Si alguien me hubiera preguntado hace diez años si sentía algún aprecio por las plantas, habría dicho algo totalmente distinto a lo que pienso ahora. Porque el ángulo desde el que uno valora las cosas que le rodean puede cambiar paulatina o drásticamente, según las experiencias que ha vivido, puesto que las experiencias forjan la identidad de los individuos.
Antes del aprecio que ahora tengo por la naturaleza, vivía de un modo agitado, bajo presión constante como resultado de llevar alrededor de 25 años laborando en un despacho de abogados y, paralelamente, en una organización autodenominada de izquierda. Una cosa llevó a la otra, a sumergirme gradualmente en un mundo de intrigas, bajo la sombra del cinismo y canibalismo social, difícil de entender desde fuera, tanto en el mundo jurídico como en el político. Después seguía el desahogo para combatir el estrés con juergas interminables. De allí al alcoholismo sólo hubo un paso, un paso para entrar a ese mundo en el que se pierde la conciencia de la realidad, y en el que uno se aferra a permanecer el mayor tiempo posible. Circunstancias ajenas a mi voluntad, y que aún ahora no me explico bien cómo sucedieron, me hicieron convertirme en un interno más del Reclusorio Norte, víctima de la ansiedad y la abstinencia que calan muy hondo en un principio. Era otro mundo, inhóspito para cualquiera.
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Recobré la libertad “por falta de elementos” después de dos largos años, tiempo suficiente para alejarme de todo lo que hasta entonces me había rodeado y meditar profundamente acerca de esos adversos escenarios de la vida cotidiana, donde había sido protagonista.
Ni falta hace decir que del reclusorio sales siendo otro, renaces con nuevos bríos y unas ganas enormes de vivir nuevamente. Comencé entonces largos paseos por la alcaldía de Tláhuac, a conocer muchos rincones creados por la naturaleza o por la mano del hombre, que allí han estado siempre, pero desapercibidos y poco apreciados por mí.
Comencé también a conocer proyectos de rescate de saberes ancestrales de la agricultura, me di cuenta de que existe otro mundo, el mundo de las plantas y la herbolaria, de esta manera fui conociendo y me fui integrando a otra forma de vivir: una nueva forma de vivir para seguir viviendo.
ÁSS