La performancera feminista Deborah de Robertis vandalizó la pintura de Gustave Coubert, El origen del mundo, grafiteó el conocido eslogan MeToo, además agredió otras obras y se robó un bordado de Annette Messager, aludiendo que conocía al curador de la exposición, y dueño del objeto, y que sabía que había tenido una “conducta sexual indebida”. Su histérica “justicia” no terminó ahí, alardeo en sus redes que con sus acciones “estaba haciéndose sitio en la Historia del Arte”.
Este acto de vandalismo es un acto de censura. Es una agresión en contra del arte, usando la violencia y el exhibicionismo para reivindicar la versión del feminismo de la artista y sus cómplices.
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¿En qué punto entra el amasiato entre la corrección política y el exhibicionismo sexual? Esta artista ha sido detenida y multada por desnudarse en museos, y esas acciones son parte de su “currículum” de arte. Tenemos tres elementos axiomáticos, es decir, moralmente buenos: la libertad de expresión en el arte, la lucha feminista por la igualdad, el significado social del movimiento MeToo se considera una denuncia colectiva. En los términos de la corrección política ninguno es condenable.
El peligro con los movimientos “políticamente correctos” es que ser críticos nos posiciona enemigos. La corrección política, así como el MeToo, son en esencia populistas. Dividen a la sociedad entre el pueblo, es decir ellos, las mujeres, los marginados, etcétera y la elite. En este caso la elite es la Historia del Arte. Nos dice la feminista performancera, con particular torpeza, “no se pude separar a la mujer de la artista”, entonces si ella muestra su vagina no es exhibicionismo sexual, agresión pública o simple pornografía, es arte, es lucha social y denuncia. Si Courbet pinta una vagina nos dicen que es un hombre utilizando el cuerpo femenino. Merece ser denunciado y su obra, agredida. La laxitud de la condena a estos actos es parte del caos ético que esto provoca. Es muy difícil para las autoridades castigar una acción, supuestamente artística, que conceptualiza una lucha social. La acción de este performancera tiene, desde la corrección política, más autoridad moral que la pintura misma, y su carrera es más “social” que la de Courbet.
El movimiento MeToo fue una borrachera de linchamientos, la doble moral y el oportunismo permitieron que decenas de personas se vengaran, fueran jueces y verdugos, sin dar derecho de réplica a los acusados. Esa borrachera continúa y el simple señalamiento se convierte en condena y aniquilación social.
Desde esa autoridad moral, tendríamos que tolerar estos actos porque sus ideales son parte de la histeria colectiva de la corrección política. El origen del mundo fue vandalizado por un acto soez que ejecuta una persona que carece de valor ético y artístico. Los papeles están invertidos. Las grandes obras no están disponibles para nuestra mirada, soportan la agresión de las ideologías, que deciden qué es moral o inmoral, y lo hacen desde la inmoralidad de sus actos.
AQ