Aventuro una posible definición de lo que constituye una gran película, para diferenciarla de una buena película y, posteriormente, de una película del montón.
Una gran película es siempre una obra de autor, producto de algo que se quería expresar por algún motivo particular: el arte puro, la necesidad creativa, la expresión artística genial, etcétera. Para poder hablar de una gran película es imprescindible que haya también un guión de la altura del director (o un director de la altura del guión), así como medios de expresión de “lenguaje de cine”: formas artísticas que aprovechan —o incluso definen— las características únicas del medio fílmico, capaz de reunir lo mejor del teatro con los recursos de imagen y cambio instantáneo de cuadro que solo en la pantalla se pueden lograr en forma visualmente directa. Toda gran película tiene igualmente una cierta “tridimensionalidad” mediante la cual traspasa o trasciende el relato mismo que muestra, porque descansa en consideraciones filosóficas o artísticas o morales o estéticas que le dan sustento en forma directa o velada.
Una gran película es impredecible en su relato: no me dice lo que ya sé o lo que espero oír, sino que va más allá y es capaz de sorprenderme y enseñarme algo que yo desconocía o no había considerado antes de esa forma.
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Una gran película suele conjuntar la estética con la música y con la historia, y a veces también (aunque no necesariamente) con las actuaciones o las grandes figuras.
Una gran película abre y muestra caminos artísticos o expresivos que luego otros imitarán o seguirán como modelo.
Una gran película no necesariamente será fácil de entender, y tampoco es obligatorio que me haya gustado mucho, porque no es allí donde radica su valor, sino más bien en la elegancia, la potencia o la capacidad de conjuntar expresiones estéticas con el hecho de decirle algo a (casi) cualquiera que la vea.
Una gran película no se olvida, pues uno es otro después de haberla visto; uno es mejor, o es más, o comprende cosas que antes no captaba, y eso se agradece por siempre.
A final de cuentas, esa es la función del arte, ¿no?
Desde esta perspectiva, que para nada intenta ni podría ser excluyente, va una lista de grandes películas, encabezada por la mayor de todas: 2001 Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), aunque esta distinción —como en casi todo— ha dado lugar a discusiones sin fin. Kubrick puso allí el estándar que luego todos han tratado de seguir en elegancia, profundidad, belleza estética, ritmo y hasta música. Es una película de “amor cósmico” en la que sin embargo no hay ni un solo beso ni un “te quiero”, que es el primer recurso fácil en tantas otras.
Zoot Suit (Luis Valdes, 1981). Teatro chicano filmado, de una calidad tal que no le pide nada a la Royal Shakespeare Company, por decir algo. Baile, música y fuerza poética y visual empleados como vehículo narrativo con sentido social. Una joya absoluta.
Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Alegoría sobre el mito fáustico, con una ultra-elaborada producción visual y un lenguaje poético en “voz en off”, aunque en la posterior “versión del director” increíblemente le quitaron ese elemento distintivo; hay que ver la original.
Paris, Texas (Wim Wenders, 1984). Extraordinario dramonón, que en otras manos solo hubiera sido una vil telenovela. Aquí, muy por el contrario, alcanza niveles de belleza e intimidad excelsos, incluida la música de Ry Cooder.
Educando a Arizona (Hermanos Coen, 1987). Una de las grandes cintas de lo que podríamos llamar “cine moral”, aunque envuelta en lo que a primera vista parecería ligero o hasta intrascendente.
12 Monos (Terry Gilliam, 1995). Imaginación desbordada, tanto visual como de relato inteligente. Llena de giros y recursos; al terminar de verla a uno se le comienzan a ocurrir posibilidades y paradojas: una maravilla del cine.
La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998). Extraordinaria conjunción entre filosofía, poesía y música, aunque enmarcada en la guerra y la destrucción absurdas.
Luz silenciosa (Carlos Reygadas, 2007. Tal vez la mejor película mexicana que existe). Ya luego hablaremos de otra maravilla, aunque no filmada en México: Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014).
Dentro de la inacabable historia del cine hay muchas más, claro, y en esta otra somera lista van algunas de las “clásicas”: Los olvidados (Luis Buñuel, 1950); Noches blancas (Luchino Visconti, 1957); La dolce vita (Federico Fellini, 1960); Sin aliento (Jean-Luc Godard, 1960); Blow-up (Michelangelo Antonioni, 1966); Escenas de un matrimonio (Ingmar Bergman, 1974).
Continuamos la incompleta y polémica lista con El conformista (Bernardo Bertolucci, 1969); Women in Love (Ken Russell, 1969); Annie Hall (Woody Allen, 1977); A la izquierda del padre (Luiz Fernando Carvalho, 2001).
De todas ellas se puede explicar, argumentar y elaborar ampliamente, porque cada una es una obra de autor, un dechado de belleza (entendida no solo como lo “bonito”) o hasta una lección de vida, e incluso se engrandecen con el paso del tiempo.
En fin. Luego hablaremos de las buenas películas, y tal vez, algún lejano día, de los esperpentos comerciales que nos quieren vender como buen cine...
AQ