nos encontramos una y otra vez con la presencia actoral de Tenoch Huerta, pero no entender que se trata también de un recurso impedirá seguramente apreciar el modo en que el director está jugando con lo más complejo de la novela: esos ecos que juguetean y se mueven macabros por las calles de Comala.
De las, cuando menos, cuatro adaptaciones que se han producido de esta novela mexicana, la de Prieto es la mejor. Entre otras cosas porque nos conecta con el gran cine mexicano que se produjo entre los años de 1940 y 1970 y de los que Prieto, lo sé, resulta un gran conocedor. Uno podría creer por momentos que está viendo la versión que hubiesen hecho Emilio Fernández y Gabriel Figueroa. Hasta que brilla la actuación. Porque hay que decirlo: la dirección actoral de Fernández producía momentos que, tal vez hoy, parezcan subidos de tono. Rodrigo Prieto, en cambio, consigue que sus actores se mantengan tan sobrios y, sin embargo, tan misteriosos que, mejor, parecen salidos de Hitchcock. Baste decir que Roberto Sosa está contenido. Lo encontramos como en sus mejores momentos. Actuando con las manos, con la mirada. Sin necesidad de lanzar al aire discursos airados ni, como sucede al otro extremo del cine, hablando muy pausado. Como en el cine de Michel Franco.
Tal vez el éxito en la adaptación de esta película esté en que los ejecutivos de Netflix permitieron a Rodrigo Prieto una enorme libertad creativa. Esto se evidencia en un recurso inesperado: la música. Para ofrecer contexto emocional a su película, el director se ha construido una banda sonora espectacular. Las partes clásicas son minimalistas y en las folclóricas hay murmullos, sí, pero no lugares comunes. Comala se vuelve el eco vehemente no sólo de los muertos, también de la música con la que celebraron esos amores que los hicieron desmoronarse como un montón de piedras.
Pedro Páramo
Rodrigo Prieto | México | 2024
AQ