Pierre Nora: “A Kundera lo lastimaba hasta el alma ser mal juzgado por su gente”

Entrevista

En esta entrevista, el connotado historiador y editor evoca al autor de ‘La insoportable levedad del ser’ recién llegado a Francia, donde escribiría obras notables como ‘Un Occident kidnappé’.

Pierre Nora, historiador francés. (gala.fr)
Eugénie Bastié
Ciudad de México /

Milan Kundera era amigo suyo. ¿Cómo podría definirlo?

Cuando lo conocí, inmediatamente fui seducido por su gran inteligencia, a la vez muy humana —lo que le permitía una fina comprensión de las relaciones entre hombres y mujeres— y muy intelectual, capaz de pensar y teorizar. Era un ser extremadamente irónico y escéptico. Yo desde el principio lo vi como un muy buen escritor. Muchos novelistas no son muy inteligentes —no es necesario ser muy inteligente para escribir novelas, una mirada demasiado crítica sobre las personas puede convertirse en un obstáculo. Pero él era muy inteligente. Era un hombre múltiple. Pintor, fotógrafo, profesor de cine y de teatro. Y ensayista. Muchas veces me dijo “la novela, se acabó”.

¿Cómo lo conoció?

Lo conocí en Belle-Île en 1976 gracias al crítico Claude Roy, quien encabezaba el pequeño grupo al seno de Gallimard que había acogido a Kundera en París. De ahí se derivó una prolongada amistad, a veces entrecortada por períodos de desavenencias. Era el misterio de la personalidad de Milan. No soportaba depender aunque fuera un poco de la gente que conocía el medio parisino al que él acababa de llegar. Durante años me hablaba todas las mañanas para decirme: “Tengo que cenar en casa de fulano, ¿llego a las 6 o a las 7 de la tarde?” o “Tengo que escribir una carta a mengano, ¿le escribo señor _____ su nombre? ¿Y cómo la termino? ¿Saludos?” Yo lo aconsejaba, le daba los códigos. Contribuí a hacerlo entrar en los Estudios Superiores por intermedio de François Furet, lo que permitió repatriarlo de Rennes a París. Durante veinte años fuimos muy cercanos, también con Vera, su admirable mujer. Era el mejor período de la gloria que gozó de los años 70 a los años 90. Participó desde el inicio en la revista Le Débat, en la que escribió muy buenos artículos, concretamente un curioso diccionario de sus palabras preferidas en el número 37 que iba de “Absoluto” a “Vulgaridad” y que amerita ser releído. Cuando lo conocí, ya tenía 45 años, era un escritor reconocido. Antes de llegar a Francia había tenido un primer periodo en República Checa como poeta y que conocíamos poco. Su segundo periodo comienza con La broma, hasta La insoportable levedad del ser: son sus novelas de “disidente” que le valieron un inmenso éxito. Su tercer periodo es el del exilio definitivo. Es más filosófico: son Los testamentos traicionados, El Arte de la novela, La lentitud, La ignorancia, que no tuvieron necesariamente el éxito que él esperaba.

Kundera hizo un enorme esfuerzo para adaptarse en Francia…

Sí, ya sabía francés, pero siguió aprendiéndolo en Francia, hasta corregir él mismo sus propias traducciones y escribir sus últimos libros en nuestra lengua. Me acuerdo que era todo un drama con sus traductores. Para él era trágico ser publicado en una lengua que aún no dominaba completamente. Cuando le dio por traducir de nuevo sus libros, comenzó con La broma. Trabajaba con una correctora de Gallimard. Un día llegó a la oficina con la novela bajo el brazo. Se quejaba de que la primera traducción era muy florida; pero la segunda era muy plana, le dije. Quedó abatido.

¿Se consideraba un “disidente”?

Rechazaba ser presentado como disidente, prefería que lo presentaran como escritor. Pero la primavera de Praga, en 1968, donde había militado con Václav Havel, fue un momento capital, la matriz de su vida. Cuando Havel tomó el poder en 1989, propuso a Kundera regresar a República Checa y ser Ministro de Cultura. Milan se negó. Ya había rehecho su vida en Francia. No tenía ganas de volver a entrar a la política. Havel se molestó con él: habían estudiado y militado juntos. Cuando Havel fue recibido en París por Mitterrand, Jack Lang me lo presentó diciendo “es el amigo de Milan Kundera”. Havel sonrió, pues Kundera no quería verlo. “Milan está en Islandia creo”, me dijo. Había comprendido perfectamente que Kundera quería evitarlo. Aquello fue muy mal visto en su país: una parte de los checos percibieron que le daba la espalda a su patria. Fue la tragedia de su vida. Lo lastimaba hasta el alma el hecho de ser mal juzgado por su gente.

Usted escribió el prefacio de la reedición en Gallimard de Un Occident kidnappé, un texto importante de Kundera que había aparecido por vez primera en Le Débat (Gallimard, 1983). ¿Nos puede hablar del contexto en el que este texto fue publicado y el eco que tuvo en esa época?

En este importante texto, él dice muchas cosas. Afirma que Occidente se olvida de Europa Central a la que considera como parte de la Unión Soviética, cuando se trata del fermento más logrado de la cultura europea mundial. “Europa central, el máximo de diversidad en un mínimo de espacio”, escribió. A fuerza de despreciar todas esas pequeñas naciones (Polonia, Hungría, Checoslovaquia), que solo tenían su propia cultura para existir y definirse, Occidente se olvida de sí mismo y se entrega a un capitalismo mercantil. Esto se puede equiparar al discurso de Solzhenitsyn en Harvard algunos años antes, en el que el disidente ruso reprochaba a Occidente su materialismo. Aunque Kundera fuese mucho menos metafísico que Solzhenitsyn. Es un texto que tuvo una inmensa repercusión. Fundaba la identidad nacional sobre la cultura y no sobre la economía o el derecho. Su voz personal y angustiada repercutió en todos los países del Este. Ese texto jugó un rol decisivo en la formación de varios intelectuales franceses, como Alain Finkielkraut, que lanzó en la estela de este texto en 1987 Le Messager européen. Europa no era un conjunto geográfico, mucho menos un sistema de valores abstractos, sino una realidad cultural: esta lección aún hoy está vigente.


* Título de la Redacción

Traducción del francés por José Abdón Flores.

Tomada de: Le Figaro, 14 de julio de 2023

AQ

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