La ruptura brechtiana al inicio y al final de la película El prodigio (disponible en Netflix) demuestra que la intención de su director es trascender el cine que se hace con la intención de adormecer. El prodigio busca más bien hacernos pensar.
Lejos del cine frívolo, esta es la mejor película disponible en streaming este fin del 2022. Su director nos plantea una ficción que obliga a reflexionar. “No somos nada sin historias”, se nos dice al inicio de la obra. Y resulta justo preguntar: ¿es esto verdad?
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El prodigio nos conduce hasta lo más propio del cine, esto es, la imagen. El cuadro de colores brillantes al inicio de la ficción nos introduce en una caja de sorpresas que se abre para producir toda clase de sentidos. Comienza el filme y la voz en off nos lleva desde el set donde se filma esta obra hasta un barco en el que viaja una enfermera inglesa que ha sido contratada para certificar (o negar) un milagro. El prodigio del título. Florence Pugh interpreta a una enfermera que llega a Irlanda, este país verde, como todos constatan. En la película, el vestuario, las paredes y el moho en las habitaciones son de este color. Sólo ella, Pugh, viste de azul. Como para demostrar que Sebastián Lelio, el director chileno que nació en Argentina, retrata el siguiente conflicto: el de la oposición entre el campo y la ciudad, entre Irlanda e Inglaterra, entre la ciencia y la fe.
El prodigio es la historia de una mujer que aprende a amar en la niña que ha decidido salvar, una fe en Dios que ella no comparte. Pero la reflexión que se nos plantea al inicio del filme, la importancia de las historias, aplica también a aquellas fábulas que nos contamos en torno al amor y en torno al método científico. “Es necesario detener el experimento”, afirma la enfermera. Ella se ha dado cuenta, como los sabios cuánticos, de que cuando uno observa algo definitivamente está interfiriendo con su objeto de estudio. Y, sin embargo, es posible que el espectador no esté interesado en semejantes sutilezas. Que quiera quedarse tan solo en la historia lineal, desnuda de interpretaciones. El prodigio trata entonces del fanatismo de la fe. La enfermera ha ido hasta Irlanda para desenmascarar un falso milagro, pero se enfrenta con sus propias miserias, un bebé que ha perdido, tal vez.
Junto con Gloria, aquella hermosa película chilena del 2013 y con Una mujer fantástica, del 2017, Sebastián Lelio muestra que se ha dado a la tarea de entender la sensibilidad de las mujeres. Tal vez por eso consigue llevar a sus personajes hasta los extremos necesarios para producir en el espectador respuestas emocionales pues El prodigio es, ante todo, una película que, más que ver, es necesario sentir. No sólo por lo eficiente que resulta la fotografía para narrar esta historia, tampoco por la extraordinaria (y elogiada) actuación de Florence Pugh, sino por una narración que coloca frente a nuestros ojos la disyuntiva entre creer en la historia que nos cuenta la ciencia y la historia que nos cuenta la fe. Puede que, en este sentido, el final sea un tanto previsible, pero no lo suficiente como para que El prodigio no sea una de las mejores películas del año, la obra de un director a quien se le han abierto las puertas de Netflix para que investigue aquello que él quiere explorar: la feminidad.
El prodigio
Sebastián Lelio. Irlanda, Reino Unido, 2022.
AQ