Planes de estudio… planes de gobierno (II)

Ensayo

El autor de este ensayo se pregunta: ¿no sería más racional y adecuado votar por los partidos y candidatos que presentaran al menos los esbozos de un plan de gobierno con visión de Estado en lugar de las usuales promesas y arengas demagógicas?

Cámara de Diputados. (Wikimedia Commons)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

En la primera parte de este ensayo dijimos que los planes de estudio universitario y los planes de gobierno tienen mucho en común en términos conceptuales, y por tanto sería deseable emplear un método racional y objetivo para producirlos, reduciendo la influencia de voluntarismos y consideraciones aisladas. En los planes de gobierno, además, suele emplearse un lenguaje retórico, pleno de promesas, ambigüedades y buenos deseos que suelen desembocar en poco, por lo que sin duda existen mejores alternativas.

En principio, la idea y la mecánica de ambos espacios es razonablemente similar, pues aquí por un lado hay conocimientos (que deben estar organizados y sistematizados para poderse utilizar), y por el otro hay áreas de actuación (individual, social, rural, urbana) que requieren de esos conocimientos para ser atendidas y desarrollarse mejor. Si en un plan de gobierno no hay una buena correspondencia entre conocimientos y requerimientos, las políticas públicas resultantes estarán inadecuadamente diseñadas y —situación común— se preocuparán más por las propuestas y los esfuerzos e inversiones que por la medición de sus resultados.

La realidad social es más compleja que la natural por las características entre oscuras, impredecibles y contradictorias de la conducta humana, y por ello la similitud entre planes de estudio y planes de gobierno no podría extenderse demasiado, pero aun así un plan de gobierno debería explorar, identificar, clasificar y exponer los elementos estructurales que configuran el todo social desde una perspectiva analítica integral, para entonces construir una “cartografía” multidimensional e interconectada que pueda emplearse como guía y modelo de comprensión de la realidad sociopolítica, y de la planeación requerida para atenderla.

Existen dos formas de hacer política: la tradicional, en la que el grupo (o individuo) dominante establece sus reglas, definiciones e intereses y, en el mejor de los casos, toma en cuenta la participación de los otros o de las minorías, o establece un sistema de tipo representativo o parlamentario en el que cada grupo expone y compite por sus intereses. El extremo en este caso —el usual, por lo demás— es el “ogro filantrópico”, emanado no por concesión graciosa sino como resultado de presiones y de luchas sociales [recordemos que para Marx el motor de la historia es la lucha de clases, aunque ya es necesario reexaminar y reexpresar este concepto a la luz de los avances sociales y tecnológicos], pero también podría, ¿por qué no?, existir otra forma, en la cual la colectividad —o los poderosos en el peor de los casos— definieran el abanico completo de posibilidades, desde una perspectiva axiomática y conceptual, para entonces darse a la tarea de atenderlas todas en mayor o menor grado, con relativa independencia de los niveles de presión social por lograrlo.

De esta segunda posibilidad se habla aquí: crear un catálogo exhaustivo de los posibles espacios de actuación y los correspondientes requerimientos para atenderlos, lo cual también deberá incluir las esferas tradicionalmente pensadas como “ocultas”: aquéllas referidas a la vida privada, junto con consideraciones de género, por lo cual deberán ser integradas al análisis en forma estructural.

Habrá igualmente que incluir lo que bien podría llamarse “el alma humana”, aunque este concepto de ninguna manera debe relacionarse con espiritualidades organizadas ni con sistemas religiosos ni de control, sino que se refiere a la consecución de la plenitud de la vida: la felicidad; la razón de que estemos aquí; el objetivo último de la existencia individual, que deberá sustentar la convivencia social para entonces darle sentido y guía. De otra manera, la actividad política pierde su significado profundo para convertirse en mera disputa unidimensional. Aquí hablamos de otro concepto.

Visión de Estado

Por visión de Estado se entiende el estudio, comprensión y planteamiento de las situaciones en un plazo más allá del inmediato o coyuntural, en donde los intereses públicos tienen preeminencia sobre los fines particulares, y los móviles para la acción política emanen desde las raíces del tejido social y no residan tan solo en la superficie de la obra recién inaugurada. “El político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación”.

Más aún, y considerando las realidades actuales, el enfoque general de toda la visión y del posterior esquema de actuación debiera mantener dos directivas fundamentales: reducir las desigualdades y revertir la degradación ambiental; no puede haber mayores prioridades.

Sin embargo, no se trata de palabras ni buenos propósitos, sino de planteamientos claros y guías de acción bien fundamentadas, que además estén adecuadamente socializadas y entendidas, tanto en sus alcances como en sus demandas sociales e individuales y en los compromisos públicos (y las posteriores mediciones de resultados) a los que deban dar lugar.

El proyecto de gobernar debiera estar formado inicialmente por conceptos estructurales y generales —racionales, explícitos y claros— que, partiendo del menor conjunto posible de precondiciones ideológicas o coyunturales, generen un entendimiento cabal de la realidad, para entonces armar esquemas de intervención social y planes estratégicos de conducción de los asuntos públicos. A continuación deberán venir planes tácticos y programas específicos y acotados de acción e intervención.

Si no se plantean así se corre el considerable aunque tristemente común peligro de formular planes con base en suposiciones, voluntarismos, populismos o meras ocurrencias menor o mayormente afortunadas.

La idea de partir de un inventario exhaustivo de las dimensiones que conforman el todo social es similar al catálogo de conocimientos que definen una cierta área dentro de un plan de estudios; allá se cruzan con los perfiles profesionales de quienes los llevarán a la práctica —para eso estudiaron—, y aquí con proyectos de atención diseñados por el gobierno —para eso los eligieron.

