Philippe Sands (Londres, 1960) responde esta entrevista desde Francia. Desde ahí, el escritor y abogado habla de su más reciente libro, Calle Londres 38. Dos casos de impunidad: Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia, publicado por Anagrama y disponible en México a partir del 15 de julio.
Sands es un connotado abogado internacional y académico conocido por su trabajo en derechos humanos, justicia internacional y crímenes de guerra. Es profesor en el University College London (UCL) y director del Centre on International Courts and Tribunals. Ha participado como abogado en importantes casos, entre otros el juicio al dictador chileno Augusto Pinochet, los crímenes de guerra en Yugoslavia, el genocidio de Ruanda, la invasión a Irak, las torturas en la prisión de Guantánamo y las disputas en torno al archipiélago de Chagos. Es colaborador de Financial Times, The Guardian, The New York Review of Books y Vanity Fair, y comentarista de CNN, MSNBC y BBC World Service.
Es autor de libros de no ficción como Calle Este-Oeste (Anagrama, 2017), que entrelaza la historia de cuatro hombres: Hersch Lauterpacht (creador del concepto de “crímenes contra la humanidad”), Raphaël Lemkin (quien acuñó el término “genocidio”), Hans Frank (jurista nazi) y el propio abuelo de Sands, Leon Buchholz, un judío perseguido por los nazis. Ambientado, en Lviv, Ucrania, explora cómo se gestaron los principios legales de los juicios de Núremberg y cómo lo personal se mezcla con lo jurídico. Es también autor de The Ratline (Ruta de escape, Anagrama), sobre la huida de criminales nazis. Estos dos conforman una trilogía junto a Calle Londres 38, que entrelaza dos historias reales. Por un lado, la de Pinochet, arrestado en Londres en 1998 por crímenes de lesa humanidad, y, por otro, la del criminal nazi Walther Rauff, creador de las cámaras móviles de gas, que vivió protegido en Chile hasta su muerte en 1984. Ambas confluyen en el sitio Londres 38, un antiguo centro de detención y tortura en Santiago de Chile durante la dictadura. Philippe Sands reconstruye estos episodios con documentos inéditos, entrevistas y la crónica del juicio a Pinochet en Londres, un proceso promovido por el juez español Baltasar Garzón. Además de la trama judicial e histórica, Sands entrelaza la mirada literaria e intelectual de escritores como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Pedro Lemebel y Roberto Bolaño.
¿La literatura juega algún papel en la justicia internacional?
Sí, totalmente. No lo entendía hasta que escribí esta trilogía. Yo era más una especie de formalista, un abogado internacional, clásico, que pensaba que las cosas tenían que hacerse en los tribunales y en ningún otro lugar.
¿Cómo cambió esta postura?
Con el tiempo, he podido ver que los tribunales —nacionales e internacionales— son solo una parte del cuadro y que hay otras formas, como la verdad y la reconciliación. Si te adentras aún más, y de manera informal, en el mundo de la literatura, llegas a comprender cómo la escritura permite entrar en lugares que la sociedad a menudo no permite. Así que, antes del año 2000, no había casos sobre Pinochet, no se había escrito nada y a los jueces no se les permitía abordar este asunto, pero los escritores intervinieron: Neruda lo hizo poco antes de su muerte, y, por supuesto, Roberto Bolaño.
“La ley no es un proceso mecánico […]. La interpretación de la ley es siempre personal”, dices en este libro. ¿Qué te enseñó esta historia como abogado?
El corazón palpitante de estos tres libros es el papel vital que desempeñan los individuos en cada historia, ya sea que se trate de un juez, un fiscal o un académico. Se trata del papel que juegan los individuos en nuestras vidas y en nuestras sociedades, y lo que uno de mis personajes llama la “expresión del coraje civil”: hacer lo correcto en un momento determinado.
A través de tus libros, viajas por lugares marcados por el genocidio y la impunidad. ¿Cómo se encuentra una visión humana en medio de tanto dolor?
Los Estados no cometen genocidio, las personas cometen genocidio. ¿Por qué me interesa un personaje como Walther Rauff? En muchos sentidos, Rauff no es interesante —cenar con él no sería una experiencia interesante—, pero busco comprender por qué alguien como él hizo lo que hizo. No tengo una respuesta, y sería presuntuoso imaginar que la tengo, pero se puede empezar a tener una idea de lo que hace que un ser humano se involucre en tales horrores, y luego vivir el resto de su vida justificando y defendiendo esos horrores. Es una mezcla de debilidad, vulnerabilidad, vanidad y ambición. ¿Qué mueve al ser humano? Eso es lo que me interesa.
