La prevista muerte: personajes de la historia que predijeron su fallecimiento

Ciencia

Vivimos con despreocupado talante sin pensar mucho en nuestro final. Es nuestra incapacidad y el azar, lo que nos impide ver la manera como acabaremos y el día en que terminarán nuestros días, aunque hay excepciones.

Abraham De Moivre, Gerolamo Cardano, Mark Twain y Arnold Schoenberg. (Laberinto)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

Abraham De Moivre tenía 87 años cuando notó que cada día dormía 15 minutos más que el día anterior; supuso entonces con singular perspicacia, que el final de su vida llegaría cuando durmiera 24 horas. La sospecha de tan fatídica posibilidad lo llevó al cómputo sencillo que revelaría la premonición en números certeros de luctuosa precisión. Al final del verano de 1754 el gran matemático se percató que con esas consideraciones moriría el 27 de noviembre de ese mismo año. Ese día, conforme a su calculada profecía, el conocido sabio que había contribuido a la teoría de probabilidades falleció con puntualidad fúnebre. Su vaticinio se cumplió con exactitud poco envidiable.

Aunque esta historia no parece tener un sustento sólido, sí hay evidencia de que el nunca bien ponderado francés que vivía en Inglaterra llegó a dormir 20 horas en el fatal proceso que lo debilitaba cada día más mientras se acercaba el día previsto. El diagnóstico del médico que certificó su muerte establecía con denuedo: “muerte por somnolencia”.

Vivimos con despreocupado talante sin pensar mucho en nuestro final gracias al artificio que ejerce la ineptitud. Es nuestra incapacidad y el azar, lo que nos impide ver la manera como acabaremos y el día en que terminarán nuestros días. Por eso podemos sobrellevar la existencia cumpliendo con cabalidad nuestros deberes y obligaciones.

Pero muy a pesar de las propiedades analgésicas de la incertidumbre queremos siempre conocer los detalles del último día. Esa impertinencia generalizada no puede ser tachada de necedad, pero sí de contradicción, incoherencia y antinomia.

Girolamo o Gerolamo Cardano vivió en el siglo XVI. Es conocido por su irreprochable práctica médica y su trabajo en matemáticas donde aportó una solución general completa a la ecuación de tercer grado y de la ecuación de cuarto grado, además de ser uno de los fundadores de la teoría de probabilidades, entre otros.

En la larga lista de su creativa obra, la más infeliz debe ser aquella de 1554 en que calculó el horóscopo de Jesús Cristo. La ocurrencia no fue muy bien vista por el Tribunal de la Santa Inquisición que lo procesó en 1570. Después de varios meses en prisión Cardano abjuró alcanzando la libertad con fuertes condicionantes.

Y es que además de sus múltiples ocupaciones y destrezas, Cardano se ejercitó como astrólogo. Algunas versiones históricas dicen que un día decidió hacer su propio horóscopo pronosticando su muerte antes de cumplir 75 años. Cuando se acercaba a esa edad notó que su salud se encontraba en perfectas condiciones. Resolvió entonces dejar de comer y beber para estar en mejor posición de cumplir con su meticuloso vaticinio. El destino cifrado en la posición de los astros no podría fallar sin un costo a su prestigio. Se dice que consiguió acertar la profecía con margen de seguridad de 3 días. Había nacido el 24 de septiembre de 1501 y murió el 21 de septiembre, es decir: casi 75 años más tarde. Todo con estricto apego a lo que establece una acuciosa interpretación en la manera como se posicionan los asterismos en el fondo negro de la noche.

Girolamo Cardano había calculado con diligencia la fecha de su muerte y aunque el médico notable, astrólogo y estudioso del azar debió recurrir al suicidio para llegar sin demora a su cita, no podemos recriminar errores de cálculo. La voluntad de las estrellas se cumplió y la lectura del cielo que el astrólogo describió para sí mismo fue la correcta.

Mark Twain no era matemático, pero aun así echó mano de los eventos naturales en el cielo para predecir su muerte. El gran escritor norteamericano nació en 1835, año en que el cometa Halley se acercó a nuestro planeta para ser avistado. A principios de siglo, en 1909, Twain declaró que moriría con la próxima llegada del cometa que como sabemos cumple ciclos regulares de 76 años. El 20 de abril de 1910 el cometa fue visto nuevamente y Mark Twain murió dos días después víctima de un ataque cardiaco.

Una historia de mayor vaguedad, pero similar carácter es la del músico Arnold Schoenberg, compositor controversial por el estilo de sus creaciones que no se alineaban con el sistema tonal de la música clásica en su tiempo. También como pintor buscó libertad en la composición de sus cuadros. En su obra pictórica no persiguió valores estéticos sino fidelidad con sus sentimientos. El gran artista de origen austriaco y nacionalizado norteamericano sufría de triscaidecafobia: un miedo irracional al número 13. Ese padecimiento lo llevó a cambiar el título de su ópera: Moses und Aaron que contenía 13 letras, por el más breve: Moses und Aron. El temor al número 13 también lo hizo predecir su muerte en un año múltiplo de ese número. Había nacido el 13 de septiembre, lo que, de alguna forma, fortalecía su sospecha de una relación fatal con ese número. Estaba convencido de que moriría el día 13 de algún mes y algún año. El 13 de julio de 1951 Schoenberg fue encontrado muerto en su cama por complicación de sus padecimientos.

Predecir la propia muerte no parece tener utilidad social. Saber el momento preciso más que ser infructuoso también nos hace ver las virtudes que puede llegar a tener la ignorancia en este particular aspecto de nuestra finita existencia.

AQ

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