Desde hace décadas, los métodos de planificación y medición macroeconómica emplean una técnica similar, propuesta por el investigador ruso-americano Wassily Leontief, quien en 1973 recibiera el Premio Nobel de Economía por el desarrollo del modelo de la matriz insumo-producto, en donde las filas representan la actividad económica de los sectores productivos y las columnas los consumos sectoriales requeridos para producir esos bienes. Con ello, la matriz de cruzamientos sirve como representación y modelo del funcionamiento de la economía nacional en términos monetarios.

Para el caso de México, la matriz forma parte del Sistema de Cuentas Nacionales: “un marco conceptual y metodológico integrado por un conjunto coherente, sistemático e integrado de cuentas macroeconómicas, balances y cuadros estadísticos, basados en conceptos, definiciones, clasificaciones y reglas contables aceptadas internacionalmente”, según especifica uno de los documentos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI (p. 67). Para la determinación de las áreas de actuación económica se emplea “El Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte 2018 (SCIAN 2018) ... [que] sirvió para el ordenamiento, y presentación de las estadísticas macroeconómicas del SCNM, para el año de la nueva base.

El SCIAN consta de cinco niveles de agregación, siendo el sector el nivel más general y la clase el más desagregado. El sector se divide en subsectores y cada uno de ellos está formado por ramas de actividad, las que a su vez se dividen en subramas, culminando con las clases que son una desagregación de las sub-ramas. El número de categorías de cada nivel de agregación es el siguiente: 20 sectores, 94 subsectores, 306 ramas, 615 sub-ramas y 1084 clases de actividad económica” (p. 83).

Pues bien, levitando por encima de los valores macroeconómicos, si para caracterizar el universo del entorno físico y social los sectores se extienden para abarcar más allá de la actividad económica —incluyendo aspectos culturales, familiares, (re)creativos y otros en los que el valor económico no es lo primordial—, podrían entonces pensarse como los descriptores de la realidad sobre la cual deberá actuar un gobierno, dependiendo del nivel de enfoque (nacional, estatal, municipal), y las columnas serían los medios a emplear para lograrlo (secretarías, agencias, políticas económicas, planes y programas de desarrollo, apoyo y similares).

Además, incrementando el número de dimensiones de la matriz, en cada intersección se podrían especificar plazos, recursos y presupuestos, así como los problemas detectados, las prioridades de atención y demás factores requeridos para poderlos convertir en algo más que buenos propósitos. Los planes deberán siempre quedar ligados al uso de los recursos, y lo fundamental será la interconexión lógica de las variables que conforman la realidad, desde su análisis como problemas hasta la intervención mediante el uso de recursos públicos, todo bajo un esquema prediseñado para su supervisión, evaluación y rendición de cuentas.

Por supuesto que esto es una tarea mayor... justo del tamaño e importancia que la visión de Estado requiere para plantear un plan de gobierno basado en elementos racionales y no tan sólo enunciativos. El documento base servirá para estructurar de forma racional y ordenada el conjunto de acciones y procesos programados en el tiempo que deberán lograr una mejora de la realidad en sus distintos entornos y disminuir las desigualdades.

El largo plazo es de naturaleza estratégica, y por tanto no puede ser ni específico ni puntual; obedece también en su construcción a una limitada disposición de tiempos por la importancia de los actores involucrados en su proceso, usualmente las “cabezas” de un sector o de un territorio. En este nivel, los agentes no necesariamente son expertos en el tema, aunque sí deben ser sensibles a los reclamos, demandas y sentir de sus representados. Su orientación es hacia la contribución constante para seguir el rumbo planteado, teniendo claro el sentido y tiempo necesarios para alcanzar las metas a futuro (que no suelen ser superiores a 20 años, para mantener el discurso dentro de límites de racionalidad). En principio, aquí es donde reside la visión de Estado.

El mediano plazo es de tipo táctico, y por ello tampoco puede ser específico en acciones y procesos. En este nivel la especialización de quienes se involucran en el diseño, construcción y seguimiento es imprescindible, pues aquí no se puede renunciar al dominio del conocimiento. La orientación es hacia la efectividad del resultado de los objetivos.

El corto plazo es de tipo operativo y absolutamente específico, determinado, dirigido y diseñado de principio a fin. No puede dejar espacio a la improvisación, salvo para atender momentáneamente circunstancias adversas que pudieran poner en riesgo la aplicación de los procesos definidos. Esta etapa no puede ser diseñada por quienes la operan, pues su lógica es de corto plazo. Su orientación debe ser hacia la eficiencia y la calidad de los procesos.

En la conjunción de estos tres niveles y la construcción interconectada entre ellos está la base de la creación de un buen plan de gobierno. Lo malo (y tradicional) es que esos tres niveles ni se conocen ni se reconocen; por el contrario, sobre todo en la práctica del sector público local (estados y municipios), todo mundo realiza papeles de los otros dos restantes.

Cambiando el enfoque, si se restringe el alcance del esquema, también puede aplicarse para el caso de una empresa o de un corporativo, porque básicamente seguirá siendo cierto que la matriz describirá su realidad en forma sintética,

No tenemos espacio para abundar más, pero ¿no sería más racional y adecuado votar por los partidos y candidatos que presentaran al menos los esbozos de un plan de gobierno con visión de Estado en lugar de las usuales promesas y arengas demagógicas? ¿Acaso los ciudadanos no nos merecemos algo mejor que seguir recibiendo gastadas propuestas voluntaristas afectadas (infectadas, más bien) por el populismo?

Sin duda es necesario propiciar y construir una mejor cultura ciudadana, y la tarea de exigir una visión más avanzada de la política nos corresponde a todos.

Guillermo Levine

www.glevineg.com

AQ

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