El público abarrotó el Instituto de México en España el día del nombramiento de Jorge F. Hernández como su director. Era justo la fecha climática del debate sobre la carta que el presidente mexicano había enviado al monarca español.
En ese evento estuvo un funcionario de la Secretaría de Exteriores que farfulló las palabras huecas de un funcionario. En cambio, Jorge F. Hernández sumó sus talentos de orador, historiador, intelectual y literato para pronunciar un discurso sabio, cálido y hasta tierno sobre México, España y Hernán Cortés. “Cortés murió conquistado”, fue la última frase. Hubo aplausos y hasta lágrimas. Nos conmovió por igual a mexicanos y españoles. En su primera hora como diplomático, Jorge había sentado cátedra sobre diplomacia.
Varios españoles se acercaron para decirme algo así: “A este hombre habría que nombrarlo embajador”.
El pequeño funcionario, más empequeñecido por la grandeza física, moral, humana e intelectual de Jorge, habló de sí mismo. “Yo soy poeta”, llegó a decir, “poeta en activo”. Reímos en silencio. ¿Qué es un poeta en activo? ¿Acaso un poeta no es siempre un poeta?
Ese funcionario era el mismo que habría de firmar como “doctor Enrique Márquez” el boletín que echaba a Jorge F. Hernández de su cargo por “comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”.
Quizás el doctor Márquez sí tenía botón de encendido y apagado, y se expresó mal cuando se denominó “poeta en activo”. A diferencia de Jorge, que siguió siendo “escritor en activo” cada día de su vida de funcionario, y por lo mismo llegó a ser el funcionario más eficaz, digno y querido, tal vez el doctor Márquez dejó de ser poeta con su primer sueldo domesticador del gobierno mexicano. O, para usar sus mismas coplas oficialistas, el doctor Márquez mostró “comportamientos graves y poco dignos de un poeta”.
Pero también como funcionario ha hecho lo contrario de lo que se espera en la Secretaría de Exteriores. La evidente urgencia por destituir a Jorge F. Hernández viola la ética laboral, traiciona el compañerismo entre colegas, convierte en público lo que pudo ser privado y, lo peor, ha dañado la imagen de México y ha descalabrado la diplomacia cultural. Además, ha provocado burlas y abucheos contra varios funcionarios, lloviendo incluso sobre la señora Beatriz Gutiérrez Müller.
Usted, doctor Márquez, con sus ganas de congraciarse con usted sabrá quién, acabó salpicando mucho lodo.
Usted, que no hace bien su trabajo, echó a quien mejor trabajaba.
Un poeta presentaría su renuncia.
Anímese, doctor, que los escritores no somos inquisidores, y lo recibiremos de nuevo con los brazos abiertos en la República de las Letras.
AQ