Estoy leyendo un libro titulado El imperio debe morir, de Mijaíl Zigar. Ahí aparecen estas líneas: “El una vez pobretón Gorki no sólo se volvió el escritor más exitoso de Rusia, sino también el más adinerado. Junto con su amigo Piatnitski inventó un nuevo modelo literario de negocio. Crearon una sociedad llamada Znanie, mediante la cual los escritores recibían prácticamente todos los ingresos de sus obras, en vez de un pequeño porcentaje. Fue un modo revolucionario de retribuir a los escritores. Por su primer libro, Znanie pagó al joven Leonid Andreyev 5 mil 642 rublos y 71 kopeks, en vez de los 300 rublos que le había ofrecido el editor Sytin. La enorme suma convirtió de inmediato al pobre periodista en un opulento hombre de letras”.
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El escritor, tradicionalmente beligerante en una ristra de causas ajenas, ha sido bastante pacato en las propias. A pesar de ser la pieza más importante del engranaje literario, se le ha asignado tradicionalmente un diez por ciento del pastel; porcentaje que nunca llega a ver, puesto que los editores tienen fama de no reportar correctamente las ventas de los libros. Además, es al escritor a quien le pasan factura por cualquier costo agregado.
Pongo mi caso en Francia: la editorial me dice que por tratarse de una traducción, se incurre en más gastos, por lo que, en vez de 10 por ciento, me darán sólo el ocho. Me informan que en Francia el traductor tiene derecho al 1 por ciento de las regalías, cosa que está muy bien, ¿pero quién paga ese porcentaje? Pues el escritor. Así es que me queda 7 por ciento. Mi agente, que cobraba el 15 por ciento, un día me dijo que “como la situación está muy complicada”, comenzaría a cobrarme el 20 por ciento. Me lo cobra sobre el 8 por ciento inicial. ¿Cuánto me queda? 5.4 por ciento. La hacienda francesa quiere también su rebanada: 30 por ciento sobre el ocho inicial. Al final me resta un tres por ciento.
Eso, tratándose de una editorial honesta, pues muchas empresas editoras tienen la mala fama de cometer pillerías, de llevar dobles contabilidades, ¿y por dónde comienzan a rapacear? Por el autor, que nunca sabe en verdad cuántos ejemplares se imprimieron o se vendieron de su obra.
Habría que cuestionar ese famoso diez por ciento que se toma como una verdad bajada del cielo. ¿Por qué no veinte? ¿Por qué no treinta? Habría que averiguar qué sabía Gorki que no sepamos hoy.
Lo cierto es que esos asuntos monetarios me agobian hoy porque escribo esto en el día último de mes, y ando completando la alcancía para pagar la renta. Luego tendré otros treinta días en que el dinero me tiene sin cuidado y todo lo hago por amor al arte; días en los que poco me importa el diez o el tres por ciento, mientras tenga vida, ideas, una botella de vino y abundancia de buena prosa.
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