¿Por qué escribí 'Gato encerrado'? | Por Pepe Gordon

Libros

"En 1973 tuve una experiencia que cambió mi vida: al empezar a meditar, experimenté una profunda quietud que me arrojaba fuera de mí".

Pepe Gordon sostiene un ejemplar de 'Gato encerrado'. (Foto: Paula Vázquez Córdova)
José Gordon
Ciudad de México /

“Imagina que eres un gato”. Es el íncipit de mi más reciente libro, un artefacto Pop-Up, con ilustraciones e ingeniería de papel de Sebastián Ilabaca, editado por Sexto Piso. ¿Podemos imaginar que somos gatos? 

El filósofo Thomas Nagel se hizo una pregunta similar: ¿qué se siente ser murciélago? Estamos ante un problema complejo porque solemos proyectar nuestras ideas sobre lo que es el otro y solemos decir que el león —en este caso el ser humano— piensa que todos son de su misma condición. Sin embargo, un pensador atento y curioso como el admirado George Steiner decía que quien ha vivido cerca de gatos sabe que los animales sueñan. Por su parte, el destacado neurólogo Antonio Damasio afirma que los perros y los gatos tienen conciencia y sentimientos. ¿Cómo imaginar lo que acontece en su interior?

La filósofa María Zambrano decía que el animal, al carecer de palabra, está encerrado en sí mismo. Esta dimensión de conciencia silenciosa no lo hace ser una persona; sin embargo, su presencia, dice Zambrano, está dispuesta para entrar en un sistema de signos. El animal mismo es un alfabeto sagrado, viviente, concreto. Su forma de hablar es otra. Los animales piden —como decía Zambrano—, antes que ser entendidos, ser, ante todo, recibidos. La elegancia, misterio y belleza de sus figuras plantean interrogantes sobre la inteligencia que se encierra detrás de sus miradas. Estamos hablando de la otredad radical que, de rebote, también nos hace preguntar si es que podemos entender y recibir a nuestros semejantes. ¿Cómo imaginar los sueños de las personas que duermen a nuestro lado? ¿Cómo imaginar las esperanzas y pesadillas de nuestra tribu? ¿Podemos escapar de las fronteras de nuestro cerebro?

En 1973, tuve una experiencia que cambió mi vida: al empezar a meditar, experimenté una profunda quietud que me arrojaba fuera de mí, aunque estaba dentro de mí. Era como salir de una caja y abrirme a un mar infinito. Cuando le conté esta experiencia al neurofisiólogo Robert Keith Wallace —cuyos estudios científicos sobre la meditación trascendental se habían publicado en la revista Scientific American—, me habló de una investigación que aludía al problema de los límites perceptuales que impiden ver otras posibilidades.

Resulta que cuando los gatos acaban de nacer todavía no tienen desarrollados los nervios ópticos. Parafraseando a Antonio Machado, se hace mirada al mirar. Para tratar de sentir lo que esto implica, traté de volcar en el libro Gato encerrado lo que Einstein llamaba un Gedankenexperiment, un ejercicio de imaginación —en este caso artístico— en donde nos ponemos nuestros ojos de gato. En esos días críticos en donde se completan las conexiones que nos permiten ver en plenitud, los investigadores Hubel y Wiesel, que ganarían el Premio Nobel de Medicina en 1981, nos colocan en una caja en donde sólo podemos ver líneas horizontales. Cuando nos sacan de la caja, siempre nos tropezamos con las patas de las sillas y de las mesas porque ya no podemos ver lo vertical.

Mirar con ojos de gato, propone Pepe Gordon. (Foto: Patricia Curiel)

El libro ahora nos pide otro ejercicio de imaginación: vamos a colocarnos ojos de seres humanos, pero como tenemos una memoria muy cercana de haber sido gatos, empezamos a sospechar que también estamos en una caja que no nos permite ver otras cosas. Esa caja está hecha de nuestras imágenes primeras, de nuestra historia, de nuestra educación fragmentada. 

Sin embargo, tenemos instrumentos para hacer boquetes en la caja mediante los ojos de la ciencia, del arte y de una experiencia de reducción de ruido interno que nos permite observar sin prejuicios. Así, de pronto empezamos a ver lo que no podíamos ver: ¿Cuándo soñamos tener una fotografía real de un agujero negro? ¿Cuándo soñamos saltar los límites de la percepción e imaginar junto con Pablo Neruda que en nuestros ojos luminosos de gato se dejó una ranura para echar las monedas de la noche? ¿Cuándo soñamos junto con David Lynch que podríamos tocar y ser tocados por un pez dorado?

Lo cierto es que hay gato encerrado que quiere saltar audazmente fuera de la caja de los libros, para retar nuestra inteligencia e imaginación ante los dramáticos problemas que vivimos. 

Cuando pensamos fuera de la caja, nuestra sonrisa brilla como la sonrisa del gato Cheshire, la sonrisa del gato sin gato, en medio de la espesura de la noche.

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