¿Por qué era importante establecer la relación entre Walther Rauff y Pinochet?
La respuesta es muy sencilla. La trilogía surgió de manera accidental. Recibí una invitación para ir a una universidad en Ucrania, y terminé escribiendo Calle Este-Oeste (Anagrama), la historia de Hans Frank y mi abuelo. Durante la investigación, me encontré con una carta de Rauff a Otto Wächter fechada en mayo de 1949. Y cuando me enteré de que Rauff había tomado la ratline a Chile, me pregunté sobre una posible conexión entre ellos. Me lo cuestioné porque yo estaba involucrado en el caso Pinochet. Me despertaba curiosidad saber si esta historia accidental tenía una conexión con los crímenes cometidos por Pinochet. Fue una corazonada.
La literatura y el derecho deben tener las preguntas correctas para explorar historias. ¿Cuál fue la pregunta principal en este libro?
Hay dos cuestiones principales. La primera: ¿hubo un acuerdo entre Chile y Gran Bretaña para llevar a Pinochet a casa y qué nos dice eso sobre la impunidad y la justicia? Esa es una pregunta complicada. Tengo una división interna en cuanto a si creo que era mejor que Pinochet volviera a Chile o que fuera a España. Puedo ver los dos tipos de argumentos, y puedo ver la equidad de ambos, y te habrás dado cuenta de que en el libro nunca digo qué habría sido lo mejor. Se lo dejo al lector. Hay una gran pregunta en mi cabeza sobre la autoridad moral de España para pedir cuentas a un dictador por crímenes internacionales cuando nunca ha pedido cuentas a su propio dictador. No solo no ha procesado a Franco, sino que no ha procesado a una sola persona que formó parte del séquito de Franco. Esta es una pregunta muy grande para los chilenos, incluso para los chilenos de izquierda. La segunda gran pregunta ya la has planteado: ¿podría existir una conexión entre Ralph y Pinochet?
En el inicio del libro, retratas a un Pinochet orgulloso de su biblioteca, con una obsesión por ciertos libros, poemas, obras de arte... ¿A qué atribuyes esta actitud?
Son sentimientos de inseguridad y búsqueda de legitimidad: inscribirse en una especie de relato histórico que permita justificar lo que se hace. Pinochet tenía amistad con un hombre al que ordenó asesinar, el general Carlos Prats, reconocido como un hombre de profunda cultura y con importantes cualidades intelectuales. Creo que Pinochet estaba celoso de que Prats fuera reconocido como alguien que tenía un conocimiento de las artes y la literatura. Compré el libro sobre la biblioteca de Pinochet, y me hizo reír. Es hilarante. Además, en su deseo de convertirse en abogado, fue a la facultad de Derecho en Ecuador. Me puse en contacto con la universidad y encontraron su expediente estudiantil. Lo más interesante es que, aparte de las suspensiones, cambiaba de nombre cada semestre. Empieza como Augusto Ugarte y termina como Pablo Pinochet. Es una locura. En cada libro de la trilogía hay cierta conexión entre los personajes y la cultura. Me interesa la utilización del espacio cultural como forma de embellecer las cualidades humanas y la legitimidad del poder que has adquirido. Hay música, poesía y literatura alrededor de las actividades del asesino de masas, y esto resulta interesante.
Muchos de los casos que narras implican justicia “diferida” por décadas. ¿Qué sentido tiene el derecho internacional cuando el tiempo lo vuelve simbólico más que efectivo?
Creo que en el caso de Rauff es evidente que se escapó de la justicia en un sentido formal, a pesar de que vivía en el miedo y la ansiedad. El caso de Pinochet es aún más complejo, porque nunca fue condenado. El hecho fue que la detención y los procedimientos en Londres, más el acuerdo que hizo Chile con Gran Bretaña, permitieron que perdiera la inmunidad. No solo hubo procesos en su contra y estuvo bajo arresto domiciliario, procesado, como un hombre quebrado, sino que las puertas de la justicia se abrieron en Chile en el momento en que regresó a Santiago, en marzo de 2000. No había causas en los tribunales chilenos sobre los crímenes cometidos por el régimen de Pinochet, pero su regreso abrió la puerta, y hoy muchísima gente está en la cárcel. La historia no es blanca y negra. No es binaria. Al igual que un juego largo, que no se mide en días o meses o incluso en años, la justicia es un proyecto a largo plazo. En ese sentido, el papel de la literatura y la escritura es muy importante, porque la literatura y la escritura nos llevan a épocas anteriores. Por eso elegí para el libro una cita del siglo XVI, de Jean Bodin: “Nada ha engendrado mayores problemas que la libertad que se concede a los malvados para delinquir con total impunidad”.
