Políticos chatarra

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Habría que preguntarse qué clase de estancia llevan en sus cabezas quienes viven de la política en este país, pues es notable su capacidad de disociación con el mundo real.

Jorge Álvarez Máynez, candidato presidencial de Movimiento Ciudadano. (Foto: Araceli López)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

En 1819, el moralista francés Joseph Joubert anotó este Pensamiento: “viven en su cabeza, y no en el mundo”. Se refería a Sócrates, a Don Quijote, y a los soñadores de tiempo completo. A los filósofos y los poetas para los que la experiencia germina primero en la razón para luego ponerla a prueba.

Meditar o imaginar apartan del mundo, pueden ser transportes hacia el genio o la excelencia, la felicidad incluso, aunque también hay quienes al instalarse temporalmente en su cabeza, se precipitan al extremo opuesto, a la nadería, a la vulgaridad, a la insignificancia. Digamos, el megalómano o el beodo, sujetos que no cavilan pues consideran acertada o provechosa la peor insensatez. Un ejemplo: Jorge Álvarez Máynez, candidato presidencial de Movimiento Ciudadano, subió a las redes un video en el que orgullosamente encervezado, profiere bravuconadas desde un palco del estadio de los Tigres de la UANL. El candidato, que se autoproclama representante de la nueva política, dirige sus bravatas a Manlio Fabio Beltrones, y tiene como comparsas a ciertos especímenes de lo que suelen llamar “mirreyes”, incluido el gobernador de Nuevo León.

Si semejante desliz lo hubiera cometido un zafio o un borrachín cualquiera, tan solo habría sido el posteo del día, y el protagonista, a lo mucho, se habría acuñado el hashtag #LordChelas u otro mote por el estilo, pero en este asunto se involucran personajes que, supuestamente, iban a renovar el espectro político y electoral a través de sus discursos y proyectos, no solo por su condición generacional sino por la lucidez que la misma juventud impone. (Bueno, es un decir)

¿Qué sucedió después? Que Álvarez Máynez no se disculpó con sus representados. Que siguió en la merluza del falso estrellato de los medios y las redes, recargó su lastimero cañón verbal en contra de otros “adversarios”, y al final, etiquetaron el video de marras con copyright para que nadie reproduzca el borrachazo que, de por sí, se hizo viral.

Retomando la idea de Joseph Joubert, habría que preguntarse qué clase de estancia llevan en sus cabezas quienes viven de la política en este país, pues es notable su capacidad de disociación con el mundo real. ¿Exceso de confianza en el supuesto carisma que proyectan? ¿Malos aprendizajes de un bully populista, intolerante y demagogo como… Donald Trump? ¿Certidumbre en la desmemoria colectiva?

¿Fe ciega en el manual del marketing político, ese que a través de los influencers presume una capacidad titánica para posicionar a cualquier figura como producto elegible en la papeleta del votante?

¿O acaso, y más patético aún, en esas testas atiborradas de jactancia, estrechez imaginativa, palabrería fantoche, ardides de cantina y cuanta barrabasada les parezca pertinente para mediatizarse, campea la peregrina idea de que los electores de su generación, y generaciones posteriores, tienen la misma cholla hueca?

El triste espectáculo de estos petimetres que se ostentan como la opción joven, confirma que aquí se envejece rápido y en un parpadeo, un idealista puede convertirse en aquello que combate, o es que acaso no era un idealista: en México hay una suerte de espejo encantando en el rostro de los millenial que por familia o por amigos, casi nunca por méritos propios, gozan del negocio de la grilla, y en minutos se convierten en políticos chatarra. Hay, también, quienes les dicen embusteros, simuladores, charlatanes.

AQ

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