Pita Amor o la Venus poeta

Personerío

Era esencialmente una actriz, pero pronto advirtió que sus grandes performances no habían de darse en los escenarios, sino en “la vida”, como la poeta Pita.

Pita Amor nació el 30 de mayo de 1918. (Fototeca MILENIO)
José de la Colina
Ciudad de México /

La Esfinge de voz profunda y vocales largas, la habitante del Centro del Universo, es decir de su Ego, la Loca de Chaillot aunque de la Zona Rosa del D.F., la tejedora de confesionales ontológicas, décimas octosilábicas, la gran diva del teatro de sí misma, la señorita Guadalupe Teresa Amor Schmitlein García, y algunas personas más que tal vez para siempre nos queden secretas, murieron al morir la sola mujer que, para la transitoria, tornadiza fama, fue Pita Amor.

Hacia mediados de los años cuarenta, Pita comenzó la persecución de la gloria desde las tablas de Talía. Salvador Novo, ya iniciado como cronista de la sexenal vida social y política en México, la vio desempeñarse de actriz y anotó que en la Casa de Muñecas de Ibsen la habían aprisionado “en la jaula de una historia envejecida para hacerla gritar como un canario desorientado”. Luego el cine, pero el cine mexicano, se interesó en la figura ondulada y satinada de la muchacha y la utilizó en momentos de dos películas hoy enteramente olvidadas y seguramente olvidables.

Era esencialmente una actriz: es inevitable imaginarla como la adolescente que habría actuado para el espejo las sonámbulas princesas de Maeterlinck, o recitado para el arrobado círculo familiar las trágicas heroínas de Racine o de D’Annunzio y los poemas de Gutierre de Cetina o de Amado Nervo. Pero pronto debió advertir que sus grandes performances no habían de darse en los escenarios o en las pantallas, sino interpretando en “la vida” su grande y único personaje: la poeta Pita. Esta íntima revelación, como en los altos momentos religiosos, fue inesperada, nocturna y mística, aun si utilizaba un mundano instrumento de la ornamentación facial femenina: “Una noche, no sé cómo ni puedo recordar por qué, sin tener ninguna idea de la poesía, tomé el único lápiz que tenía a la mano, el que servía para pintarme las cejas, y en un pedazo de papel empecé a escribir los primeros renglones: Casa redonda tenía, de redonda soledad…

Pita Amor murió el 8 de mayo de 2000 en la Ciudad de México. (Especial)

Un grande de las letras, don Alfonso Reyes, apadrinó su primer libro, cuyo título ya adelantaba la inevitable primera persona del singular: Yo soy mi casa. El ilustre padrinazgo, si le obtuvo una fama inmediata, al mismo tiempo provocó la sospecha de que el polígrafo, seducido por sus encantos de espíritu y cuerpo, gustosamente le propuso para ser su négre y le rimó y metrificó las ocurrencias. Pero Pita, que sin duda desde su más primaveral edad ejercía el octosílabo y la rima, pidió furiosa y endecasilábicamente: 

“Como dicen que soy una ignorante,/ todo el mundo comenta, sin respeto,/ que sin duda ha de haber algún sujeto/ que pone mi pensar en consonante”.

Lo que importaba era que ya ella había sentido bajo sus pies el crecimiento del pedestal, ya iba para ser La Señora de la Tinta, según el mismo Alfonso Reyes, o la Undécima Musa, según Enrique González Martínez, o la Dama Milagrosa de la Versificación, según José Revueltas, y que un día la eternizarían los pinceles de Roberto Montenegro, Diego Rivera y Juan Soriano. Por entonces ya se admira en angélico monstruo divino: 

“La Pita es un animal/ lleno de alas celestiales,/ de aladas alas cabales,/ y tiene algo de infernal”.

​ÁSS​

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