Más de dos millones de kilómetros recorridos en medio siglo, 4.6 millones de pasajeros, usuarios, metronautas, faquires y vagoneros traídos y llevados diariamente a los cuatro puntos cardinales de la Ciudad de México y su colindancia con el Edomex; tantas historias no merecen un descuido tan letal para el Metro mismo como para la población.
El 4 de septiembre del 2019, el STC Metro cumplió 50 años sin pena y sin mucha gloria. No hubo mayor alboroto: unas palabras de los funcionarios en turno, un concierto del Tri en la Glorieta del Metro Insurgentes, un boleto conmemorativo que empezó a circular a destiempo, una exposición fotográfica y ya.
¡Qué diferencia con la inauguración en 1969! Fiesta, discursos, primeras planas en los diarios, comentarios en la tele. Todos querían subirse al Metro, viajar, recorrer la ciudad en un transporte bonito, moderno, de primer mundo.
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Hoy el Metro avanza penosamente hacia sus 52 años: sobrevive al deterioro causado más por recortes presupuestales que por el tiempo, reparaciones que no alcanzan a taparle el ojo al macho, negligencia, ineptitud, corrupción. Sobrevive a funcionarios que parecen empeñados en llevarlo al precipicio, a las hordas de pasajeros que hace mucho dejaron de sentirse orgullosos de tener uno de los Metros más grandes del mundo. Chava Flores lo cantaba como rapidote, limpiote: Perdió esos títulos hace años. Quizás en el 2012.
El anuncio de la puesta en marcha de la Línea 12, la Línea Dorada, la Línea del Bicentenario, sólo podía ser un mal augurio. Si para entonces el Metro resultaba insuficiente, si ya no le cabía un alfiler, ¿dónde se iban a “acomodar” los más de 435 mil nuevos usuarios en los ya de por sí atiborrados vagones?
El presupuesto inicial para la Línea 12 fue de alrededor de 17 mil 583 millones de pesos; cuando se terminó la construcción, el sobrecosto superó los 27 mil millones de pesos y eso que se tuvieron que clausurar cuatro estaciones del proyecto inicial. De ahí el mote de la Línea Robada. La más cara. La que más reparaciones ha necesitado. La que nunca va a quedar bien.
Apenas inaugurada, se colapsó. Nada pudieron hacer por ella las imágenes del Ángel de la Independencia que lucen sus vagones bicolores. El STC aseguró que la causa era la gran afluencia de pasajeros. ¿Pues qué querían, si de eso se trataba? 11 de sus 20 estaciones tuvieron que cerrar durante meses. En el 2014 se habló de la incompatibilidad de las ruedas de los trenes con las vías. Para el año 2017 el diagnóstico fue “problemas endémicos” que no tenían solución. Y por si esto no era suficiente, el sismo del 19 de septiembre de 2017 resquebrajó varias estructuras de la parte elevada de la Línea 12, justo entre Tezonco y Olivos. Mucho se quejaron entonces los vecinos. Se dice que fueron hechas las debidas reparaciones. Tristemente, la noche del 3 de mayo demostró que no.
Hace año y medio la periodista y escritora Adriana Malvido nos dio una hermosa lección de ética y periodismo al publicar en Paso Libre del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU) el artículo Lo que el misil se llevó reconstruyendo la vida de trece de los pasajeros del vuelo de Ukraine International Airlines alcanzado por un misil que cegó la vida de 176 personas.
En México, gran parte de los periódicos y noticiarios de radio y televisión han dedicado espacios importantes a recordar —con fotos, nombres y edades— a las 26 víctimas mortales del derrumbe de la Línea 12, restituyéndoles un poco de su humanidad.
Sin embargo, queda muy claro que el derrumbe del Metro va mucho más allá de una de las trabes de la malograda línea Dorada. ¿Por qué haber dejado que el STC Metro se desmoronara? ¿Por qué y para qué?
Antes podíamos presumir de tener un transporte seguro. Sin mayor novedad habían pasado 40 años del choque de trenes en la estación Viaducto. Pero de un tiempo para acá la cosa no para: daños y grietas en las columnas que sostienen la parte elevada no sólo en la Línea 12, únicamente visibles a los ojos de usuarios y vecinos, choque de trenes en Oceanía y poquito después en Tacubaya. El primero, atribuido a las lluvias y el segundo, a la pérdida de control del tren; un incendio en el Puesto Central de Control, el colapso de escaleras mecánicas, la muerte de una mujer arrojada a la calle tras sufrir un accidente cardiovascular en las instalaciones del Metro, innumerables casos de acoso sexual, cortocircuitos, incendios en las vías, descarrilamiento de trenes, inundaciones... Robos y asaltos ya son casi de rutina. Ni siquiera el reciente colapso de la Línea 12 hace tambalearse a Florencia Serranía, quien ha ocupado simultáneamente la Dirección General del STC Metro y la Subdirección de Mantenimiento.
En septiembre del 2014 el Sindicato de Trabajadores del STC a través de muy modestos carteles pegados en las paredes de los vagones señalaba que no era urgente, vamos, ni siquiera tan necesario remodelar estaciones, adquirir escaleras mecánicas, comprar trenes nuevos. Lo que se requería era la compra de refacciones e implementos de trabajo necesarios para el mantenimiento de trenes e instalaciones técnicas, programar la rehabilitación de 180 trenes, con técnicos del Metro, dar mantenimiento mayor a 45 trenes que circulan con más de un millón de kilómetros recorridos. La rehabilitación total de las Líneas 1, 2 y 3 que han estado en servicio por más de 30 y hasta 45 años.
En abril del 2015 insistían en sus demandas y advertían: “Los trabajadores no somos responsables por el deficiente servicio que se presta”. Denunciaban la contratación de empresas extranjeras para el disque mantenimiento de trenes y equipos del Metro.
Hace unos días los fallecidos recibieron el pésame. El primer mandatario, quien sí saludó cortésmente a la mamá del Chapo, se negó groseramente a ir a la zona de desastre. Hoy miles de metronautas tienen que vérselas con peseros y microbuses, lentos y caros. Se contratará una empresa extranjera para dilucidar la causa del derrumbe.
Al austericidio e impunidad propios de la 4T, se suma la ineptocracia.
Beatriz Zalce es autora de Historias del Metro (Lectórum, 2019).
ÁSS