Piadosa arrogancia

Casta diva

Los peores tiempos son los tiempos del arte. La creación es consecuencia de la desesperación, del rechazo a la invencible realidad

Una exposición de pintores holandeses barrocos, da cuenta del arte que se realizaron cuando Europa se destruía en las guerras religiosas (Thomas de Ke
Ciudad de México /

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Los peores tiempos son los tiempos del arte. La creación es consecuencia de la desesperación, del rechazo a la invencible realidad. Hambre, enfermedad y guerra, se regodean en su poder lanzando a la muerte, emisaria absoluta e incuestionable. Los seres humanos respondemos con débiles y minúsculas armas: música, poesía, dibujo. Los dioses se burlan de la ignorancia evasiva que nos determina, de la necia condición que no entiende a lo que se enfrenta. Sin ley y arrogantes, tratamos de escribir de nuestra historia, ese privilegio nos está prohibido, las vidas se repiten, los dolores regresan, los males son incurables, nuestro libre albedrío es un espejismo que refleja lo que no somos.


En el Metropolitan Museum de Nueva York exponen su colección de pintores holandeses barrocos, la explosión de la naturaleza muerta, el retrato y las escenas de la vida cotidiana, que realizaron cuando Europa se destruía en las guerras religiosas y la miseria triunfaba con sus malolientes jirones. Las religiones demostraban su poder con cadáveres, pan podrido, agua sucia, cuerpos cubiertos de pústulas, y el sufrimiento ahogaba a las virtudes. Las batallas ensordecían los paisajes, la música purificaba al llanto, y en los talleres construían laúdes y clavecines, las maderas preciosas traídas de América y África se traficaban entre los artistas y artesanos para inventar sonidos, para darle al espíritu un lenguaje que pudiera escuchar sin miedo. Thomas de Keyser contrasta la severidad del color negro, símbolo de la austeridad protestante, con la juventud del músico que ágil saca de su estuche un laúd, una niña lo mira con una sonrisa y el pintor conquista la naturalidad para vencer al realismo. El joven está en movimiento, ella lleva en la mano un delicado abanico de plumas blancas, está impaciente por bailar las Danzas de Joachim van den Hove, distraer al infortunio con el gozo desterrado. 

La partitura invade el presente, y la pareja, en su presuntuosa austeridad, sabe que afuera de esa habitación la población busca comida entre los desperdicios, y las leyes divinas se disputan el honor de matar. El color negro es el gran hallazgo del puritanismo, es su orgía y su exceso, la represión desquició el brillo, los pliegues y los filos azules, el cuerpo y el alma se unieron en el limbo que les da espacio, en un color que es penumbra y ascetismo. Los cuellos blancos resplandecen en piadosa arrogancia, la mortificación es opulencia, el cuerpo se oculta y la cabeza se enmarca, las variaciones cromáticas son fugas musicales, evanescencias de la materialidad. La miseria contempla avergonzada, la elegancia es un castigo divino inmerecido. 


  • Avelina Lésper

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