Muchas veces nos preguntan si pensamos en el lector a la hora de escribir. Buena parte de los escritores responden que no, y quizás por imitación alguna vez di la misma respuesta. Y es que la pregunta indaga si escribimos con un aire de complacencia, de inclinación bestsellerista. Por algo en las contraportadas leemos con frecuencia el gran atributo de una novela: “Sin concesiones para el lector”. Algo hay que conceder, supongo.
- Te recomendamos Democracia muerta Laberinto

La escritura es muchas cosas; también es un acto de comunicación y un intento de seducción. No es onanismo. Hay que pensar que del otro lado hay alguien con quien queremos hablar, a quien queremos seducir. Por la forma explicativa de muchas novelas, se nota que ciertos autores piensan en lectores simples; otros hablan menos porque suponen que su lector es un buen entendedor.
Acabo de leer una de esas novelas explicativas. No hago citas textuales por no ser descortés, pero pongo un ejemplo muy cercano a la realidad.
“Rebeca sintió que Carlos la cuestionaba como un Sócrates, ese filósofo de la antigua Grecia que mediante interminables preguntas provocaba que sus discípulos descubrieran verdades que ya llevaban dentro de sí mismos”.
¿Cómo no pensar en los lectores cuando son tan necesarios para el escritor? ¿Cuál sería entonces el propósito de publicar?
Cuando Boris Pasternak entregó Doctor Zhivago a un agente italiano, le dijo: “Lo invito a mi fusilamiento”. Estaba dispuesto a jugarse la vida porque los lectores le eran más importantes que esa vida.
A Ósip Mandelstam le hizo tanta falta un público que escuchara sus poemas, que acabó muerto en un vagón rumbo a Siberia.
¿Cuántas veces no se presentó Vasili Grossman en la oficina de censura para tratar de negociar algún cambio en su novela que pudiera abrir la puerta a la publicación?
En siglos pasados, muchos libros iban acompañados por algunas líneas del autor dedicadas al lector. Muy famoso es el de Cervantes al “desocupado lector”. El patrañuelo comienza con una “Epístola al amantísimo lector”. El Guzmán de Alfarache lleva dos dedicatorias: una “Al vulgo”, para hacer escarnio de él; otra, “Al discreto lector”. El prólogo de Fray Gerundio de Campazas va dirigido “Al público, poderosísimo señor”, y a ese público le dice: “Usted sólo es el que da o el que quita el crédito a los escritos y a los escritores; usted sólo el que los eleva o los abate, según lo tiene por conveniente; usted sólo es el que los introduce en el templo de la fama o los condena al calabozo de la ignominia; usted sólo el que los eterniza en la memoria, o hace, apenas ven la luz que, entregados a las llamas, se esparzan sus cenizas por el viento”.
¿Cómo no pensar en alguien tan poderoso?
AQ