Entre 1978 y 1984, un grupo importante de roqueros ampliaron los márgenes del género, arrancándole la estafeta al punk para continuar una revolución musical siempre inconclusa.
En 1977 el punk se fracturó; de un lado quedaron los más aguerridos de esa corriente y de otro la vanguardia compuesta por bandas como Talking Heads, The Fall, Contortions y Scritti Politti, dispuestas a la experimentación, al imperativo del cambio constante.
Simon Reynolds escribió Postpunk. Romper todo y empezar de nuevo, publicado por la editorial argentina Caja Negra. Son 550 páginas que documentan el trabajo de grupos como Joy Division, herederos insumisos del punk, que abrevaron de otros géneros para crear una música oscura y letras desesperadas en las que con frecuencia está presente la muerte.
Uno de los emblemas de la época es sin duda Ian Curtis, el atormentado y epiléptico líder de Joy Division, fanático de Kafka y poeta maldito, se suicidó la mañana del domingo 18 de mayo de 1980. A su muerte, sus compañeros deshicieron la banda y formaron New Order, que siguió la tendencia de buscar caminos inexplorados.
El conocimiento profundo de música de todo tipo fue una característica esencial de los creadores del postpunk. Pero no la única. Como demuestran los nombres de sus bandas y las letras de sus canciones, conocían de arte y eran lectores voraces. De esta manera Cabaret Voltaire tomó su nombre de Dada; Pere Ubu adoptó el suyo de Alfred Jarry y Gang of Four fue inspirado por Brecht y Godard.
La preocupación por el diseño de las portadas de los discos, la creación de sellos independientes, la fascinación por autores como William S. Burroughs, Ballard y Philip K. Dick, por el teatro de la crueldad de Artaud y la obra de Duchamp fueron una constante en los postpunks, entre quienes se distinguió notablemente David Bowie.
En 1977, año del debut de The Clash, Bowie produjo cuatro discos fundamentales del postpunk: dos suyos (Low y Heroes) y dos de Iggy Pop (The Idiot y Lust for Life). Grabados en Berlín, estos discos —afirma Reynolds— marcaron un distanciamiento respecto de los Estados Unidos y del rocanrol y un acercamiento a Europa y un sonido más cool. Basta escucharlos para saber los alcances de sus atmósferas instrumentales, desencantadas y crepusculares.
The Human League, The Slits, Bauhaus, Wire, son otras de las bandas imprescindibles en el catálogo del postpunk, en el que también figura Mars, que de acuerdo con la poeta Lydia Lunch: “No hacían ninguna concesión, no le debían nada a ninguna de las cosas que habían existido antes que ellos. Realmente creaban a partir de su propia tortura”.
La experimentación, los juegos formales, la preocupación por las texturas, por los sonidos primigenios, por los avances tecnológicos potenciaron la presencia del postpunk en el mundo con bandas como The Cure, con su gótico suave, con su desencanto y sus lecturas profundas de El extranjero, de Albert Camus, y la poesía de William Blake.
Postpunk es un indispensable puente entre el punk y el grunge y un tajante desmentido para quienes ven los ochenta como una década perdida para la música.
AQ