Con los acontecimientos en Oriente Medio, en América, en Ucrania, ¿cuál es el papel de los tribunales internacionales?
Tengo que reconocerlo: este es un momento increíblemente difícil. Hay un retroceso en muchos sectores. Imagina el mundo en 1940 e imagina el mundo de hoy. En 1940, la gente no hablaba de justicia, no existía una convención sobre la Prevención y el Castigo del Genocidio, ni normas de tribunales internacionales sobre crímenes contra la humanidad. No había artículos periodísticos sobre los derechos de los individuos, los derechos de los grupos, etcétera. Así que algo ha cambiado, y se inscribe en el proceso que experimentamos como seres humanos para elaborar y construir un tipo diferente de orden, que hoy está frente a un verdadero desafío pues hay muchos que esperan que fracase.
¿El periodismo y las organizaciones no gubernamentales tienen un peso importante, como lo muestras en el juicio a Pinochet?
Absolutamente. Está sucediendo. Por ejemplo, sabemos de los hechos del 7 de octubre de 2023 en Israel [cuando le declaró la guerra a Hamás], y lo que ha sucedido más tarde en Gaza gracias a los periodistas, a las historias y a los reclamos de las organizaciones no gubernamentales. De manera informal, son una parte increíblemente importante del proceso. Forman nuestras perspectivas y se presentan en los procedimientos ante la Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional, los tribunales de derechos humanos, y desempeñan un papel central que no solo no ha terminado, sino que no disminuye; por eso hay tantos ataques a periodistas, organizaciones y escritores.
¿Cómo es la rutina de Philippe Sands al escribir?
Escribo en dos habitaciones. En esta, donde estoy, en Francia, y en Londres. Lo más difícil es escribir la primera ronda de un libro. Empiezo a trabajar muy temprano, a las cinco o seis de la mañana. Cuando hago el primer borrador, escribo durante cuatro o cinco horas. Intento escribir mil palabras al día. Y en nueve meses espero tener un esbozo completo de 150 mil palabras. Ahí comienza la verdadera escritura. Hice el primer borrador de este libro en 2021. Cuando me quedo atascado, imagino que estoy frente a un público al que le cuento mi historia. Como soy abogado en cortes internacionales, tengo que contar historias frente a jueces de muchos países, culturas, idiomas…
¿Qué lugar ocupa el silencio en tu trabajo?
Juega un papel muy importante. Habrás notado que hago pausas, silencios, al escribir una conversación. Otra forma de silencio es cuando no expreso mi punto de vista ni le digo al lector qué pensar. La tercera forma, que no está tan clara en el libro, son los silencios familiares. En mi familia, en la familia Frank, Wächter y Rauff son un tema constante. Me encantaría mencionar a la joven poeta chilena Mariana Camelio. Ella tuvo el valor de hablar conmigo. Me encontré con su poesía porque un día me enteré de que Rauff había trabajado para la Pesquería Camelio. Traté de encontrar a miembros de la familia Camelio, pero nadie quería hablar conmigo, excepto una persona, Mariana Camelio, uno de cuyos poemas termina el libro. Ella dijo que su familia era como mi familia y la familia Frank. Nadie hablaba de lo que había pasado. Así que un tema constante es el silencio de la familia en el lado de la víctima y en el lado del perpetrador. La cuarta cosa que diría sobre el silencio es que pienso mucho en eso. Paso mucho de mi tiempo en los tribunales. Los jueces no hacen preguntas. Básicamente, todo el mundo se levanta y pronuncia un discurso. Así que no sabes lo que los jueces están pensando. Están en silencio. Pero no dejan de expresarse. Pasamos horas en el tribunal observándolos. Aunque están en silencio, hay demasiado que pasa a nuestro alrededor.
AQ